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– ¿Es algún tipo de yoga?

Clara se encogió de hombros.

– Quizá tu camino y el de él se crucen de nuevo y él mismo responda a tu pregunta. Mientras tanto, estoy segura de que estos cristales te ayudarán a aclarar las cosas dentro de ti.

– ¿A qué te refieres con eso exactamente, Clara?

– ¿Qué aspecto de tu vida estabas recapitulando antes de dormirte? -preguntó, pasando por alto mi pregunta.

Le conté a Clara que estuve recordando cómo odiaba los quehaceres en mi casa. Parecía tardar horas en lavar los trastes. Lo peor era que veía por la ventana de la cocina cómo mis hermanos jugaban a la pelota. Les envidiaba el no tener que hacer trabajos domésticos y odiaba a mi madre por obligarme a hacerlos. Tenía ganas de romper sus valiosos platos, pero por supuesto nunca lo hice.

– ¿Cómo te sientes ahora al recapitularlo?

– Tengo ganas de darles de bofetadas a todos, incluyendo a mi mamá. No consigo perdonarla.

– Tal vez los cristales te ayuden a reencauzar tu intento y tu energía atrapada -indicó Clara en voz suave.

Guiada por un extraño impulso, deslicé los cristales entre mis dedos índice y medio. Encajaban cómodamente, como si estuvieran adheridos a mis manos.

– Veo que ya sabes cómo sostenerlos -comentó Clara-. El maestro brujo me instruyó enseñarte, en caso de que los sostuvieras correctamente por tu propia cuenta, un movimiento indispensable que puedes realizar con estos cristales.

– ¿Qué clase de movimiento, Clara?

– Un movimiento de poder -replicó-. Después te explicaré más acerca de su origen y propósito. Por ahora, sólo deja que te enseñe cómo realizarlo.

Me indicó que apretara con firmeza los cristales entre mis dedos índice y medio de cada mano. Ayudándome por la espalda, con suavidad me llevó a estirar los brazos delante de mí, a la altura de los hombros, y los hizo girar en sentido contrario al reloj. Hizo que comenzara por trazar círculos grandes que se hicieron cada vez más pequeños, hasta que el movimiento se detuvo y los cristales se convirtieron en dos puntos que señalaban la distancia; sus líneas imaginarias, extendidas, convergían en un punto del horizonte.

– Al trazar los círculos, asegúrate de mantener las palmas de la una frente a la otra -me corrigió-. Y siempre comienza con círculos grandes y continuos. De esta manera reunirás energía que luego podrás enfocar en cualquier cosa que desees afectar, ya sea un objeto, un pensamiento o un sentimiento.

– ¿Cómo afecta apuntar con los cristales? -pregunté.

– Mover los cristales y apuntarlos como te lo enseñé extrae la energía de las cosas -explicó-. El efecto es el mismo como cuando se desactiva una bomba. Eso es exactamente lo que quieres hacer en esta etapa de tu entrenamiento. Así que no gires los brazos nunca, bajo ninguna circunstancia, en la dirección del reloj al sostener los cristales.

– ¿Qué pasaría si los hiciera girar en esa dirección?

– No sólo producirías una bomba, sino que prenderías la mecha y causarías una explosión gigantesca. La dirección de las manecillas del reloj sirve para cargar las cosas, para ahorrar energía para cualquier empresa. Guardaremos ese movimiento para cuando estés más fuerte.

– Pero ¿no es eso lo que necesito ahora, Clara? ¿Ahorrar energía? Me siento tan agotada.

– Claro que necesitas ahorrar energía -accedió-, pero por ahora debes lograrlo eliminando tu tendencia a entregarte a absurdeces. Puedes ahorrar mucha energía con simplemente no hacer las cosas a las que estás acostumbrada, como quejarte, sentir lástima de ti misma o preocuparte por cosas que no tienen remedio. Quitar la mecha a estas cuestiones te infundirá una energía positiva y nutritiva que ayudará a equilibrarte y a curarte.

"Por el contrario, la energía que reunirías al mover los cristales en dirección del reloj es un tipo virulento de energía, un estallido devastador que no serías capaz de soportar en este momento. Por eso prométeme que bajo ninguna circunstancia lo intentarás.

– Lo prometo, Clara. Pero suena bastante tentador.

– El maestro brujo que te dio estos cristales está observando tu progreso -advirtió-, así que no debes darles mal uso.

– ¿Por qué este maestro brujo tiene interés en observarme? -no pude evitar un dejo de curiosidad morbosa en mi pregunta. Me sentía inquieta, pero al mismo tiempo halagada porque un hombre se tomara la molestia de observarme, aunque fuese desde lejos.

– Tiene intenciones contigo -replicó Clara indiferente.

Mi alarma fue instantánea. Apreté el puño y me levanté de un salto, indignada.

– No seas tan tonta como para sacar conclusiones equivocadas -dijo Clara, molesta-. Te aseguro que nadie quiere cogerte. De veras tienes que recapitular detalladamente tus encuentros sexuales, Taisha, para deshacerte de tus sospechas absurdas.

Su tono, desprovisto de todo sentimiento, y su elección vulgar de palabras por algún motivo me serenaron. Volví a sentarme y balbuceé una disculpa.

Clara se llevó un dedo a los labios.

– No estamos dedicados a ocupaciones ordinarias -aseveró-. Entre más pronto te lo metas a la cabeza, mejor. Al hablar de intenciones me refiero a intenciones sublimes; a maniobras para un espíritu audaz. Pese a lo que crees, eres muy audaz. Mira dónde te encuentras ahora. Todos los días te pasas horas sentada sola en una cueva, borrando tu vida por medio de la recapitulación. Eso requiere valor.

Confesé que me alarmaba mucho cada vez que recordaba cómo la había seguido y ahora vivía en su casa, como si fuese lo más natural en el mundo.

– Siempre me ha desconcertado -indicó-, pero nunca te he preguntado abiertamente qué te impulsó a seguirme de tan buena gana. Yo misma no lo hubiera hecho.

– Mis padres y hermanos siempre me decían que estoy loca -admití-. Supongo que esa debe ser la razón. Una extraña emoción está contenida dentro de mí y debido a ella siempre termino haciendo barbaridades.

– ¿Como qué, por ejemplo? -sus ojos centelleantes me instaron a confiar en ella.

Vacilé. Recordaba docenas de cosas, cada una un suceso traumático que descollaba como un hito para marcar un momento en el que mi vida tomaba un giro… siempre para el peor lado. No mencionaba estas catástrofes nunca, aunque estuviese dolorosamente consciente de ellas, y durante los pasados meses de intensa recapitulación muchas de ellas se habían tornado aún más intensas y vivas.

– A veces hago cosas tontas -indiqué, sin querer entrar en detalles.

– ¿Qué quieres decir con cosas tontas? -insistió Clara.

Después de más instancias por su parte, le di un ejemplo y le conté una experiencia que tuve no mucho tiempo antes en Japón, adonde viajé para participar en un torneo internacional de karate. Ahí, en el Budokan de Tokio, me humillé delante de decenas de miles de personas.

– ¿Decenas de miles de personas? -repitió-. ¿No exageras un poco?

– ¡Claro que no! -repliqué-. ¡El Budokan es el auditorio más grande de la ciudad y estaba llenísimo! -al recordar el incidente, me di cuenta de que estaba apretando los puños y de que el cuello se me estaba poniendo tenso. No quise continuar-. ¿No es mejor dejar el asunto por la paz? -pregunté-. Además, ya recapitulé mis experiencias con el karate.

– Es importante que hables de tu experiencia -insistió Clara-. Tal vez no te la representaste mentalmente con suficiente claridad o no la inhalaste a conciencia. Aún parece ejercer dominio sobre ti. Mírate, estás empezando a sudar de los nervios.

Para aplacarla, describí cómo mi profesor de karate dejó escapar una vez que en su opinión las mujeres éramos seres más bajos que los perros. Según él, las mujeres no cabíamos en el mundo del karate, mucho menos en los torneos. Esa vez, en el Budokan, quería que sólo sus alumnos varones subieran al podio para presentarse. Le dije que no había hecho el viaje hasta el Japón sólo para estar sentada a un lado y ver cómo competía el equipo de los varones. Me advirtió que fuese más respetuosa, pero me enfurecí a tal grado que hice algo desastroso.