Me senté nuevamente para calmarme. Al tomar unos sorbos de té, se me ocurrió que era lo menos que podía hacer, después de todas las molestias que Clara se había tomado conmigo. Además, era obvio que no iba a dejarme ir tan fácil. Podría fingir, simplemente, que estaba recapitulando mis recuerdos. Al fin y al cabo, ¿quién iba a saber si en la cueva me dedicaba a representarme las escenas y respirar o si sólo soñaba despierta o me echaba una siesta?
– Sólo es por un mes -insistió con sinceridad-. No estarás vendiendo tu vida. Créeme, realmente trato de ayudarte.
– Ya lo sé -dije-. Pero ¿por qué te molestas en hacer todo esto por mí? ¿Por qué yo, Clara?
– Hay una razón -replicó-, pero es tan descabellada que no puedo revelártela ahora. Lo único que puedo decirte es que al ayudarte estoy cumpliendo con un propósito digno: pagando una deuda. ¿Aceptarás mi pago de una deuda como una razón?
Clara fijó en mí una mirada tan esperanzada que tomé el lápiz para escribir la promesa, repasando las palabras deliberadamente para que no hubiese confusión acerca del plazo de un mes. Regateó conmigo para que en ese mes no incluyera el tiempo que requiriese para hacer la lista de nombres. Accedí y agregué un apéndice en este sentido; a continuación y a pesar de lo que me decía mi propio juicio, firmé.
6
Durante semanas me devané los sesos para compilar la lista. Me odié a mí misma por haberme dejado convencer por Clara de no incluir ese tiempo en la garantía. Durante esos largos días trabajé en una soledad y un silencio absolutos; sólo veía a Clara en el desayuno y la cena, que comíamos en la cocina, pero apenas cruzábamos palabra. Rechazaba todos mis intentos por hacerle plática, afirmando que volveríamos a hablar cuando terminara mi lista. Cuando la terminé, abandonó su costura y de inmediato me acompañó a la cueva. Eran las cuatro de la tarde y, según Clara, la temprana mañana y la avanzada tarde eran los momentos más propicios para comenzar una empresa tan vasta.
A la entrada de la cueva, me dio unas instrucciones.
– Toma a la primera persona en tu lista y esfuerza tu memoria para recordar todo lo que experimentaste con esa persona -indicó Clara-, desde el momento en que se conocieron hasta la última vez que se vieron. Si lo prefieres puedes trabajar al revés, desde la última ocasión en que trataste a esa persona hasta tu primer encuentro con ella.
Armada de la lista, me dirigía a la cueva todos los días. Al principio la recapitulación representaba una labor difícil. No pude concentrarme, porque temía remover el pasado. Mi mente vagaba de lo que consideraba un suceso traumático al siguiente, o simplemente descansaba o soñaba despierta. No obstante, al cabo de un tiempo me intrigaron la claridad y el detalle que adquirían mis recuerdos. Incluso comencé a pensar con mayor objetividad en ciertas experiencias, que siempre consideré tabúes.
Sorprendentemente, también me sentía más fuerte y más optimista. A veces, al respirar, era como si la energía poco a poco fluyera de regreso a mi cuerpo, calentando e hinchándome los músculos. Me involucré a tal grado en la tarea de la recapitulación que no requerí todo un mes para probar su valor. Dos semanas después del tiempo de inicio estipulado en la garantía, mientras cenábamos, pedí a Clara que buscara a alguien para sacar las cosas de mi departamento y almacenarlas. Clara me había sugerido esta opción en varias ocasiones anteriores, pero siempre rechacé su oferta, puesto que aún no estaba lista para comprometerme en esa forma. Se mostró encantada con mi petición.
– Se lo pediré a una de mis primas -indicó-. Ella se encargará de todo. No quiero que ninguna preocupación te impida concentrarte.
– Ahora que lo mencionas, Clara -repliqué-, hay una cosa que me molesta.
Clara esperó a que hablara. Le dije que me parecía sumamente extraño que nuestras comidas siempre estuviesen preparadas, aunque nunca la viera guisar o preparar los alimentos.
– Eso es porque nunca estás en casa durante el día -explicó Clara con tono prosaico-. Y por la noche te retiras temprano.
Era cierto que pasaba la mayor parte del tiempo en la cueva. Al regresar a la casa, comía en la cocina y luego permanecía en mi cuarto, porque el tamaño de la casa me intimidaba. Era enorme. No parecía abandonada, porque estaba llena al tope de muebles, libros y diversos adornos de cerámica, plata y esmalte tabicado. Todas las habitaciones estaban limpias y libres de polvo, como si una criada fuera regularmente a hacer la limpieza. No obstante, la casa parecía vacía porque no había gente en ella. En dos ocasiones Clara desapareció para llevar a cabo misteriosas diligencias que se negaba a comentar; en ese tiempo, el único ser vivo en la casa, aparte de mí, era Manfredo. También en ese tiempo, Manfredo y yo salimos a los cerros desde donde se dominaba la casa. Hice un esbozo de la casa y el terreno desde un punto de observación que creía haber encontrado yo misma. No quise admitir, en ese entonces, que Manfredo me guió hasta ahí.
Desde mi promontorio privado pasé horas tratando de calcular la orientación de la casa. Clara había indicado que seguía los puntos cardinales. No obstante, cuando la medí con un compás, la casa parecía tener una alineación ligeramente distinta. El terreno alrededor de la casa era lo que más me inquietaba, puesto que me resultó imposible calcular su extensión. Desde mi punto de observación vi que el terreno parecía mucho más extenso que al ser medido desde la casa misma. Clara me había prohibido pisar la parte de la casa ubicada al frente -el Este- al igual que el lado del Sur. No obstante, al dar la vuelta a la periferia de la casa calculé que las dos áreas eran idénticas a los lados occidental y del Norte, a los que sí tenía acceso. Pero al verse desde lejos no eran idénticas en absoluto y me resultaba imposible explicar la discrepancia.
Abandoné el intento de tratar de precisar la disposición de la casa y el terreno y dirigí mi atención a otro misterioso problema: los parientes de Clara. Aunque se refería a ellos constantemente en forma indirecta, yo aún no les veía ni rastro.
– ¿Cuándo regresarán tus parientes de la India? -pregunté a quemarropa.
– Pronto -replicó. Tomó su tazón de arroz con una mano y lo sujetó como lo hacen los chinos. Nunca la había visto usar los palillos antes y me maravillé ante la increíble precisión con la que los manejaba-. ¿Por qué te interesan tanto mis parientes? -preguntó.
– A decir verdad, Clara, no sé por qué, pero me causan mucha curiosidad -indiqué-. He tenido impresiones y pensamientos perturbadores en esta enorme casa.
– ¿Quieres decir que no te agrada la casa?
– Al contrario, me encanta. Sólo que es tan grande e inquietante.
– ¿Qué clase de impresiones y pensamientos te han perturbado? -preguntó, dejando su tazón en la mesa.
– A veces creo ver gente en el pasillo o escucho voces. Y siempre tengo la impresión de que alguien me observa, pero cuando miro a mi alrededor no hay nadie.
– Esta casa tiene más de lo que salta a la vista -admitió Clara-, pero eso no debería ser motivo de temor o preocupación para ti. Hay magia en esta casa, en la tierra y en las montañas alrededor de toda el área. Por ese motivo decidimos vivir aquí. De hecho, también es por ese motivo que tú misma decidiste vivir aquí, aunque no tengas la menor idea de que esa sea la razón de tu elección. Pero así debe ser. Has traído tu inocencia a esta casa y la casa, con todo el intento que tiene guardado, la convierte en sabiduría.
– Todo eso suena muy bonito, Clara, pero ¿qué significa exactamente?
– Siempre hablo contigo con la esperanza de que me entiendas -indicó Clara con un dejo de desilusión-. Cada uno de mis parientes, quienes te aseguro entrarán en contacto contigo tarde o temprano, te hablará en la misma forma. No vayas a creer que decimos tonterías sólo porque no nos entiendes.