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– ¿De lo más profundo de mí misma?

– Deja que la palabra explote desde adentro de ti, fuerte y clara, desde tu región abdominal. De hecho, debes gritar la palabra intento con toda tu fuerza.

Vacilé. Aborrecía gritar y me desagradaba que la gente levantara la voz al hablar conmigo. De niña, aprendí que era descortés gritar y me daba pavor cuando mis padres discutían en voz alta.

– No seas tímida -dijo Nélida-. Grita con toda fuerza y todas las veces que sea necesario.

– ¿Cómo sabré cuándo parar?

– Te pararás cuando algo suceda o cuando yo te diga que pares porque no ha sucedido nada. ¡Hazlo! ¡Ahora!

Pronuncié la palabra intento; mi voz sonaba vacilante, débil, insegura. Hasta yo misma pensé que carecía de convicción. Sin embargo, seguí repitiéndola, cada vez con más vigor. Mi voz no se tornó profunda sino aguda y fuerte, hasta que proferí un grito espeluznante que no era mío, dándome tal susto que casi me desmayé. Sin embargo, lo había escuchado antes. Era el mismo sonido agudo que escuché el día en que Clara y Manfredo entraron corriendo a la casa, dejándome debajo del árbol. Comencé a temblar y me mareé tanto que me desplomé ahí mismo, apoyada en el marco de la puerta.

– ¡No te muevas! -ordenó Nélida, pero era demasiado tarde. Ya me había desmoronado en el piso, sin fuerzas.

– Qué lástima que te moviste, cuando debías quedarte donde estabas -dijo Nélida severamente, pero esbozó una sonrisa al ver que me encontraba al borde del desmayo. Se puso en cuclillas a mi lado y me frotó las manos y el cuello para revivirme.

– ¿Por qué me hizo gritar? -musité, enderezándome apoyada en la pared.

– Estábamos tratando de llamar la atención de tu doble -afirmó Nélida-. Al parecer la conciencia universal tiene dos niveles: el nivel de lo visible, del orden, de todo lo que es posible pensar o nombrar; y el nivel no manifiesto de la energía, que crea y sostiene todas las cosas.

"Puesto que nos atenemos al lenguaje y a la razón -continuó Nélida-, el nivel de lo visible es lo que consideramos como la realidad. Parece poseer un orden, es estable y predecible. Sin embargo, en realidad es escurridizo, temporal y siempre cambiante. Lo que juzgamos como la realidad permanente sólo es la apariencia superficial de una fuerza insondable.

Tenía tanto sueño que apenas pude atender a sus palabras. Bostecé varias veces para absorber más aire. Nélida se rió al verme abrir los ojos de manera exagerada, para convencerla de que contaba con toda mi atención.

– Lo que tú y yo pretendemos con todos estos gritos -prosiguió- no es llamar la atención de la realidad visible sino la atención de lo invisible, de la fuerza que constituye la fuente de tu existencia y que esperamos te transporte sobre el abismo.

Quería escuchar lo que me estaba diciendo, pero un extraño pensamiento me distrajo. Justo antes de desplomarme en el piso, había tenido una rara visión. Observé que el aire en el pasillo detrás de la puerta burbujeaba, al igual que en la oscuridad de mi cuarto la primera noche que dormí en la casa.

Mientras Nélida seguía hablando, me volví para asomarme otra vez al pasillo, pero ella se colocó delante de mí y me obstruyó la vista. Se inclinó y recogió una hoja que debió salirse, mientras estuve gritando, del bulto protector que Clara me había amarrado alrededor de la cintura.

– Tal vez esta hoja ayude a esclarecer las cosas -indicó, alzándola para que la viera. Hablaba rápidamente, como si estuviese consciente de que mi atención menguaba y quisiera exponer lo más posible antes de que mi mente volviese a divagar-. Su textura es seca y quebradiza; su forma, plana y redonda; su color, café con un toque de carmesí. Reconocemos que se trata de una hoja gracias a nuestros sentidos, que son nuestros instrumentos de percepción, y a nuestro pensamiento, que otorga nombres a las cosas. Sin ellos la hoja sería energía abstracta, pura y no diferenciada. La misma energía etérea e irreal que fluye a través de esta hoja fluye a través de todo y lo sostiene todo. Nosotros, al igual que todo lo demás, somos reales, por una parte, y sólo apariencia por otra.

Con cuidado depositó la hoja otra vez en el piso, como si fuera tan frágil que se haría añicos al menor contacto.

Nélida se detuvo por un instante, como para esperar a que mi mente asimilara lo que había dicho, pero mi atención fue atraída nuevamente por la puerta abierta del pasillo, donde filamentos de luz manaban a través de una gran ventana al fondo. Tuve la fugaz visión de varios hombres y mujeres; es decir, por un instante tres o cuatro personas sacaron las cabezas de las puertas que daban al pasillo. Al parecer todos fueron despertados al mismo tiempo por mis gritos, sacando las cabezas de sus recámaras para ver de qué se trataba el escándalo.

– Definitivamente te falta disciplina -me gritó Nélida-. Tu capacidad para sostener la atención es muy deficiente.

Traté de decirle a Nélida lo que había visto, pero me dominó con una sola mirada. Sentí un escalofrío que me subía por la columna hasta la nunca e involuntariamente acabé temblando. Fue entonces, sentada ahí confusa e indefensa, que el pensamiento más extraño de todos los que tuve hasta ese instante me cruzó la mente: Nélida me parecía familiar porque la había visto en un sueño. De hecho, la había visto no en un solo sueño sino en una serie de sueños recurrentes, y las personas del pasillo…

– ¡No permitas que tu mente vaya más lejos! -me gritó Nélida-. Ni te atrevas, ¿me escuchas? ¡No te atrevas a divagar! Quiero toda tu atención aquí conmigo.

Me obligó a levantarme y me dijo que me concentrara. Hice lo posible por concentrarme, porque definitivamente me intimidaba. Siempre me había enorgullecido la idea de que nadie podía dominarme, pero una sola mirada de esa mujer bastaba para interrumpir mis pensamientos y llenarme de temor reverente y pavor al mismo tiempo.

Nélida me dio un firme golpe con el nudillo en la corona de la cabeza. Me calmó con la misma presteza con la que sus gritos me habían perturbado.

– He estado hablando como loca porque, según me aseguró Clara, hablar es la mejor manera de calmarte y despertar tu interés -indicó-. A toda costa quiero que estés preparada para cruzar esta puerta.

Le dije que tenía la certeza de haberla visto en mis sueños. Pero eso no era todo; tenía la sensación de conocer también a las personas que asomaron las cabezas al pasillo.

Cuando mencioné a esas personas, Nélida dio un paso para atrás y me escudriñó, como si buscara marcas en mi cuerpo. Guardó silencio por un momento, deliberando, quizá, si debía o no revelar algo.

– Somos un grupo de brujos, como ya te lo dijeron el nagual y Clara. Formamos un linaje, pero no un linaje de sangre. En esta casa hay dos ramas de ese linaje, cada una de ocho miembros. Los miembros de la rama de Clara son los Grau y los miembros de mi rama son los Abelar. Nuestro origen está perdido en el tiempo. Nos contamos por generaciones. Yo pertenezco a la generación que está en el poder, y eso significa que puedo enseñar lo que mi grupo sabe a alguien que es como yo. En este caso, a ti. Tú eres una Abelar.

Se puso detrás de mí y me volvió en dirección del pasillo.

– Ahora basta de hablar. Da la cara al pasillo y otra vez grita la palabra intento. Creo que estás lista para conocernos a todos en persona.

Grité intento tres veces. En esta ocasión mi voz no me salió chillona sino resonó fuertemente, más allá de los muros de la casa. Al sonar el tercer grito, el aire del pasillo empezó a chisporrotear. Miles de millones de diminutas burbujas relumbraron y brillaron, como si todas se hubieran encendido en el mismo instante. Escuché un suave zumbido que me recordó el sonido amortiguado de un generador. Su ronroneo hipnótico me jaló al interior, cruzando el umbral sobre el que Nélida y yo estábamos paradas. Tenía los oídos tapados y tuve que tragar saliva varias veces para destaparlos. Luego el zumbido paró y me encontré en el centro de un pasillo que era la imagen exacta del pasillo en el lado derecho de la casa, donde estaba mi cuarto. Sólo que este pasillo estaba lleno de gente. Todos habían salido de sus cuartos y me estaban mirando fijamente, como si hubiese caído de otro planeta y materializado justo delante de sus ojos.