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Nélida se rió de mi exabrupto. Me despeinó de la misma manera en que lo había hecho el nagual, con un ademán reconfortante y totalmente familiar al mismo tiempo.

– Nadie quiere dominarte, Taisha -dijo en tono amistoso. Su aire apacible sirvió para disipar mi enfado-. Te he dicho todo esto porque necesito prepararte para una maniobra específica.

La escuché con mucha atención, porque su tono me hacía intuir que estaba a punto de revelarme algo pasmoso.

– Clara te condujo hasta tu nivel actual, de una manera sumamente artística y eficaz. Estarás para siempre endeudada con ella. Ahora que terminó su tarea, se ha ido. Y lo triste es que ni siquiera le diste las gracias por sus cuidados y gentileza.

Un terrible e innombrable sentimiento empezó a cobrar forma dentro de mí.

– Espere un momento -musité-. ¿Clara se fue?

– Sí, así es.

– Pero regresará, ¿no es cierto? -pregunté.

Nélida meneó la cabeza.

– No. Como ya te dije, su trabajo terminó.

En ese momento tuve el único sentimiento verdadero de toda mi vida. En comparación con él, nada de lo que había sentido hasta entonces fue real; ni mis fastidios, ni mis arranques de ira, ni mis arrebatos de afecto, ni siquiera mi autocompasión eran reales en comparación con el dolor abrasador que experimenté en ese instante. Fue tan intenso que me entumeció. Quise llorar, pero no pude hacerlo. Entonces supe que el verdadero dolor no produce lágrimas.

– ¿Y Manfredo? ¿También se fue? -pregunté.

– Sí. Su trabajo, que era cuidarte, terminó también.

– ¿Y el nagual? ¿Volveré a verlo?

– En el mundo de los brujos todo es posible -dijo Nélida, tocándome la mano-. Pero una cosa es cierta: no es un mundo que pueda darse por sentado. En él debemos expresar nuestro agradecimiento ahora mismo, porque no existe el mañana.

La miré sin verla, totalmente pasmada. Devolvió mi mirada y susurró:

– El futuro no existe. Es hora de que lo comprendas. Y cuando termines de recapitular y hayas borrado el pasado por completo, sólo te quedará el presente. Entonces sabrás que el presente sólo es un instante, nada más.

Nélida me frotó la espalda suavemente y me indicó que respirara. Estaba tan afligida que había dejado de respirar.

– ¿Alguna vez podré cambiar? ¿Hay alguna oportunidad para mí? -pregunté, suplicante.

Sin responder, Nélida se dio la vuelta y se encaminó a la casa. Al llegar a la puerta trasera me indicó, con una señal del índice, que la siguiera al interior.

Quise correr detrás de ella, pero no pude moverme. Empecé a lloriquear y de repente me salió un gemido extrañísimo, un sonido que no era del todo humano. Comprendí por qué Clara me había amarrado su faja protectora en el estómago: para defenderme de ese golpe. Me acosté boca abajo sobre el montón de hojas y dentro de ellas solté el grito animal que me sofocaba. No alivió mi angustia. Saqué los cristales, los acomodé entre mis dedos e hice girar los brazos en círculos cada vez más pequeños, contra el sentido del reloj. Apunté los cristales a mi indolencia, mi cobardía y mi inútil autocompasión.

16

Nélida me esperaba con paciencia en la puerta trasera. Había tardado horas en calmarme. La tarde estaba avanzada. La seguí al interior de la casa. En el pasillo, justo delante de la sala, se detuvo de manera tan brusca que casi choqué con ella.

– Como te dijo Clara, vivo del lado izquierdo de la casa -indicó, volviéndose para mirarme-. Y te llevaré ahí. Pero primero pasemos a la sala y sentémonos por un rato, para que recobres el aliento.

Estaba jadeando y el corazón me latía a una velocidad inquietante.

– Estoy en buenas condiciones físicas -le aseguré-. Practicaba kung fu con Clara todos los días. Pero ahora no me siento muy bien.

– No te preocupes por estar sin aliento -dijo Nélida en tono tranquilizador- La energía de mi cuerpo está ejerciendo presión sobre ti. Es debido a esa presión adicional que el corazón te late más de prisa. Una vez que te acostumbres a mi energía, ya no te molestará.

Me tomó de la mano y me llevó a sentarme sobre un cojín en el piso, con la espalda apoyada en la parte delantera del sofá.

– Cuando estés agitada, como ahora, apoya la región lumbar de tu espalda en un mueble. O dobla los brazos hacia atrás, apretando con las manos la parte de arriba de tus riñones.

Sentarme en el piso con la espalda apoyada en esa forma definitivamente me calmó. En unos cuantos instantes, pude respirar normalmente y ya no sentía el estómago hecho nudos.

Observé a Nélida caminar de un lado al otro delante de mí.

– Ahora dejemos algo claro, de una vez por todas -dijo, sin interrumpir sus pasos livianos y reposados-. Cuando dije que soy responsable de ti, me refería a que estoy a cargo de tu total libertad. Así que no me vengas con más tonterías acerca de tus esfuerzos por independizarte. No me interesan tus enojos pueriles con tu familia. Pese a que has estado reñida con ella durante toda la vida, tu lucha carece de propósito y dirección. Es hora de dar una causa digna a tu fuerza natural y tu impulso compulsivo.

Noté que su paseo por la sala no era nervioso en absoluto. Más bien parecía una forma de captar mi atención, porque me tranquilizó por completo, además de mantenerme atenta.

Nuevamente le pregunté si volvería a ver a Clara y a Manfredo alguna vez. Nélida fijó en mí una mirada despiadada que me hizo sentir escalofríos.

– No, no los verás -contestó-. Al menos no en este mundo. Ambos han dedicado un esfuerzo impecable a tu preparación para el gran vuelo. Sólo si logras despertar a tu doble y pasar a lo abstracto volverás a verlos. Si no, se convertirán en recuerdos que o se los contarás a otros o se quedarán guardados dentro de ti, pero que irás olvidando poco a poco.

Le juré que no olvidaría jamás a Clara ni a Manfredo; formarían para siempre parte de mí, aunque nunca los volviese a ver. Pese a que algo dentro de mí estaba consciente de esto, no soporté la idea de una separación tan terminante. Quise llorar, como lo había hecho con tanta facilidad durante toda mi vida, pero mi pase brujo con los cristales de algún modo había surtido efecto; había perdido la capacidad de llorar. Ahora que realmente necesitaba llorar, no pude hacerlo. Estaba vacía por dentro. Era yo como siempre había sido: fría. Excepto que ya no me quedaban pretensiones. Recordé lo que Clara me había dicho, que la frialdad no equivale a crueldad ni a falta de corazón sino a una indiferencia inflexible. Por fin supe lo que significaba no tener compasión.

– No te concentres en tu pérdida -dijo Nélida al percibir mi estado de ánimo-. Al menos no por el momento. Mejor veamos algunas maneras útiles para reunir energía a fin de que intentes lo inevitable: el vuelo abstracto. Ahora sabes que nos perteneces a nosotros, a mí en particular. Hoy mismo debes tratar de pasar a mi lado de la casa.

Nélida se quitó los zapatos y se sentó en un sillón enfrente de mí. Con un solo movimiento lleno de gracia, subió las rodillas al pecho y plantó los pies en el asiento. La amplia falda le cubría las pantorrillas, de modo que sólo se le veían los tobillos y los pies.

– Ahora trata de no juzgar ni de ser tímida o malpensada -dijo.

Antes de que pudiera responder, levantó la falda y separó las piernas.

– Observa mi vagina -ordenó-. El agujero entre las piernas de una mujer es la abertura energética de la matriz, un órgano que es a la vez poderoso y competente.

Horrorizada, descubrí que Nélida no traía ropa interior. Podía ver su entrepierna. Quise apartar la vista, pero quedé hipnotizada. Sólo pude mirarla, con la boca medio abierta. No tenía vello y su vientre y piernas eran duros y lisos, sin vestigio de arrugas ni de grasa.

– Puesto que no existo en el mundo como hembra, mi matriz ha adquirido un carácter distinto del carácter de una indisciplinada mujer común y corriente -dijo Nélida sin indicios de pena-. Así que simplemente no deberías de verme de manera despectiva.