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Luego el cuidador me ordenó hacer girar los ojos en pequeños círculos contra el sentido del reloj, hacia arriba y atrás de mi cabeza. Seguí relajándome hasta que adquirí una respiración lenta y rítmica que se expandía y contraía sola. Estaba concentrándome en las olas arrulladoras de mi respiración cuando el cuidador me ordenó en un susurro que desplazara mi conciencia de mi frente a un lugar lo más arriba de mí posible y ahí hiciera una pequeña abertura.

– ¿Qué clase de abertura? -musité.

– Una abertura cualquiera. Un hoyo.

– ¿Un hoyo en qué?

– Un hoyo en la nada sobre la cual se encuentra suspendida tu red -replicó-. Si logras sacar tu conciencia de tu cuerpo, te darás cuenta de que hay oscuridad a todo tu alrededor. Trata de penetrar en esa oscuridad, de abrir un agujero en ella.

– No creo que pueda -dije, poniéndome tensa.

– Por supuesto que puedes -me aseguró-. Recuerda, los brujos no son derrotados nunca, sólo pueden tener éxito.

Se inclinó hacia mí y a susurros me indicó que después de hacer la abertura enrollara mi cuerpo como un rollo de pergamino y me dejara lanzar como en catapulta por la línea extendida desde la corona de mi cabeza hacia la oscuridad.

– Pero estoy acostada -protesté débilmente-. Tengo la corona de la cabeza casi pegada al suelo. ¿No debería ponerme de pie?

– La oscuridad está a todo nuestro alrededor -dijo- Aunque nos paremos de cabeza, ella sigue ahí.

Adoptó un severo tono de mando y me ordenó fijar la concentración en el hoyo que acababa de abrir y dejar fluir mis pensamientos y sentimientos a través de esa abertura. De nueva cuenta se me tensaron los músculos, porque no había hecho ningún hoyo. El cuidador me instó a actuar y sentir como si hubiera hecho ese agujero.

– Arroja todo lo que tienes dentro -indicó-. Deja fluir tus pensamientos, sentimientos y recuerdos.

Al relajarme y soltar la tensión de mi cuerpo, sentí que una ola de energía me recorría. Algo me estaba volcando al revés, poniendo todo lo de adentro hacia afuera; todo me estaba siendo extraído por la corona de la cabeza, precipitándose a lo largo de una línea, como una cascada invertida. Al final de esa línea, percibí que había un agujero.

– Déjate ir más profundo aún -me susurró al oído-. Ofrece todo tu ser a la nada.

Hice lo posible por seguir sus indicaciones. Todo pensamiento que brotaba en mi mente se unía de inmediato a la cascada en la corona de mi cabeza. Vagamente escuché decir al cuidador que, si deseaba moverme, sólo tendría que dar la orden y la línea me jalaría adonde quisiera ir. Antes de poder dar ninguna orden, sentí un jalón suave pero persistente en mi lado izquierdo. Me relajé y dejé que continuara la sensación. Al principio sólo mi cabeza pareció ser jalada hacia la izquierda; luego el resto de mi cuerpo lentamente rodó a la izquierda. Tuve la sensación de estarme cayendo de lado, pero me di cuenta de que mi cuerpo no se había movido en absoluto. Escuché un ruido sordo atrás de mi nuca y observé que la abertura se agrandaba. Quería meterme ahí, atravesarla y desaparecer. Un movimiento profundo se produjo en mi interior; mi conciencia empezó a avanzar a lo largo de la línea en la corona de mi cabeza y se deslizó a través de la abertura.

Me sentí como si me encontrara en el interior de una gigantesca cueva. Sus paredes aterciopeladas me envolvían; estaba oscuro. Mi atención fue captada por un punto luminoso. Se prendía y apagaba como un faro, aparecía y desaparecía cada vez que me concentraba en él. El área delante de mí fue iluminada por una intensa luz. Y luego, gradualmente, todo se oscureció de nuevo. Mi respiración pareció suspenderse por completo y ningún pensamiento ni imagen perturbó la oscuridad. Ya no sentía mi cuerpo. Mi último pensamiento fue que me había disuelto.

Escuché un ruido hueco y seco. Mis pensamientos regresaron de repente, me cayeron encima como un montón de escombros, y junto con ellos llegó la conciencia de la dureza del suelo, de lo tieso que tenía el cuerpo y de un insecto que me picaba el tobillo. Abrí los ojos y miré a mi alrededor; el cuidador me había quitado los zapatos y los calcetines y me estaba picando las plantas de los pies con una ramita para revivirme. Quise contarle lo que había pasado, pero meneó la cabeza.

– No hables ni te muevas hasta que recuperes tu solidez -advirtió. Me dijo que cerrara los ojos y respirara con el abdomen.

Me acosté en el suelo hasta que sentí que había recobrado mi fuerza; entonces me incorporé y apoyé la espalda en el tronco de un árbol.

– Abriste una grieta en la oscuridad y tu doble se deslizó a la izquierda y luego la atravesó -indicó el cuidador, antes de que pudiera preguntarle algo.

– Definitivamente sentí que una fuerza me jalaba -admití-. Y vi una luz intensa.

– Esa fuerza era tu doble al salir -dijo, como si supiera exactamente a qué me refería-. Y la luz era el ojo del doble. Ya que llevas más de un año recapitulando, has estado extendiendo tus líneas de energía al mismo tiempo y ahora comienzan a moverse solas. Pero puesto que sigues dedicada a hablar y pensar, esas líneas de energía no se mueven de manera tan fácil y completa como lo harán algún día.

No tenía idea de qué quería decir con que había estado extendiendo mis líneas de energía al recapitular. Le pedí que me lo explicara.

– ¿Qué hay que explicar? -dijo-. Es cuestión de energía; entre más recuperes por medio de la recapitulación, más fácil le resulta a esta energía recuperada alimentar a tu doble. Enviar energía al doble, así le llamamos a la acción de extender las líneas de energía. La persona que puede ver la energía la ve como unas líneas que salen del cuerpo físico.

– ¿Pero qué significa para alguien como yo, que no ve?

– Entre más energía ahorres -explicó-, más grande será tu capacidad para percibir cosas extraordinarias.

– Creo que lo que me ha pasado es que, entre más energía ahorro, más loca me vuelvo -dije, sin intención de ser chistosa.

– No te menosprecies de manera tan irresponsable -comentó-. La percepción es el más grande de los misterios, porque es completamente inexplicable. Los brujos, como seres humanos, son criaturas que perciben, pero lo que perciben no es ni bueno ni malo; es simplemente percepción. ¡Qué maravilla si los seres humanos, por medio de la disciplina, se tornasen capaces de percibir más de lo que normalmente les es posible! ¿Entiendes lo que quiero decir?

Se negó a decir una palabra más al respecto. En cambio, me llevó a través de la casa hasta la puerta de adelante y luego a mi árbol. Señaló las ramas superiores e indicó que, ya que ese árbol en particular contenía un cuarto habitable, estaba provisto de un pararrayos.

– En esta región los rayos son repentinos y peligrosos -dijo-. Se dan tormentas eléctricas sin una sola gota de lluvia. Por lo tanto, cuando sí llueve o cuando hay demasiados cúmulonimbus en el cielo, ve a la casa del árbol.

– ¿Cuándo hay demasiados qué en él cielo? -pregunté.

Emilito se rió y me dio unas ligeras palmaditas en la espalda.

– Cuando el nagual Julián me metió en una casa de árbol, me dijo lo mismo, pero en ese momento no me atreví a preguntarle a qué se refería ni él me lo dijo. Mucho tiempo después averigüé que quería decir nubes de tormenta.

Se rió al ver mi expresión consternada.

– ¿Existe algún peligro de que un rayo caiga en el árbol? -pregunté.

– Pues sí, pero tu árbol es seguro -replicó-. Ahora sube, mientras todavía haya luz.

Antes de que yo me alzara por medio de las poleas, me entregó una bolsa de nueces partidas pero aún con cáscara. Dijo que si iba a vivir en el árbol debía comer como una ardilla, en pequeñas cantidades a la vez y nada por la noche.

Para mí estaba perfecto, le dije, porque nunca me había gustado mucho comer.