– El coche lo conducía yo -dijo Bridges, ignorando al abogado e inclinándose sobre la mesa para acercar el rostro al del inspector-. Miré la manilla del lado del conductor y vi que estaba limpia, así que abrí las puertas. Lo que no se me ocurrió fue que aquella cerda hubiera cambiado de táctica. Esta vez la caca estaba en el lado del pasajero. Cuando Bibi la tocó, la mierda todavía estaba blanda, lo cual significaba que Kate la había puesto allí cinco minutos antes. Y también que la mano de Bibi olía a mil demonios. ¿Me explico, o quiere que se lo repita, capullo?
– No -contestó Galbraith-. Estas grabaciones son bastante buenas; creo que ya lo tenemos. -Señaló la silla que había al otro lado de la mesa y dijo-: Siéntese, Tony. -Esperó a que tomara de nuevo asiento-. ¿Vio marcharse a Kate?
– No.
– Pues debería haberla visto. Dice que los excrementos todavía estaban blandos.
Tony se mesó el cabello, teñido de rubio, y se inclinó sobre la mesa.
– Había muchos sitios donde podía haberse escondido. Seguramente nos estaba observando.
– ¿No pensó que el blanco podía ser usted, y no Steve? Ha descrito a Kate como una enferma y ha dicho que le escupió en la cara.
– No.
– Ella debía de saber que Steve le deja conducir su coche.
– Sólo de vez en cuando. Steve no me lo presta a menudo.
Galbraith pasó las hojas del bloc y observó:
– Esta tarde me ha dicho que Steve y usted tenían un trato respecto al garaje de su abuelo y el Crazy Daze. Un trato ventajoso, ¿no?
– Sí.
– Me ha dicho que hace tres semanas llevó a Bibi al barco.
– Sí. ¿Y qué?
– Bibi no está de acuerdo con usted. Hace un par de horas la llamé a casa de sus padres y me dijo que nunca ha estado en el Crazy Daze.
– Se le habrá olvidado -replicó Bridges-. Aquella noche Bibi acabó como una cuba. De todos modos, ¿qué más da?
– Digamos que nos interesan las discrepancias.
El joven se encogió de hombros.
– No veo qué importancia puede tener.
– Nos gusta ser exactos. -Galbraith consultó su bloc-. Según ella, nunca ha estado en el Crazy Daze porque Steve le prohibió a usted utilizarlo una semana antes de que la conociera a ella. «Cuando se emborrachaba, Tony destrozaba el barco -leyó el inspector-, y Steve se cabreó con él. Dijo que Tony podía seguir utilizando el coche, pero que ya podía olvidarse del Crazy Daze.» -Levantó la vista y añadió-: ¿Por qué nos ha mentido diciendo que Bibi había estado a bordo del barco?
– Para borrar esa sonrisa de suficiencia de su cara. Me pone histérico cómo me tratan. Son todos unos fascistas. A mí no se me ha olvidado que usted pretendía arrastrarme por las calles en pelotas.
– ¿Qué tiene eso que ver con Bibi?
– Usted quería una respuesta y yo se la he dado.
– ¿Qué le parece esta otra? Usted sabía que Bibi había estado a bordo del Crazy Daze con Steve, así que decidió ofrecernos una explicación de por qué habíamos encontrado las huellas de la chica en el barco. Usted sabía que también encontraríamos sus huellas, porque el lunes usted estuvo a bordo del Crazy Daze, y pensó que lo más prudente era fingir que Bibi y usted habían estado allí juntos. Pero sus huellas, Tony, sólo las encontramos en la escotilla de proa, mientras que las de Bibi estaban por toda la cabecera de la cama. ¿Le gusta ponerse encima?
Bridges bajó la cabeza, atribulado.
– Vayase a la mierda.
– Imagino que le pondrá histérico que Steve siempre le robe las novias.
Capítulo 24
Al ver entrar a Nick con una escalerilla de aluminio al hombro, Maggie bajó los doloridos brazos y, malhumorada, dio unos golpecitos en su reloj. Estaba encaramada en una silla de jardín que había colocado encima de la mesa de la cocina; tenía el cabello lleno de telarañas, y las mangas de la camisa enrolladas y empapadas.
– ¿Te parece que son horas de llegar? -preguntó-. Son las diez menos cuarto, y mañana tengo que levantarme a las cinco para ocuparme de los caballos.
– ¡Vamos, mujer! -dijo él con tono quejumbroso-. Una noche en blanco no le hará ningún daño. Ya verá cómo un poco de riesgo le alegra la vida.
– Hace horas que te espero.
– Entonces, no se case nunca con un policía -replicó él al tiempo que colocaba la escalerilla bajo la parte del techo que todavía estaba por limpiar.
– No creo que se me presente esa oportunidad.
– ¿Quiere decir que se lo plantearía? -preguntó él con una sonrisa socarrona.
– Por supuesto que no -contestó ella-. Lo que quería decir es que ningún policía me lo ha propuesto nunca.
– Supongo que ninguno se atrevería. -Nick abrió el armario de debajo del fregadero, donde suponía que estaban los cubos y los artículos de limpieza. Maggie estaba por encima de él, igual que en aquellas raras ocasiones en que se lo había encontrado cuando paseaba a caballo, y sintió una fuerte tentación de arrojarle agua a la nuca-. Ni lo piense -se adelantó él, sin levantar la vista-, o tendrá que hacerlo todo usted sola.
Ella decidió ignorarle, pues prefería el papel de mujer digna al de humillada.
– ¿Cómo te ha ido? -preguntó mientras bajaba de la silla para mojar la esponja en el cubo.
– Bastante bien.
– Ya. Estás radiante. -Volvió a subirse a la silla y añadió-: ¿Qué te ha contado Steve?
– Está de acuerdo con su declaración.
– Y ¿qué más?
– Me contó lo que hacía el domingo en Chapman's Pool. -La miró y agregó-: Es idiota perdido, pero dudo que sea un violador o un asesino.
– Entonces ¿lo juzgaste mal?
– Seguramente.
– Estupendo. De vez en cuando conviene comprobar que uno se equivocaba. ¿Y la pedofilia?
– Eso depende de lo que entienda usted por pedofilia. -Nick cogió una silla y se sentó a horcajadas, apoyando los codos en el respaldo-. Está enamorado de una quinceañera que se siente tan desgraciada en su casa que amenaza con suicidarse. Por lo visto es una belleza; mide un metro ochenta, aparenta veinticinco años, podría ser modelo de alta costura y los hombres se vuelven para mirarla allá donde va. Sus padres están separados; la madre tiene celos de la hija; al padre le van las jovencitas; la chica está embarazada de cuatro meses, se niega a abortar y llora sobre el hombro de Steve cada vez que lo ve. -Arqueó una ceja-. Y seguramente por eso él la encuentra tan atractiva. La chica está tan desesperada por tener el crío y sentirse querida que ha intentado cortarse las venas en dos ocasiones. La solución que se le ocurrió a Steve fue llevársela a Francia en el Crazy Daze, donde podrían vivir -volvió a enarcar la ceja con sarcasmo- su amor sin que los padres de ella supieran adónde había ido su hija ni con quién.
Maggie chascó la lengua.
– Ya te dije que no era más que un buen samaritano.
– Un barba azul, más bien. La chica tiene quince años.
– Pero has dicho que aparenta veinticinco.
– Eso, si nos creemos lo que dice Steve.
– ¿Tú no te lo crees?
– Digamos que yo no le dejaría acercarse a una hija mía ni loco -respondió Nick-. Es un salido y un narcisista, y tiene la moral de un gato callejero.
– Más o menos como la sabandija con la que me casé, ¿no? -repuso ella secamente.
– Exacto -contestó Nick. La miró sonriente y añadió-: Pero tenga en cuenta que yo no soy imparcial.
A Maggie le chispearon los ojos.
– Entonces ¿qué pasó? ¿Paul y Danny lo desviaron de su camino y todo quedó en nada?
Nick asintió.
– Cuando tuvo que identificarse, Steve se dio cuenta de que no tenía sentido seguir con el plan, y le hizo señas a su novia para que lo abandonara. Desde entonces sólo la ha llamado una vez con su móvil, el domingo por la noche, cuando regresaba a Lymington; después no ha podido hablar más con ella porque o estaba detenido o no llevaba el móvil encima. Ella siempre lo llamaba a él, y como Steye no tiene noticias de ella teme que se haya suicidado.