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– Es decir que te tomaste una pastilla de éxtasis que te proporcionó tu novio, Tony Bridges.

A la joven le alarmó el tono del policía.

– Sí -susurró.

– ¿Te has desmayado alguna otra vez estando con Tony Bridges?

– A veces, cuando bebo demasiado.

Carpenter se acarició la barbilla con aire pensativo.

– ¿Sabes a qué hora tomaste la pastilla el sábado?

– A las siete, más o menos. -Se sonó con un Kleenex-. Tony me dijo que no se había dado cuenta de lo mucho que había bebido, y que si lo hubiera sabido no me habría dado el éxtasis. Fue horrible… Nunca volveré a beber ni a tomar éxtasis. Me he pasado toda la semana enferma. -Esbozó una débil sonrisa y añadió-: Supongo que es verdad lo que dicen. Tony cree que tuve suerte porque pude morirme.

Galbraith no estaba tan inclinado como su colega a adoptar un tono paternal. Su opinión sobre la joven era que era una pelandusca con muy poco autocontrol, y no entendía cómo una chica como aquélla podía hacer, mediante los misterios de la química y la naturaleza humana, que un hombre hasta entonces sensato enloqueciera.

– El lunes por la noche -le recordó a la joven-, cuando el sargento Campbell visitó a Tony en su casa, volvías a estar borracha.

Ella le lanzó una mirada pícara que acabó con los últimos restos de simpatía del inspector.

– Sólo me tomé dos cervezas -declaró Bibi-. Pensé que me ayudarían a recuperarme, pero me equivoqué.

Carpenter dio unos golpecitos en la mesa con el bolígrafo y preguntó:

– ¿A qué hora recobraste el conocimiento el domingo por la mañana, Bibi?

Ella se encogió de hombros con gesto lastimero.

– No lo sé. Tony dijo que estuve unas diez horas inconsciente, y no me recuperé del todo hasta el domingo por la noche sobre las siete. Por eso llegué tarde a mi casa.

– Entonces, hasta las nueve de la mañana del domingo, ¿no?

– Más o menos -asintió la chica. Volvió el lloroso rostro hacia su madre y dijo-: Lo siento, mamá. Te juro que no volveré a hacerlo.

La señora Gould le dio un apretón en el hombro y miró, suplicante, a los dos policías.

– ¿Quiere decir que la van a denunciar?

– ¿Por qué, señora Gould?

– Por consumir éxtasis.

El comisario meneó la cabeza.

– Lo dudo. De momento no hay ninguna prueba de que los tomara. -Rohipnol quizá sí, pensó-. Pero has sido muy tonta, Bibi, y espero que la próxima vez que aceptes pastillas de un hombre no vayas luego llorándole a la policía. Te guste o no, eres la única responsable de tu comportamiento, y el mejor consejo que puedo darte es que escuches a tu padre de vez en cuando.

Bien dicho, pensó Galbraith.

Carpenter prosiguió:

– No me gustan los mentirosos, jovencita. No nos gustan a ninguno de los dos. Y creo que anoche le dijiste otra mentira a mi colega el inspector Galbraith.

Bibi adoptó una expresión de pánico, pero no dijo nada.

– Le dijiste que nunca habías estado en el Crazy Daze, pero nosotros creemos que sí.

– Nunca he estado en ese barco.

– Hace unos días nos proporcionaste una muestra de tus huellas dactilares. Coinciden con varias que hemos encontrado en la cabina del barco de Steve. ¿Te importaría explicarnos cómo es posible que hayan aparecido si nunca has estado allí? -La miró fijamente.

– Es que… Mire, Tony no lo sabe… ¡Ostras! -Temblaba de nervios-. Una noche, Steve y yo nos emborrachamos aprovechando que Tony no estaba. A Tony le sentaría fatal si se enterara… Está obsesionado con lo atractivo que es Steve, y se llevaría una decepción si se enterara de que… en fin, ya sabe…

– ¿Que tuviste relaciones sexuales con Steve en el Crazy Daze?

– Estábamos borrachos. Ni siquiera me acuerdo de lo que pasó. No significó nada -dijo, desesperada, como si la infidelidad pudiera ser perdonada cuando el alcohol desinhibía a las personas. Pero quizá el concepto de in vino veritas no estaba al alcance de la comprensión de la inmadura joven de diecinueve años.

– ¿Por qué te da tanto miedo que Tony se entere? -preguntó Carpenter.

– No me da miedo -mintió la chica.

– ¿Qué te hace, Bibi?

– Nada. Sólo que… a veces se pone celoso.

– ¿De Steve?

Ella asintió.

– Y ¿cómo lo demuestra?

Bibi se humedeció los labios.

– Sólo lo ha hecho una vez. Un día me encontró en el pub con Steve, y después me pilló los dedos con la puerta del coche. Dijo que no lo había hecho queriendo, pero bueno… yo creo que sí.

– ¿Ocurrió antes o después de que te acostaras con Steve?

– Después.

– ¿Crees que Tony lo sabía?

Bibi se cubrió la cara con las manos.

– No sé cómo podría haberse enterado… Estuvo fuera todo el fin de semana, pero desde entonces está un poco… raro.

– ¿Cuándo ocurrió eso?

– Las pasadas vacaciones.

– ¿Entre el 24 y el 31 de mayo? -preguntó Carpenter tras consultar su agenda.

– Era un día festivo. De eso estoy segura.

– De acuerdo. -Carpenter esbozó una sonrisa tranquilizadora-. Sólo voy a hacerte un par de preguntas más, Bibi, y luego podrás irte a casa. ¿Recuerdas un día en que Tony te llevó a algún sitio con el coche de Steve, y que Kate Sumner había puesto excrementos de su hija en la manilla de la puerta del pasajero?

Bibi hizo una mueca de asco y respondió:

– Sí, claro que me acuerdo. Fue espantoso. Me ensucié toda la mano.

– ¿Recuerdas cuándo pasó?

– Creo que a principios de junio. Tony dijo que me llevaría al cine a Southampton, pero al final no fuimos.

– Entonces, ¿fue después de que te acostaras con Steve?

– Sí.

– Gracias. Una última pregunta. ¿Dónde estuvo Tony aquel fin de semana?

– Muy lejos de aquí. Sus padres tienen una caravana en Lulworth Cove, y Tony suele ir allí sólo cuando necesita recargar las pilas. Yo siempre le digo que tendría que dejar la enseñanza, porque no soporta a los niños. Dice que si un día sufre un ataque de nervios será por su culpa, a pesar de que todo el mundo pensará que es porque fuma marihuana.

El interrogatorio de Steven Harding fue más duro. Le informaron de que Marie Freemantle había declarado respecto a su relación con él y de que, debido a la edad de la chica, lo más probable era que lo denunciaran. Sin embargo, Steve rechazó los servicios de un abogado, alegando que no tenía nada que ocultar. Steve suponía que la policía había interrogado a Marie a raíz de su conversación privada con Nick Ingram la noche anterior, y ni Carpenter ni Galbraith lo desmintieron.

– ¿Mantiene usted actualmente una relación sentimental con una joven de quince años llamada Marie Freemantle? -le preguntó Carpenter.

– Sí.

– ¿Sabía usted que la chica era menor de edad cuanto tuvo relaciones sexuales con ella por primera vez?

– Sí.

– ¿Dónde vive Marie?

– En el 54 de Dancer Road, Lymington.

– ¿Cómo se explica que su agente nos dijera que tenía usted una novia en Londres que se llamaba Marie?

– Porque él cree que Marie vive en Londres. Le consiguió un trabajo, y como ella no quería que sus padres se enteraran, dimos la dirección de una tienda de Londres que ofrece un servicio de apartado de correos.

– ¿Qué clase de trabajo le consiguió?

– Posar desnuda.

– ¿Era pornografía?

– Porno light -dijo Steve, un tanto incómodo.

– ¿Vídeo o fotografías?

– Fotografías.

– ¿Aparecía usted con ella en esas fotografías?

– En algunas -admitió Steve.

– ¿Qué ha pasado con ellas?

– Las tiré por la borda de mi barco.

– ¿Por qué? ¿Porque en ellas aparecía usted realizando actos indecentes con una menor de edad?