Bridges se mostró sorprendido.
– ¡Joder! -exclamó secándose la frente con la manga-. ¿Cómo quiere que lo sepa? No vivimos juntos. Steve nunca ha hecho nada así delante de mí.
– Tampoco es tan grave -murmuró Galbraith, sentado junto a Carpenter-. Sólo es una paja disimulada. ¿Por qué le abruma tanto, Tony?
El joven lo miró, nervioso.
– Creo que se trata de algo peor.
– Es usted un tipo listo -terció Carpenter, congelando la imagen en el momento en que Harding se limpiaba-. ¿Ve el logotipo del Derby FC en la camiseta que está utilizando? Es de un niño de diez años que se llama Danny Spender. El chaval cree que Steve se la robó el domingo al mediodía, y media hora más tarde lo vemos eyaculando sobre ella. Usted conoce mejor que nadie a Harding. ¿Cree que le van los chicos jóvenes?
Bridges cada vez estaba más asombrado.
– No -contestó.
– Tenemos un testigo que afirma que Steve no les quitaba las manos de encima a esos dos chavales que encontraron el cadáver de Kate Sumner. Uno de ellos declaró que Steve utilizó su teléfono móvil para conseguir una erección delante de ellos. Y un policía dice que mantuvo la erección mientras estuvo con los niños.
– ¡Mierda! -Bridges se pasó la lengua por los resecos labios-. Mire, yo siempre he pensado que no soportaba a los niños. No soporta trabajar con ellos ni que yo hable de mi trabajo de maestro. -Miró la imagen congelada en la pantalla del televisor-. Aquí tiene que haber un error. De acuerdo, a Steve le gusta el sexo; habla mucho de sexo, le gustan las películas porno, alardea de sus orgías y esas cosas, pero siempre con mujeres. Apostaría a que no es marica.
Carpenter se inclinó y miró a Bridges; luego miró la pantalla del televisor.
– Eso le ha ofendido, ¿verdad? ¿Por qué, Tony? ¿Ha reconocido a alguien más en las imágenes?
– No. Es sólo que lo encuentro obsceno.
– No será peor que las fotografías pornográficas en las que posa su amigo.
– No lo sé. Nunca he visto esas fotografías.
– Alguna habrá visto. Descríbanoslas.
Bridges sacudió la cabeza.
– ¿Salen niños? Me consta que ha posado para revistas gays. ¿Posa también con niños?
– No sé nada de eso. Tendrá que hablar con su agente.
Carpenter anotó algo y prosiguió:
– Los actos de pedofilia se pagan mejor que ninguna otra cosa.
– Yo no tengo ni idea.
– Usted es maestro, Tony. Tiene más responsabilidades hacia los niños que el resto de la gente. ¿Posa su amigo con menores?
Bridges sacudió la cabeza.
– Anthony Bridges se niega a contestar -dijo Carpenter al micrófono de la grabadora. Consultó una hoja y continuó-: El martes nos dijo que Steve no era mujeriego, y ahora dice que alardea de sus orgías. ¿En qué quedamos?
– Le gusta hablar de sus conquistas -respondió Bridges mirando a Galbraith-. Por eso me enteré de lo de Kate. Siempre me contaba lo que hacían.
Galbraith se masajeó la nuca.
– A mí me da la impresión de que Steve habla mucho y hace poco, Tony -comentó-. A su amigo le van las juergas solitarias. En la playa. En el barco. En su piso. ¿Pensó alguna vez que Steve podría estar mintiéndole sobre sus relaciones con mujeres?
– No. ¿Por qué iba a pensarlo? Es guapo y tiene mucho éxito.
– Se lo plantearé de otro modo. ¿A cuántas de esas mujeres ha conocido usted? ¿A cuántas ha llevado a su casa?
– No necesita llevarlas a mi casa. Las lleva a su barco.
– Entonces, ¿cómo es que no hay pruebas de eso? En el barco había un par de prendas femeninas y unos zapatos de Hannah, pero nada que indicara que alguna mujer se hubiera acostado con él.
– Eso no lo puede saber.
– Venga, Tony -dijo Galbraith, exasperado-. Usted es químico. Las sábanas están llenas de manchas de semen, pero no hay nada que indique que había alguien más con él cuando Harding eyaculaba.
Bridges, desesperado, miró al comisario.
– Lo único que puedo decir es lo que Steve me dijo a mí. Yo no tengo la culpa de que ese imbécil me haya mentido.
– Cierto -concedió Carpenter-, pero usted sigue vendiéndonos la idea de que es un semental. -Sacó la declaración de Bridges de una carpeta y se la enseñó-. Insiste usted en que Harding es un joven apuesto. A principios de esta semana dijo: «Steve es un tipo atractivo y tiene una activa vida sexual. Suele salir con dos chicas a la vez…» -Arqueó las cejas y preguntó-: ¿Quiere hacer algún comentario sobre eso?
Era evidente que Tony no sabía adónde querían llevarlo con aquellas preguntas, y que necesitaba tiempo para pensar. Eso interesó a los dos policías. Era como si Tony intentara prever los movimientos en una partida de ajedrez, y como si hubiera empezado a asustarse porque se había percatado de la superioridad del contrario. De vez en cuando miraba la pantalla del televisor, pero apartaba la vista como si no soportara ver aquella imagen congelada.
– No sé qué quieren que les diga.
– Es muy sencillo, Tony: estamos contrastando su retrato de Steve con las pruebas que tenemos. Usted quiere hacernos creer que su amigo tuvo una aventura relativamente larga con una mujer casada y mayor que él, pero nos está costando comprobarlo. Usted le dijo a mi compañero que a veces Steve llevaba a Kate a su casa, y sin embargo, pese a que es evidente que hace meses que no limpia su casa, no hemos encontrado ni una sola huella de Kate Sumner. Tampoco hay nada que indique que ella haya estado en el coche de Steve, pese a que usted dijo que él la había llevado varias veces a New Forest para hacerle el amor en el asiento trasero.
– Steve me dijo que iban a sitios apartados. Temían que William se enterara, porque, según Steve, era muy celoso. -Al ver la expresión de incredulidad de Carpenter, protestó-: Yo no tengo la culpa de que me mintiera.
– A nosotros nos dijo que William era un hombre maduro y recto -dijo Carpenter, pensativo-. No recuerdo que insinuara que era una persona agresiva.
– Yo me limito a repetir lo que Steve me dijo.
Galbraith se removió en la silla y dijo:
– De modo que todo lo que usted sabe sobre la supuesta relación de Steve con Kate procede de un único encuentro con ella en un pub y de lo que él le contó sobre ella, ¿no?
Bridges asintió.
– Anthony Bridges dice que sí -dijo Galbraith acercándose al micrófono-. ¿Qué pasaba, Tony? ¿Se avergonzaba Steve de esa relación? ¿Por eso usted sólo lo vio con Kate una vez? Usted mismo ha dicho que no entendía qué era lo que le atraía de ella.
– Estaba casada -dijo Bridges-. Es lógico que Steve no la paseara por la ciudad, ¿no?
– ¿Alguna vez ha paseado a otra mujer por la ciudad?
Hubo un largo silencio.
– La mayoría de las mujeres con quienes sale están casadas -dijo Bridges.
– ¿No será que se las inventa? -sugirió Carpenter-. Según él, Bibi también era novia suya.
Bridges parecía aturdido, como si de pronto sus intuiciones cobraran sentido. No respondió.
Galbraith señaló la pantalla del televisor.
– Lo que estamos empezando a sospechar es que Steve hablaba mucho para disimular que no hacía nada. A lo mejor fingía que le gustaban las mujeres porque no quería que nadie supiera que sus gustos iban en otra dirección. Tal vez ni siquiera es capaz de reconocerlo, y se desahoga en privado. -Señaló a Bridges y añadió-: Pero si es así, ¿qué pasa con usted y con Kate Sumner?
– No le entiendo.
El inspector sacó el bloc de notas y lo abrió.