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– En cierta forma, así es -replicó Clara-. Pero por el momento es mejor no fijarse en el hecho de que estas prácticas son brujería.

– ¿Por qué no?

– Porque nos interesa algo que está más allá de los rituales y conjuros esotérico y aberrantes de la antigüedad. Verás, creemos que sus extrañas prácticas y su búsqueda obsesiva del poder sólo dieron como resultado un mayor realce del yo. Esto constituye un callejón sin salida, porque no conduce nunca a la libertad total, que es lo que nosotros buscamos. El peligro radica en que la disposición de esos brujos fácilmente influye en uno.

– No influiría en mí -le aseguré.

– Realmente no puedo decirte más por el momento -indicó, exasperada-. Pero averiguarás más conforme avances.

Me sentí traicionada y protesté con vehemencia. La acusé de jugar deliberadamente con mi mente y sentimientos, al tentarme con trocitos de información que despertaban mi curiosidad y con la promesa de que todo sería esclarecido en un momento incierto del futuro.

Clara pasó mis protestas por alto completamente. Era como si yo no hubiese dicho una sola palabra. Se puso de pie, caminó hasta el montón de piedras y levantó una de ellas como si fuera de unicel. Después de meditar por un momento qué lado debía quedar hacia arriba, colocó la piedra en el borde del camino. Luego acomodó otras dos piedras, del tamaño de unos balones de fútbol americano, a ambos lados de la primera. Una vez satisfecha con su colocación, dio unos pasos hacia atrás para estudiar el efecto. Debí admitir que el camino, las piedras grises colocadas por ella y las dentadas hojas verdes de las plantas formaban una composición sumamente armoniosa.

– Lo que importa es la gracia con la que manejes las cosas -me recordó Clara al recoger otra piedra-. Tu estado interior es reflejado por tu forma de moverte, hablar, comer o colocar piedras. No importa qué hagas, mientras reúnas energía con tus acciones y la transformes en poder.

Por un rato, Clara miró la vereda, como si estuviera meditando dónde poner la piedra que tenía en las manos. Al encontrar un sitio adecuado, la depositó con cuidado y le dio una palmadita afectuosa.

– Como artista, deberías saber que hay que colocar las piedras donde estén en equilibrio -dijo-, no donde resulte más fácil para ti dejarlas caer. Por supuesto, si estuvieras imbuida de poder podrías dejarlas caer como fuese y el resultado sería la belleza misma. Comprender esto es el verdadero propósito del ejercicio de colocar las piedras.

Por el tono de su voz y la disposición fea y errática de mis piedras, comprendí que de nuevo había fracasado en mi tarea. Sentí un desaliento extremo.

– Clara, no soy artista -confesé-. Sólo una estudiante de arte. De hecho, una ex estudiante. Dejé la escuela hace un año. Me gusta dármelas de artista, pero hasta ahí llego. La verdad es que soy una nulidad.

– Todos somos nulidades -me recordó Clara.

– Ya lo sé. Pero tú eres una nulidad misteriosa y poderosa, mientras que yo soy una nulidad mezquina, estúpida e insignificante. Ni siquiera sé colocar unas tontas piedras. No hay…

Clara me tapó la boca con la mano.

– No digas ni una palabra más -advirtió-. Te lo diré otra vez: cuídate de lo que digas en voz alta en esta casa. ¡Sobre todo a la hora del crepúsculo!

Casi había oscurecido por completo. Todo se encontraba en quietud absoluta, produciendo una atmósfera casi espectral. Los pájaros guardaban silencio. Todo se había sosegado; incluso el viento, tan molesto un poco antes, cuando traté de rastrillar las hojas, se había apaciguado.

– Es la hora sin sombras -susurró Clara-. Sentémonos debajo de este árbol en la oscuridad, para averiguar si eres capaz de convocar el mundo de las sombras.

– Espera un momento, Clara -dije con un fuerte susurro, que rayaba en un grito-. ¿Qué me vas a hacer? -Olas de nerviosismo me acalambraban el estómago; a pesar del frío, la frente se me cubrió de sudor.

Entonces Clara me preguntó con toda franqueza si había practicado las respiraciones y los pases brujos que me enseñó. Deseaba, más que ninguna otra cosa, decirle que sí los había practicado, pero hubiera sido una mentira. En realidad los había practicado mínimamente, sólo para no olvidarlos, porque la recapitulación agotaba toda mi energía y no me dejaba tiempo para nada más. Por la noche estaba demasiado cansada para hacer nada y sólo me acostaba.

– No lo has hecho con regularidad o no te encontrarías en este triste estado ahora -indicó Clara, acercándose a mí-. Estás temblando como una hoja. Hay un secreto relacionado con la respiración y los pases que te he enseñado, el cual los hace inestimables.

– ¿Cuál es? -tartamudee.

Clara me dio un golpecito en la cabeza.

– Deben practicarse todos los días o son inútiles. No se te ocurriría dejar de comer o de beber agua, ¿verdad? Los ejercicios que te he enseñado son aún más importantes que el alimento y el agua.

Se había dado a entender claramente. Juré en silencio que los realizaría todas las noches antes de acostarme y otra vez al despertar por la mañana, antes de salir para la cueva.

– El cuerpo humano cuenta con un sistema adicional de energía que entra en juego en situaciones de intenso esfuerzo -explicó Clara-. Y esa situación se produce cada vez que hacemos algo en exceso. Como preocuparnos demasiado por nosotros mismos y nuestro desempeño, como tú lo estás haciendo ahora. Por eso uno de los preceptos fundamentales del arte de la libertad es evitar los excesos.

Afirmó que los movimientos que me estaba enseñando, ya sea que los quisiera llamar respiraciones o pases brujos, eran importantes porque operan directamente sobre el sistema de reserva. La razón por la cual se les puede calificar de pases indispensables es porque permiten el paso de mayor energía adicional a nuestro sistema de reserva. De esta manera, cuando debemos entrar en acción, en lugar de que el esfuerzo nos agote nos tornamos más fuertes y disponemos de energía sobrante para tareas extraordinarias.

– Ahora, antes de que convoquemos el mundo de las sombras, te enseñaré otros dos pases brujos indispensables, que combinan la respiración y los movimientos -prosiguió-. Realízalos todos los días y, además de no cansarte ni enfermarte, dispondrás de mucha energía sobrante para enfocar tu intento.

– ¿Para enfocar qué?

– Tu intento -repitió Clara-. Para dirigir tu intento al resultado de todo lo que hagas. ¿Te acuerdas?

Me sujetó de los hombros y me volteó hasta quedar cara al norte.

– Este movimiento es particularmente importante para ti, Taisha, porque tus pulmones están débiles de tanto llorar -indicó-. Toda una vida de sentir lástima de ti misma definitivamente ha hecho estragos en tus pulmones.

Su declaración me sacudió y me hizo poner atención. La observé doblar las rodillas y los tobillos y adoptar la postura llamada "caballo erguido" en las artes marciales, la cual imita la posición sentada de un jinete montado a caballo, con las piernas ligeramente curvas separadas a la distancia de los hombros. El dedo índice de su mano izquierda señalaba hacia abajo, mientras que sus demás dedos estaban encogidos en la segunda articulación. Al comenzar a inhalar, volteó la cabeza lo más posible hacia la derecha, suavemente pero con fuerza, e hizo girar el brazo izquierdo por encima de la cabeza, dibujando un círculo completo hacia atrás hasta quedar con la base de la palma izquierda apoyada en el coxis. Simultáneamente llevó el brazo derecho hacia atrás, en la cintura, y colocó el puño derecho sobre el dorso de su mano izquierda, apretándolo contra la muñeca izquierda.

Con el puño derecho fue empujando el brazo izquierdo hacia arriba por su columna vertebral, con el codo izquierdo apuntado hacia afuera, y terminó la inhalación. Contuvo el aliento, contando hasta siete. Luego soltó la tensión del brazo izquierdo, lo bajó otra vez al coxis y lo hizo girar desde el hombro directamente hacia arriba hasta el frente, terminando con la base de la palma izquierda descansando en el pubis. Al mismo tiempo llevó el brazo derecho al frente por la cintura, colocó el puño derecho sobre el dorso de la mano izquierda y empujó el brazo izquierdo hacia arriba por el abdomen, al terminar de exhalar.