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Ingram no había dicho tal cosa, pero no quiso discutir. De todos modos, Carpenter tenía razón. Quizá Harding no había ido allí para eso. La teoría del desprendimiento de Ingram parecía no tener ningún argumento de peso.

– ¿Y bien? -preguntó Carpenter.

El agente sonrió con timidez.

– He traído una pala -dijo-. La tengo en el jeep.

Capítulo 21

Galbraith se levantó y fue hacia una de las ventanas que daban a la calle. La multitud ya se había dispersado, aunque todavía había una pareja de ancianas charlando en la acera, que de vez en cuando miraban hacia Langton Cottage. Estuvo unos minutos observándolas en silencio, envidiando la normalidad de sus vidas. ¿Cuántas veces tenían que oír ellas los macabros secretos de un asesinato? A veces, cuando oía la confesión de alguien como Sumner, se comparaba con un sacerdote; pero él no tenía autoridad para perdonar pecados, ni era ésa su intención, y siempre se sentía mal cuando tenía que escuchar aquellas furtivas confidencias.

Se volvió hacia Sumner y dijo:

– De modo que podríamos describir su matrimonio como una forma de esclavitud sexual, ¿no? Kate estaba tan desesperada por que su hija creciera con la clase de seguridad que a ella siempre le faltó que permitía que usted le hiciera chantaje, ¿no es así?

– He dicho que Kate lo habría hecho, no que lo hiciera ni que yo se lo pidiera. -El triunfo se reflejó en la mirada de Sumner-. Con usted no hay término medio, ¿verdad? Hace media hora me estaba tratando como a un cretino porque pensaba que Kate me había llevado hasta el altar a base de mamadas. Ahora me acusa de esclavitud sexual porque yo acabé tan harto de sus mentiras sobre Hannah que le dije que sabía la verdad. ¿Por qué le habría comprado esta casa si ella no hubiera tenido ni voz ni voto en nuestra relación? Usted mismo dijo que yo estaba mejor en Chichester.

– No lo sé. Dígamelo usted.

– Porque la quería.

Galbraith sacudió la cabeza con impaciencia.

– Primero describe su matrimonio como una zona de guerra, y luego espera que me trague una chorrada así. ¿Cuál era el verdadero motivo?

– Ya se lo he dicho. Yo quería a mi esposa, y le habría dado todo lo que me hubiera pedido.

– Mientras seguía chantajeándola para que le hiciera mamadas siempre que a usted le apeteciera, ¿no? -En la habitación había un ambiente tenso, y Galbraith notó cómo su crueldad aumentaba a medida que iba vislumbrando la crueldad del matrimonio de Kate y William. No podía librarse del recuerdo de la menuda mujer embarazada que había visto en la mesa del forense, ni cómo el doctor Warner había movido la mano de Kate para mostrarle que tenía rotos los dedos de la mano. El ruido de los huesos se le había quedado grabado, y hasta soñaba con ella-. Mire, la verdad es que no sé si pensar que la quería o la odiaba. ¿No será que tenían una relación de amor-odio que acabó mal?

Sumner sacudió la cabeza. De pronto parecía vencido, como si se hubiera cansado de aquel juego. A Galbraith le habría gustado entender qué intentaba conseguir William con sus respuestas, y escrutó su rostro. William tenía que ser extremadamente hábil para enmascarar la verdad. La impresión que causaba era de honestidad, y pensó que tal vez intentaba demostrar, aunque con torpeza, que su esposa era el tipo de mujer capaz de impulsar a un hombre a violarla. Recordó lo que James Purdy había dicho de ella: «Nadie me había hecho lo que Kate me hizo aquella noche. Es el sueño de todos los hombres. Sólo puedo describir a Kate como una fiebre».

– ¿Y ella? ¿Lo quería, William?

– No lo sé. Nunca se lo pregunté.

– ¿Por qué? ¿Por miedo a que le contestara que no?

– No, al contrario. Yo sabía que me habría dicho que sí.

– ¿Y no quería que Kate le mintiera?

Sumner asintió.

– A mí no me gusta que me mientan -murmuró Galbraith mirando a Sumner-. Eso significa que la otra persona cree que eres tan estúpido que te creerás cualquier cosa. ¿Le ocultó que tenía una aventura?

– No tenía ninguna aventura.

– Pero fue a ver a Steven Harding a su barco -señaló Galbraith-. Hay huellas dactilares de Kate por todas partes. ¿Lo sabía usted? ¿Sospechó acaso que el hijo que llevaba dentro podía no ser suyo? ¿Acaso temió que Kate fuera a colarle otro hijo bastardo?

Sumner se miró las manos.

– ¿La violó? -dijo Galbraith-. ¿Era eso parte de la compensación por reconocer a Hannah como hija suya? ¿El derecho a acostarse con Kate siempre que usted quisiera?

– ¿Por qué iba a querer violarla si no necesitaba hacerlo?

– A mí sólo me interesa que me diga sí o no, William.

– No, maldita sea. Nunca violé a mi mujer.

– ¿No la sedó con Rohipnol para que fuera más dócil?

– No.

– Entonces ¿por qué está Hannah tan familiarizada con el sexo? ¿Tenían ustedes relaciones delante de su hija?

– Lo que dice es repugnante.

– ¡Sí o no, William!

– No -contestó Sumner conteniendo un sollozo.

– Miente. Hace media hora me ha explicado que tuvieron que pasar una noche en vela en un hotel porque la niña no paraba de llorar. Creo que eso pasaba también en su casa. Creo que el sexo con Kate implicaba tener a Hannah de espectadora porque usted se hartó de que Kate pusiera a Hannah como excusa para no acostarse con usted, hasta el punto de que usted insistió en hacerlo delante de ella. ¿Tengo razón?

Sumner se cubrió la cara con las manos.

– Usted no puede imaginarse lo que era aquello… no nos dejaba en paz… no duerme nunca… Kate la utilizaba como escudo…

– ¿Quiere decir que sí?

La respuesta fue un mero susurro:

– Sí.

– La agente Griffiths dice que anoche entró usted en la habitación de Hannah. ¿Puede decirme por qué?

Otro susurro:

– Si se lo digo, no me creerá.

– Pruebe.

Sumner levantó un rostro anegado en lágrimas y dijo:

– Quería mirarla. Ella es el único recuerdo que me queda de Kate.

Cuando Ingram, trabajando cuidadosamente con la pala, desenterró el extremo de una mochila, Carpenter encendió un cigarrillo.

– Buen trabajo -dijo satisfecho.

Envió a uno de los detectives a su coche a buscar unos guantes de goma y unas bolsas de plástico; luego se quedó mirando cómo Ingram seguía retirando el esquisto que había alrededor de la lona arrugada.

Ingram tardó diez minutos en desenterrar por completo la mochila y meterla en la bolsa de plástico. Era una mochila verde de acampada, muy resistente, con una cinta para la cintura y presillas en la base. Era vieja y estaba estropeada, y le habían quitado el armazón metálico, dejando trozos de lona deshilachada.

Carpenter ordenó a uno de los detectives que pusiera todos los objetos en bolsas de plástico, y al otro que anotara su descripción; luego se agachó junto a la mochila y desabrochó las hebillas con las manos enguantadas.

– Unos prismáticos de veinte por sesenta, con el nombre borrado, seguramente Optikon… -dictó-. Una botella de agua mineral Volvic… Tres paquetes de patatas fritas, Smith's… Una gorra de béisbol, de los Yankees… Una camisa a cuadros blancos y azules, de hombre, de River Island… Un par de botas de safari marrones, número siete.

Metió la mano en un bolsillo de la mochila y extrajo unas pieles de naranja, más paquetes de patatas vacíos, un paquete de cigarrillos Camel abierto con un encendedor dentro, y una pequeña cantidad de marihuana envuelta en plástico. Miró a los tres policías y dijo:

– ¿Qué les parece el lote? ¿Qué es eso tan incriminador que Harding no quería que Nick viera? ¿Qué opinan?