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– Claro que no. Pero Bertie estaba fuera de control, eso es verdad. Mordió a ese imbécil en el brazo y no quería soltarlo por nada del mundo. -Miró a su perro con enojo; luego clavó el cuchillo en un tomate y salpicó la tabla de cortar-. Al final tuve que pegarle para que soltara a Steve. Si él me denuncia, no podré negarlo.

– ¿Quién atacó primero? ¿Bertie o Steve?

– Seguramente yo. Me puse a gritar, insultando a Steve, y por eso él me pegó. Entonces vi a Bertie colgado de su brazo como una sanguijuela. -Soltó una inesperada risotada, y prosiguió-: Ahora me da risa, la verdad. Creí que estaban bailando, hasta que vi que a Bertie le salía saliva roja por la boca. No entendía a qué jugaba Harding. Primero aparece como caído del cielo; luego asusta a Stinger; luego me pega una bofetada y se pone a pelear con mi perro. Tenía la impresión de que estaba en un manicomio.

– ¿Por qué cree que Harding le pegó?

Ella sonrió, incómoda.

– Supongo que porque le ofendí. Lo llamé pervertido…

– Eso no es excusa para pegarle una bofetada. Los insultos verbales no constituyen una agresión, Maggie.

– Quizá deberían serlo.

– Ese hombre la golpeó, Maggie. ¿Por qué se empeña en justificar su actitud?

– Porque ahora me doy cuenta de que fui muy grosera con él. Lo llamé monstruo e hijo de puta, y dije que si te enterabas de que estaba allí lo ibas a crucificar. En realidad es culpa tuya. Si ayer no hubieras venido a hacerme preguntas sobre él, yo no me habría asustado tanto. Tú me metiste en la cabeza que Harding era peligroso.

– Mea culpa -admitió él- ¿Qué más le dijo?

– Nada. Me puse a chillar como una histérica, porque me había asustado. El problema es que él también estaba asustado; por eso los dos nos pusimos histéricos, yo a mi manera y él a la suya.

– Eso no justifica la violencia física.

– ¿No? -dijo ella-. Antes tú has justificado la mía.

– Cierto -reconoció Ingram-. Pero si yo le hubiera devuelto el golpe, Maggie, usted todavía estaría inconsciente.

– ¿Qué quieres decir? ¿Que los hombres tienen que ser más responsables que las mujeres? -Lo miró con una sonrisa burlona-. No sé si acusarte de condescendiente o ignorante.

– Ignorante, sin duda. No entiendo mucho de mujeres; lo único que sé es que muy pocas podrían tumbarme de un puñetazo. -La miró con una sonrisa-. Pero estoy convencido de que yo podría tumbarlas a ellas fácilmente. Por eso, a diferencia de Steve Harding, jamás se me ocurriría levantarle la mano a una mujer.

– Sí, pero tú eres sensato y maduro, Nick -replicó ella-. Y él no es así. De todos modos, ni siquiera me acuerdo de cómo pasó. Todo fue muy rápido. Ya sé que suena patético, pero resulta que no valgo nada como testigo.

– Ya. Casi nadie recuerda una cosa así con exactitud.

– Bueno, la verdad es que creo que Steve quería atrapar a Stinger e impedir que saliera corriendo, y que me pegó porque lo llamé pervertido. -Maggie tenía los hombros caídos, como si el valor que le había infundido el coñac se hubiera evaporado de repente-. Lamento decepcionarte. Antes de que Martin me estafara yo lo tenía todo muy claro, pero ahora ya no me aclaro con nada. Esta mañana me he dado cuenta de que no soportaría que le pasara nada a Bertie. Quiero a ese estúpido animal con locura, y me niego rotundamente a sacrificarlo, por principio. Por él sería capaz de soportar más de una bofetada. Es fiel. De acuerdo, te va a ver a ti de vez en cuando, pero por la noche siempre vuelve a mi lado.

Hubo un breve silencio.

– ¿No piensas decir nada más?

– No.

Maggie lo miró con desconfianza.

– Eres policía. ¿Por qué no discutes conmigo?

– Porque usted es una persona inteligente, capaz de tomar sus propias decisiones, y nada que yo diga le hará cambiar de opinión.

– En eso tienes razón. -Untó una rebanada de pan con mantequilla y esperó a que Ingram dijera algo más. Como él no dijo nada, se fue poniendo nerviosa-. ¿Sigues queriendo interrogar a Steve?

– Por supuesto. En eso consiste mi trabajo. Los rescates con helicóptero no son baratos, y alguien tendrá que explicar por qué el de esta mañana era necesario. Harding ha ingresado en el hospital con mordeduras de perro, y a mí me corresponde establecer si la agresión fue provocada o no. Uno de los dos fue agredido esta mañana, y yo tengo que averiguar quién. Si tiene usted suerte, Harding se sentirá tan culpable como usted y la partida quedará en tablas. Si por lo contrario tiene mala suerte, esta noche volveré para pedirle una declaración en respuesta a la declaración de él, según la cual usted no pudo controlar a su perro.

– Eso es chantaje.

Ingram sacudió la cabeza.

– Por lo que a mí respecta, Steven Harding y usted tienen los mismos derechos ante la ley. Si él afirma que Bertie lo atacó sin que él lo provocara, investigaré su afirmación, y si creo que tiene razón, presentaré el caso ante el juez y sugeriré que la procesen. Puede que Harding no me caiga bien, Maggie, pero si creo que dice la verdad, le apoyaré. Para eso me pagan, sin que importen mis sentimientos personales ni cómo mi actuación pueda afectar a las personas implicadas.

Maggie se dio la vuelta y dijo:

– No sabía que fueras tan capullo.

Ingram no se inmutó.

– Y yo no sabía que pensara que está por encima de los demás. De mí no obtendrá ningún favor, al menos en lo que a la ley se refiere.

– Si hago una declaración, ¿estarás de mi parte?

– No; yo tengo que ser imparcial, pero le aconsejo que haga su declaración primero, porque así tendrá ventaja sobre él.

Maggie cogió el cuchillo de la encimera y lo sacudió delante de la nariz del policía.

– En ese caso, más vale que tengas razón -dijo-, o te cortaré los huevos con mis propias manos, mientras me río a carcajadas. Quiero mucho a mi perro.

– Yo también -le aseguró Ingram posando la yema de un dedo en la punta del cuchillo y apartándolo lentamente-. Lo que pasa es que yo no le dejo que me cubra de babas.

– De momento he precintado el garaje -le dijo Galbraith a Carpenter por teléfono-, pero tendrá que aclarar las prioridades con aduanas. Necesitamos que venga un equipo de la policía científica cuanto antes, pero si le interesa retener a Harding, supongo que podría acusarlo de posesión de drogas. Sospecho que ha estado transportando inmigrantes ilegales y desembarcándolos en la costa sur… Sí, eso explicaría la gran cantidad de huellas dactilares encontradas en la cabina. No, no se sabe nada del fueraborda Fastrigger… -Notó que el joven que tenía a su lado se estremecía-. Sí, ahora voy para allí con Tony Bridges. Ha accedido a hacer una nueva declaración… Sí, muy buena disposición… ¿William? No, eso no los elimina ni a él ni a Steve… Mmmm. Sí, me temo que volvemos al principio. -Se guardó el teléfono en el bolsillo y se preguntó cómo no se le había ocurrido dedicarse al teatro.

Aunque él no se había dado cuenta, una agente de policía estuvo vigilando a Steven Harding desde que ingresó en el hospital. Se quedó sentada donde él no podía verla, para asegurarse de que no salía de allí, pero Steve no tenía ninguna prisa por marcharse del hospital. No paraba de coquetear con las enfermeras y, para desesperación de la agente, ellas le correspondían. Mientras esperaba, caviló sobre la ingenuidad de las mujeres, y se preguntó cuántas de aquellas enfermeras habrían negado rotundamente haberlo incitado si él hubiera intentado violarlas. Dicho de otro modo, ¿qué podía considerarse incitación? ¿Lo que una mujer describiría como coqueteo inocente? ¿O lo que un hombre calificaría de clara insinuación?