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– ¿Quieres decir que hay una oportunidad de no morir? -pregunté-. En serio, Clara, ¿no estás exagerando?

– Todos tenemos una oportunidad de lograr la libertad -replicó con voz suave-, pero depende de cada uno de nosotros agarrarla y convertirla en realidad.

Explicó que al ahorrar energía podemos disolver nuestras ideas preconcebidas acerca del mundo y el cuerpo, para así abrir espacio en nuestro almacén para otras posibilidades. La oportunidad de no morir era una de estas posibilidades. Afirmó que la mejor explicación de esta extravagante alternativa fue proporcionada por los sabios de la antigua China. Según aseveraban, es viable que la conciencia personal de uno, o Te, se enlace intencionalmente con la conciencia global o Tao. Entonces, al llegar la muerte, la conciencia individual no se dispersa, como en la muerte ordinaria, sino que se expande y se une con el todo más grande.

Agregó que la recapitulación en el marco de una cueva parecida a un capullo me había permitido reunir y ahorrar energía. Ahora debía utilizar esa energía para fortalecer mi lazo con la fuerza abstracta llamada el espíritu.

– Por eso tienes que cultivar el jardín y absorber su energía y también la energía del sol -indicó-. El sol otorga su energía a la tierra y hace crecer las cosas. Si permites que la luz del sol entre en tu cuerpo, tu energía también florecerá.

Clara me pidió lavarme las manos en una cubeta de agua y sentarme en un tronco a la orilla de un claro ubicado fuera del huerto, porque iba a mostrarme cómo empezar a dirigir mi atención hacia el sol. Dijo que siempre llevara un sombrero de ala ancha, a fin de protegerme la cabeza y la cara. También me advirtió no efectuar nunca ninguno de los pases de respiración que estaba a punto de mostrarme por más de unos cuantos minutos a la vez.

– ¿Por qué se llaman pases de respiración? -pregunté.

– Porque el preestablecido intento de estos pases es pasar la energía de la respiración al área donde fijemos nuestra atención. Puede ser un órgano en nuestro cuerpo, un canal de energía o incluso un pensamiento o un recuerdo, como en el caso de la recapitulación. Lo importante es que la energía se trasmita cumpliendo de este modo el intento establecido de antemano; el resultado es pura magia, porque parece haber brotado de la nada. Por eso llamamos pases brujos a estos movimientos y respiraciones.

Clara me instruyó volver la cara hacia el sol, con los ojos cerrados, y luego inhalar profundamente por la boca y jalar el calor y la luz del sol al estómago. Debía sostenerlos ahí el más tiempo posible, luego tragar y finalmente exhalar el aire que quedara.

– Finge que eres un girasol -dijo en son de broma-. Siempre conserva la cara hacia el sol al respirar. La luz del sol carga la respiración de poder. Así que asegúrate de tomar grandes tragos de aire y de llenar completamente los pulmones. Hazlo tres veces.

Explicó que en este ejercicio la energía del sol automáticamente se extiende por todo el cuerpo. Pero era posible enviar en forma deliberada los rayos curativos del sol a cualquier área, tocando el punto al que queremos que vaya la energía, o simplemente usando la mente para dirigir la energía hacia él.

– En realidad, después de haber practicado esta respiración lo suficiente, ya no se necesitan usar las manos -prosiguió-. Es posible representarse mentalmente cómo los rayos del sol fluyen de manera directa a una parte específica del cuerpo.

Sugirió que efectuara las mismas tres respiraciones, pero respirando esta vez por la nariz e imaginándome el fluir descendente de la luz a la espalda, impartiendo energía a los canales a lo largo de mi espina. De esta manera, los rayos del sol inundarían todo mi cuerpo.

– Si quieres pasar por alto completamente la respiración por la nariz o la boca -dijo Clara-, puedes respirar de manera directa con el estómago, el pecho o la espalda. Incluso puedes subir la energía por el cuerpo a través de las plantas de los pies.

Me indicó concentrarme en el bajo abdomen, en el punto justo debajo del ombligo, y respirar de manera relajada, hasta percibir la formación de un lazo entre mi cuerpo y el sol.

Al inhalar bajo su dirección, pude sentir cómo el interior de mi estómago se calentaba y se llenaba de luz. Después de un rato, Clara me indicó que practicara respirar con otras áreas. Me tocó la frente en el punto entre los ojos. Al concentrar mi atención en ese lugar, la cabeza se me inflamó con un brillo amarillo. Clara recomendó que absorbiera lo más posible de la vitalidad del sol aguantando la respiración, para luego hacer girar los ojos con el reloj antes de exhalar. Seguí sus instrucciones y el brillo amarillo se intensificó.

– Ahora ponte de pie y trata de respirar con la espalda -dijo, y me ayudó a quitarme la chamarra.

Volví la espalda al sol y traté de fijar la atención en los diversos centros que señaló, tocándome. Uno se encontraba entre mis omóplatos, otro estaba en mi nuca. Al respirar, representándome mentalmente al sol en la espalda, sentí un calor que me subía y bajaba por la columna y luego se me precipitó a la cabeza. Me mareé tanto que casi perdí el equilibrio.

– Basta por hoy -dijo Clara, pasándome la chamarra.

Me senté sintiéndome mareada, como si estuviese alegremente borracha.

– La luz del sol es total poder -indicó Clara-. Al fin y al cabo, es la energía más intensamente concentrada que tenemos.

Afirmó que una línea invisible de energía sale directamente de la parte superior de la cabeza hacia arriba, al reino del no ser. O puede bajar del reino del no ser hasta nosotros por una abertura ubicada exactamente en el centro de la parte superior de la cabeza.

– Si quieres, puedes llamarla la línea de la vida que nos enlaza con una conciencia mayor -afirmó-. El sol, de usarse correctamente, carga esta línea y la hace entrar en acción. Por eso siempre debe protegerse la parte de arriba de la cabeza.

Clara dijo que iba a enseñarme otro poderoso pase brujo antes de que volviéramos a la casa, el cual involucraba una serie de movimientos del cuerpo. Afirmó que debía ejecutarse en un solo movimiento, con fuerza, precisión y gracia, pero sin forzarse.

– No puedo insistir demasiado en que practiques todos los pases que te he enseñado -indicó-. Son los compañeros indispensables de la recapitulación. Éste hizo milagros para mí. Obsérvame con atención. Fíjate si alcanzas a ver mi doble.

– ¿Tu qué? -pregunté, presa del pánico. Tenía miedo de perderme de algo crucial o de no saber qué pensar de ello aunque lo viese.

– Observa mi doble -repitió, articulando las palabras con cuidado-. Es como una doble exposición. Tienes suficiente energía para intentar conmigo el resultado de este pase brujo.

– Pero dímelo de nuevo, Clara; ¿cuál es el resultado?

– El doble. El cuerpo etéreo. La contraparte del cuerpo físico que, para ahora ya debes saber o al menos sospechar, no constituye una mera proyección de la mente.

Se dirigió a un área de suelo parejo y se colocó con los pies juntos y los brazos en los costados.

– Clara, espera. Estoy segura de que no tengo energía suficiente para ver a lo que te refieres, porque ni siquiera lo comprendo como concepto.

– No importa que no lo comprendas como concepto. Sólo observa con atención; tal vez yo tenga suficiente poder para que las dos intentemos mi doble.

Con el movimiento más ágil que le había visto ejecutar hasta ese momento, subió los brazos arriba de la cabeza, uniendo las palmas de las manos en un ademán de rezo. Luego se arqueó hacia atrás, formando una curva elegante con los brazos estirados detrás de ella, casi hasta el suelo. Lanzó el cuerpo lateralmente a la izquierda, de modo que en un instante terminó inclinada al frente, casi tocando el suelo. Y antes de que pudiese siquiera abrir la boca por la sorpresa, se había lanzado de regreso y su cuerpo se encontraba arqueado hacia atrás, lleno de gracia.

Se lanzó de ida y de vuelta otras dos veces, como para darme la oportunidad de observar sus movimientos llenos de inconcebible velocidad y gracia, o quizá la oportunidad de ver su doble. En cierto punto de su movimiento la vi como una forma brumosa, como si fuese una fotografía de tamaño natural en doble exposición. Por una fracción de segundo dos Claras estaban moviéndose, la una un milisegundo detrás de la otra.