"El norte del país es aún más severo que el resto. La gente llega en tropel en busca de trabajo o para hacer escala antes de cruzar la frontera con los Estados Unidos. Vienen por trenes enteros. Algunos se quedan y otros viajan al interior en vagones de carga, para trabajar en las gigantescas empresas agrícolas pertenecientes a corporaciones privadas. Sin embargo, la comida y el trabajo simplemente no alcanzan para todos, de modo que la mayoría de ellos se van de braceros a los Estados Unidos.
Me acabé cada gota de caldo; de dejar algo, me hubiera sentido culpable.
– Cuéntame más acerca de esta región, Clara.
– Todos los indígenas de aquí son yaquis reubicados en Sonora por el gobierno mexicano.
– ¿Quieres decir que no han estado aquí siempre?
– Esta es su tierra ancestral -explicó Clara-, pero en los años veinte y treinta fueron desarraigados y enviados por decenas de miles al centro de México. Luego, a fines de la década de los cuarenta, los trajeron de regreso al desierto de Sonora.
Clara se sirvió un poco de agua mineral; también llenó mi vaso.
– La vida es dura en el desierto de Sonora -prosiguió-. Como pudiste observar en el camino, esta tierra es austera e inhóspita. Los indígenas no tuvieron otra opción que poblar la zona del que fuera el río Yaqui. Ahí, en la antigüedad, los primeros yaquis construyeron sus pueblos sagrados y los habitaron por cientos de años, hasta que llegaron los españoles.
– ¿Pasaremos por esos pueblos? -pregunté.
– No. No tenemos tiempo. Quiero llegar a Navojoa antes de que oscurezca. Quizá algún día hagamos una excursión para visitar los pueblos sagrados.
– ¿Por qué son sagrados?
– Según los indígenas, la ubicación de cada pueblo a lo largo del río simbólicamente corresponde a un sitio en su mundo mítico. Al igual que los montes de lava en Arizona, esos sitios son lugares de poder. Los indígenas poseen una mitología muy rica. Creen que pueden entrar a un mundo de sueños y salir de él de un momento a otro. Verás, su concepto de la realidad es distinto al nuestro.
"De acuerdo con los mitos yaquis, esos pueblos también existen en el otro mundo -continuó Clara- y es de ese reino etéreo que reciben su poder. Se dicen la gente sin razón, para diferenciarse de nosotros, la gente con razón.
– ¿Qué clase de poder reciben? -pregunté.
– Su magia, brujería y conocimiento. Todo eso proviene directamente del mundo de los sueños. Y ese mundo se encuentra descrito en sus leyendas y cuentos. Los yaquis poseen una rica y extensa historia oral.
Miré el restaurante atestado a mi alrededor. Me pregunté cuáles de las personas sentadas ante las mesas serían indígenas, y cuáles mexicanas. Algunos de los hombres eran altos y nervudos; otros, bajos y regordetes. Toda la gente tenía un aspecto extranjero para mí; en secreto me sentía superior y definitivamente fuera de lugar.
Clara se acabó los camarones, los frijoles y el arroz. Yo me sentía abotagada, pero a pesar de mis protestas insistió en pedir flan como postre.
– Será mejor que te llenes -indicó con un guiño del ojo-. No se sabe nunca cuándo se podrá comer otra vez o en qué consistirá esa comida. Aquí en México siempre consumimos la caza del día.
Sabía que se estaba burlando de mí y con todo reconocí cierta verdad en sus palabras. Había visto un burro muerto antes, debido a un choque con un coche en la carretera. Sabía que las áreas rurales carecían de refrigeración y que por lo tanto la gente comía la carne que tuviese a su disposición. No pude más que preguntarme en qué consistiría mi próxima comida. Sin decir nada, decidí limitar mi estancia con Clara a sólo un par de días.
En un tono más serio, Clara continuó su exposición.
– Las cosas fueron de mal en peor para los indígenas aquí -indicó-. Cuando el gobierno construyó una presa, como parte de un proyecto hidroeléctrico, modificó en forma tan drástica el rumbo del río Yaqui que la gente tuvo que empacar sus cosas y establecerse en otra parte.
El rigor de esa clase de vida contrastaba con mi propia infancia, en la que siempre hubo suficiente alimento y comodidades. Me pregunté si el venir a México tal vez no fuese expresión de un profundo deseo por obrar un cambio completo en mi vida. Siempre había buscado aventuras, pero ahora que me hallaba inmersa en una me llenó el pavor a lo desconocido.
Comí un poco de flan y desterré de mi mente el pavor que se había establecido en mí desde que conocí a Clara. A pesar de ello, me agradaba su compañía. Por el momento me encontraba bien alimentada con camarones gigantes y caldo de tortuga, aunque tal vez fuese mi última comida sustanciosa, según diera a entender la propia Clara; decidí confiar en ella y permitir que se desarrollara la aventura.
Clara insistió en pagar la cuenta. Llenamos los tanques con gasolina y salimos otra vez a la carretera. Después de manejar varias horas más, llegamos a Navojoa. No nos detuvimos en la población sino que la atravesamos, abandonando la carretera panamericana para tomar por un camino de grava hacia el Este. Era media tarde. No me sentía en absoluto cansada; de hecho, había disfrutado el resto del viaje. Entre más avanzamos hacia el Sur, más percibía que una sensación de felicidad y bienestar reemplazaba a mi habitual estado neurótico y deprimido.
Tras manejar por más de una hora por un camino desigual, Clara se salió de él y me señaló que la siguiera. Rodamos sobre el suelo duro que bordeaba un alto muro rematado por una buganvilla en flor. Nos estacionamos sobre un área de tierra firmemente apisonada en el extremo del muro.
– Aquí es donde vivo -me gritó al apearse lentamente de su coche.
Me acerqué a ella. Se veía cansada y parecía haber aumentado de tamaño.
– Te ves tan fresca como cuando salimos -comentó-. Ah, ¡las maravillas de la juventud!
Del otro lado del muro, escondida completamente por árboles y densos arbustos, se alzaba una enorme casa con tejas, ventanas provistas de rejas y varios balcones. Aturdida, seguí a Clara a través de una puerta de hierro forjado, un patio de ladrillos, otra pesada puerta de madera, hasta entrar a la casa por la parte de atrás. La losas que cubrían el piso del vestíbulo fresco y vacío realzaban la austeridad de las paredes encaladas y las vigas oscuras de madera en el techo. Lo cruzamos para entrar a una amplia sala.
Las paredes blancas estaban bordeadas por azulejos exquisitamente pintados. Dos sofás impecables de color beige y cuatro sillones se agrupaban alrededor de una pesada mesa de centro de madera. Encima de la mesa había unas revistas abiertas en inglés y en español. Tuve la impresión de que alguien las había estado leyendo, sentado en uno de los sillones, pero que se fue apresuradamente al entrar nosotras por la puerta del fondo.
– ¿Qué opinas de mi casa? -preguntó Clara, rebosante de orgullo.
– Es fantástica -respondí-. ¿Quién hubiera creído que pudiese haber una casa como ésta aquí, en este paraje tan desolado?
Entonces mi envidia asomó la cabeza y me turbé por completo. Siempre había soñado con tener una casa así, pero estaba consciente de que jamás la podría adquirir.
– No te imaginas lo acertada que es tu descripción al calificar esta casa de fantástica -indicó Clara-. Lo único que puedo decirte sobre ella es que, al igual que los montes de lava que vimos esta mañana, se encuentra imbuida de poder. Un poder silencioso y exquisito corre por ella, de la misma manera en que la corriente eléctrica corre por los cables.
Al escucharla me sucedió una cosa inexplicable: mi envidia desapareció. Se esfumó por completo al pronunciar ella la última palabra.
– Ahora te mostraré tu recámara -señaló-. Y también fijaré unas reglas básicas que deberás observar mientras estés aquí como mi invitada.
"Todo lo que se encuentra del lado derecho de la casa y atrás de esta sala está a tu disposición, para que lo uses y explores, y eso incluye el terreno. Sin embargo, no debes entrar a ninguna de las recámaras, excepto la tuya, por supuesto. Ahí puedes utilizar lo que quieras. Incluso puedes romper las cosas en un acceso de ira o amarlas en arranques de afecto. Pero no te está permitido el acceso al lado izquierdo de la casa, bajo ninguna circunstancia y por ningún motivo. Así que mantente alejada de él.
La extravagante petición me disgustó, pero le aseguré que la entendía perfectamente y que cumpliría sus deseos. En realidad me pareció que su exigencia era grosera y arbitraria. De hecho, entre más me advertía mantenerme alejada de ciertas partes de la casa, más curiosidad sentía por conocerlas.
A Clara pareció ocurrírsele otra cosa y agregó:
– Por supuesto puedes utilizar la sala; incluso puedes dormir aquí en el sofá si tienes demasiado sueño o pereza como para ir a tu recámara. Sin embargo, otra área que no debes usar es el terreno delante de la casa y también la puerta principal. Está cerrada con llave por ahora, así que siempre entra a la casa por la puerta de atrás.