"Ahora vuelve a mirar mi sombra -ordenó-. Pero trata de no considerarla simplemente como una sombra. Trata de atisbar la esencia de Clara, según la muestra su sombra-retrato.
De inmediato me puse tensa. Sería sometida a juicio y se evaluaría mi desempeño. Los sentimientos de competencia de mi infancia, de tener que superar a mis hermanos, volvieron a la superficie.
– No te pongas tensa -advirtió Clara, severa-. No es un concurso. Sólo es una delicia. ¿Entiendes? ¡Una delicia!
Había sido condicionada concienzudamente para reaccionar a las palabras. La palabra "delicia" me hundió en una confusión total y finalmente me produjo pánico. No está usando la palabra correctamente -fue lo único que alcancé a pensar-. Seguramente se refiere a otra cosa. Sin embargo, Clara repitió la palabra una y otra vez, como si quisiese que se me grabara.
Mantuve los ojos en su sombra. Tenía la impresión de que era hermosa, serena, llena de poder. No era tan sólo un área oscura, sino que parecía poseer profundidad, inteligencia y vitalidad. De súbito creí ver que la sombra de Clara se movía en forma independiente de cualquier movimiento del cuerpo de Clara. El movimiento fue tan increíblemente rápido que casi pasó desapercibido. Esperé, aguantando la respiración; lo miré, y le entregué toda mi atención. Entonces volvió a suceder, y esta vez definitivamente estaba preparada. La sombra se estremeció y se estiró, como si de repente se le hubieran inflado los hombros y el pecho. La sombra pareció haber cobrado vida.
Proferí un grito y me levanté de un salto. Le vociferé a Clara que su sombra estaba viva. Me dispuse a echarme a correr, aterrada ante la idea de que la sombra me persiguiese, pero Clara me detuvo, sosteniéndome el hombro.
Cuando me hube calmado lo suficiente para volver a hablar, le describí lo que había visto, manteniendo los ojos apartados del suelo todo el tiempo por miedo a ver otra vez la siniestra sombra de Clara.
– Observar el movimiento de las sombras significa que obviamente has liberado una enorme porción de energía con tu recapitulación -comentó Clara.
– ¿Estás segura que no me lo imaginé nada más, Clara? pregunté, con la esperanza de que dijera que sí.
– Tu intento la hizo moverse -declaró con mucha autoridad.
– ¿No crees que la recapitulación también perturba la mente? -pregunté-. Debo estar muy perturbada para ver a las sombras moverse por fuerza propia.
– No. El propósito de la recapitulación es romper con las suposiciones fundamentales que hemos aceptado a lo largo de nuestras vidas -explicó Clara con paciencia-. A menos que se rompa con ellas, no podemos impedir que el poder del recuerdo nuble nuestra conciencia.
– ¿A qué te refieres exactamente con el poder del recuerdo, Clara?
– El mundo es una enorme pantalla de recuerdos; al romperse ciertas suposiciones -indicó-, no sólo se pone freno al poder del recuerdo, sino que incluso se le cancela.
No entendí a qué se refería y tomé a mal que hiciera todo tan difícil de comprender.
– Probablemente el viento movió el polvo sobre el cual se proyectaba tu sombra -dije, para ofrecer una explicación razonable.
Clara meneó la cabeza.
– Trata de mirarla de nuevo y cerciórate de ello -sugirió.
Sentí carne de gallina en los brazos. Nada me obligaría a mirar otra vez su sombra.
– Insistes en que las sombras de la gente no se mueven solas -indicó Clara-, porque eso es lo que te dice tu capacidad de recordar. ¿Recuerdas haberlas visto moverse alguna vez?
No, por supuesto que no.
– Ahí está. Pero lo que te pasó hace un momento fue que tu capacidad normal de recordar se contuvo por un instante y viste a mi sombra moverse.
Clara me señaló con el dedo y se rió.
– Tampoco fue que el viento moviese el polvo -afirmó. Luego escondió su cabeza bajo el brazo, como una niña tímida. Se me hizo raro que, pese a ser una mujer adulta, nunca se veía ridícula haciendo ademanes infantiles.
"Te tengo noticias -prosiguió Clara-. De niña, viste a las sombras moverse, pero aún no eras una persona racional, así que estaba bien que se movieran. Al crecer, tu energía fue atada por las restricciones sociales y por eso se te olvidó que las viste moverse y sólo recuerdas lo que en tu opinión te está permitido recordar.
Estaba tratando de asimilar todo el alcance de lo que Clara estaba diciendo cuando de súbito recordé que, de niña, solía ver a las sombras menearse y retorcerse en las banquetas, sobre todo los días despejados de calor. Siempre me pareció que trataban de liberarse de las personas a quienes pertenecían. Me aterraba ver a las sombras volverse de lado para mirar atrás. Siempre me pareció extraño que los adultos ignoraran totalmente las travesuras de sus sombras.
Cuando se lo mencioné a Clara, concluyó que mi terror era producto del conflicto entre lo que en realidad veía y lo que me dijeron era posible y permisible ver.
– Creo que no te entiendo, Clara -dije.
– Trata de imaginarte a ti misma como un gigantesco almacén de recuerdos -sugirió-. En este almacén, otros y no tú han depositado sentimientos, ideas, diálogos mentales y patrones de comportamiento. Puesto que es tu almacén puedes entrar, hurgar por ahí a la hora que quieras y usar lo que encuentres. El problema es que no tienes ningún control sobre el inventario, puesto que fue establecido antes de que te posesionaras del almacén. Por eso te ves drásticamente limitada en tu selección de objetos.
Agregó que nuestras vidas parecen constituir una línea de tiempo ininterrumpida, porque nunca cambia el inventario en nuestros almacenes. Subrayó que, de no vaciar el almacén, no hay manera de ser lo que realmente somos.
Abrumada por mis recuerdos y por lo que Clara estaba explicando, me senté en una gran piedra. Con el rabo del ojo vi mi sombra y experimenté una sacudida de pánico al preguntarme: ¿qué hago si mi sombra no se sienta exactamente igual que yo?
– No soporto esto, Clara -exclamé al mismo tiempo que me ponía de pie de un salto-. Regresemos a la casa.
Clara me ordenó quedarme quieta.
– Calma la mente -indicó, sin quitarme la vista de encima- y el cuerpo también se tranquilizará; de otra manera, reventarás.
Clara sostuvo la mano izquierda delante del cuerpo con la muñeca apoyada justo arriba del ombligo; la palma vuelta hacia la derecha y los dedos, apretados unos contra otros, señalaban al frente. Me dijo que adoptara esa posición de la mano y mirara la punta de mi dedo medio. Miré por encima del caballete de la nariz, lo cual me obligó a mirar hacia abajo haciendo un ligero bizco. Explicó que mirar fijamente en esa forma sitúa nuestra conciencia fuera de nosotros en el suelo, disminuyendo así nuestra agitación interna.
A continuación dijo que inhalara profundamente a la vez que señalaba el suelo, dirigiendo mi intento a extraer de él una chispa de energía, como una gota de pegamento, sobre el dedo medio. Luego debía hacer girar la mano en la muñeca hacia arriba hasta que la base de mi pulgar me tocara el esternón. Debía contemplar la punta de mi dedo medio y contar hasta siete, para luego desplazar mi conciencia inmediatamente a la frente, a un punto ubicado entre los ojos y justo arriba del caballete de la nariz. Dicho desplazamiento, indicó, debe ser acompañado por el intento de transferir la chispa de energía del dedo medio al punto entre los ojos. Si se logra la transferencia, aparece una luz sobre la pantalla oscura tras los ojos cerrados. Afirmó que podemos enviar este luminoso punto de energía a cualquier parte de nuestro cuerpo para contrarrestar el dolor, la enfermedad, la aprensión o el miedo.
Alargó la mano y suavemente me oprimió el plexo solar.
– Si requieres una rápida recarga de energía, como ahora, ejecuta la respiración de poder que te voy a enseñar y te garantizo que te sentirás vigorizada.
Observé a Clara realizar una serie de cortas inhalaciones y exhalaciones por la nariz en rápida sucesión, haciendo vibrar el diafragma. La imité y tras respirar unas veinte veces, contrayendo y relajando mi diafragma, sentí que una ola de calor se me extendía por todo el abdomen.