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— ¡Se incendiará el molino! —grito Miriam, y corrió de la ventana a la escalera—. Ven, Barry. ¡Es justo encima del molino!

Barry estaba en la ventana, como paralizado por las líneas de fuego que se desplazaban. El lo hizo pensó Barry. Mark está tratando de incendiar el molino.

CAPITULO XXVIII

Cientos de personas se esparcieron por la ladera de la colina, tratando de apagar el fuego. Otros patrullaban los terrenos que rodeaban la planta generadora, para asegurarse de que el viento no llevara chispas. Se conectaron mangueras para mojar los árboles y los matorrales, para empapar el techo del edificio de madera. Sólo cuando disminuyó la presión del agua se dieron cuenta de que tenían otro serio problema.

El volumen de agua del arroyo que hacía funcionar la planta se había reducido a un hilo. En todo el valle se apagaron las luces cuando el sistema desvió la energía disponible al laboratorio. El sistema auxiliar se puso en marcha y el laboratorio siguió funcionando, pero con menos energía. Todo quedó desconectado, salvo los circuitos conectados directamente con los tanques donde estaban los clones.

A lo largo de la noche los científicos, médicos y técnicos trabajaron, enfrentando la crisis. Lo habían ensayado con suficiente frecuencia como para saber lo que tenían que hacer y no perdieron clones, pero el sistema había sido dañado por el paro.

Otros hombres vadearon arroyo arriba para descubrir la causa de la disminución de la corriente. Al alba, tropezaron con un desprendimiento de tierras que casi había cortado el pequeño río y comenzaron a trabajar inmediatamente para despejarlo.

— ¿Trataste de quemar el molino? —preguntó Barry.

—No. Si hubiese querido quemarlo, hubiese encendido fuego en el molino, no en el bosque. Si quisiera quemarlo, lo quemaría.

Mark estaba de pie ante el escritorio de Barry, ni desafiante ni atemorizado. Aguardó.

— ¿Dónde estuviste anoche?

—En la vieja granja. Leyendo sobre Norfolk, estudiando mapas…

—Eso no me interesa. —Barry tamborileó con los dedos sobre el escritorio, empujó las gráficas que había estado estudiando y se puso de pie—. Escucha, Mark. Algunos creen que eres responsable del incendio, del dique, de todo. Les dije lo que acabas de decirme: si hubieses querido quemar el molino podrías haberlo hecho muy fácilmente y sin tantas complicaciones. El problema aún no está resuelto. Pero no puedes acercarte al molino. Ni al laboratorio, ni al astillero. ¿Has entendido?

Mark asintió. Los explosivos para despejar el río se guardaban en el astillero.

—Yo estaba en la vieja granja cuando empezó el fuego —dijo Barry súbitamente, y su voz era fría y dura—. Vi una cosa curiosa. Parecía una especie de erupción. He pensado mucho en eso. Pudo ser una explosión, suficiente para provocar el desprendimiento de tierras. Por supuesto, nadie pudo verlo desde el valle, y el ruido que haya hecho habrá sido poco, si la explosión fue subterránea, considerando el ruido que hacían todos apagando el incendio.

—Barry —dijo Mark interrumpiéndolo—. Hace unos años me dijiste una cosa muy importante; yo te creí y sigo creyéndote. Dijiste que no me harías daño, ¿lo recuerdas?

Barry asintió, todavía frío y vigilante.

—Ahora te lo digo yo a ti, Barry. Esa gente es mi gente también, y tú lo sabes. Te prometo que nunca intentaré hacerles daño. Nunca he hecho nada a propósito para causarles daño, y nunca lo haré. Te lo prometo.

Barry lo observó con expresión incrédula y Mark sonrió suavemente.

—Nunca te he mentido y lo sabes. Cada vez que hice algo lo admití cuando me lo preguntaste. Y no miento ahora.

Bruscamente, Barry volvió a sentarse.

— ¿Por qué estabas investigando Norfolk? ¿Qué es Norfolk?

—Había una base naval allí, una de las más grandes de la costa este. Cuando llegó el final debieron de poner cientos de barcos en dique seco. El nivel de los océanos ha bajado. En la bahía de Chesapeake, en la bahía de Delaware, debe de estar bajo allí también y esos barcos estarán altos y secos… le llamaban ponerlos en naftalina. Empecé a pensar en el metal de los barcos. Acero inoxidable, cobre, bronce… Algunos de esos barcos tenían tripulaciones de mil hombres, con provisiones para todos, medicamentos, tubos de ensayo, todo.

Barry sintió que sus dudas se desvanecían, y la incómoda sensación de que algo no había quedado claro se desvaneció mientras hablaban de las posibilidades de enviar una expedición a Norfolk a principios de primavera. Sólo mucho más tarde se dio cuenta de que no había hecho las preguntas cruciales: Mark, ¿había iniciado el fuego, por cualquier razón? ¿Había hecho estallar las rocas que habían obstruido el arroyo, por cualquier razón?

Y, si lo había hecho, ¿por qué? Habían perdido tiempo y les llevaría varios meses arreglar todo, pero de todos modos habían decidido interrumpir la clonación hasta que estuvieran listos para empezar la producción en masa, a fines de primavera. Sus planes no se habían modificado, salvo que ahora trabajarían en el arroyo, haciéndolo a prueba de accidentes, instalarían otro generador auxiliar y mejorarían la instalación en general.

Sólo las implantaciones humanas se verían demoradas con respecto a la fecha decidida. El trabajo preliminar de clonación de las células, hecho en el laboratorio, tendría que esperar a la primavera, cuando el laboratorio fuera limpiado y el ordenador programado de nuevo… Y entonces, ¿por qué estaba Mark tan satisfecho? Barry no podía responder a esa pregunta y sus hermanos tampoco.

A lo largo del invierno, Mark trazó sus planes para la expedición a la costa. No se le permitiría llevar a ninguno de los exploradores con experiencia, que eran necesarios para terminar de vaciar los almacenes de Filadelfia. Comenzó a adiestrar a su grupo de treinta chicos y chicas de catorce años mientras aún había nieve acumulada, y en marzo dijo que estarían preparados para partir en cuanto la nieve se derritiera. Presentó su lista de provisiones a Barry para que la aprobara; Barry ni la miró. Los chicos llevarían mochilas grandes, así, si encontraban objetos rescatables, podrían traer la mayor cantidad posible de cosas. Mientras tanto las fuerzas, más importantes, que viajarían a Filadelfia también se preparaban, y se prestó mucha más atención a sus necesidades que a Mark.

El laboratorio estaba listo para funcionar nuevamente y el ordenador reprogramado, cuando se descubrió que el agua que fluía por la cueva estaba contaminada. De alguna manera, bacterias coliformes se habían infiltrado en el agua pura y hubo que buscar su origen antes de poder iniciar las operaciones.

Una cosa tras otra, convinieron Barry y Bruce. El incendio, el desprendimiento, provisiones y fármacos que desaparecían y ahora el agua contaminada.

—No son accidentes —dijo Andrew, furioso—. ¿Sabéis qué dice la gente? ¡Que son obra de los espíritus del bosque! ¡Espíritus! ¡Es Mark! ¡No sé cómo ni por qué, pero es todo obra suya! Ya veréis; en cuanto se marche con su grupo se acabará todo. ¡Y esta vez, cuando vuelva, si lo hace, terminamos con él!

Barry no puso objeciones; sabía que era inútil. Habían decidido que Mark, ahora un hombre de veinte años, no podía seguir ejerciendo su influencia. Si no hubiese propuesto el plan de explorar los varaderos de Norfolk, se hubiese hecho antes. Era un elemento perturbador. Los clones jóvenes lo seguían ciegamente, obedecían sus órdenes sin preguntar nada y lo contemplaban con temor reverencial. Y lo peor era que nadie podía prever qué haría, ni qué podía estimularlo a la acción. Era tan extranjero para ellos como un ser de otra especie; su inteligencia no era como la de ellos, sus emociones no eran como las de ellos. Había sido el único que había llorado por las víctimas de la radiación, recordó Barry.