Al principio me desconcertó este mote, pero a medida que fue avanzando el día me quedó más que claro. No habían sido las bisagras las que habían hecho un ruido como de pedo, sino el flatulento trasero de Beanie [9].
Me hizo entrar al viejo y húmedo edificio y me mostró las dependencias de la planta baja. Entonces me preguntó si tenía alguna pregunta y yo, por supuesto, quise saber por qué estaba en aquel edificio en concreto y cuándo iba a ver el hotel. A lo que él respondió con orgullo: «Esto es el puñetero hotel. Bonito, ¿verdad?».
Luego me preguntó si tenía alguna idea para mejorar el hotel después de mi primera impresión y le sugerí que quizá convendría poner el nombre del hotel en algún lugar visible del edificio para que a los huéspedes les resultara más fácil localizarlo (aunque no hacerlo también era una buena estratagema de marketing). También sugerí que hiciera correr la voz de su existencia entre los establecimientos del barrio para que colaboraran en publicitar el hotel (o al menos en dar indicaciones a los turistas perdidos).
Me estudió la cara con ojos muy penetrantes para ver si me estaba quedando con él, cosa que, por cierto, no estaba haciendo. Ahora estoy a la espera de que nos manden un rótulo para la fachada del hotel.
Luego me dio una insignia con mi nombre e insistió en que me la pusiera. Su razonamiento para hacérmela poner era que si algún huésped tenía que quejarse, supiese a quién culpar. Es un hombre de ideas muy positivas, como ves. El problema de la insignia (aparte de tener que llevarla) fue que al parecer no había entendido bien mi nombre cuando se lo dieron por teléfono.
Llevo toda la semana paseándome como «Rosie Bumme [10]», cosa que a Beanie le resulta increíblemente cómica. Aunque cuando se le pasó el primer ataque de risa se quedó un tanto decepcionado. Este ejemplo basta para comprobar su grado de madurez y la seriedad con que se toma su trabajo y la dirección del presunto hotel.
No alcanzo a comprender cómo ha conseguido mantenerlo abierto hasta ahora. Es una de esas hermosas casas que en su tiempo debía de ser espléndida, pero que han dejado que se pudriera. Probablemente se está descomponiendo debajo de los entarimados junto con lo que sea que causa el olor.
Antaño fue de ladrillo rojo, pero ahora es de color marrón sucio. Tiene cuatro plantas y en el sótano, según he descubierto hace poco, hay un club de show girls que también es propiedad de Beanie. Cuando entras en la planta baja del hotel encuentras un mostrador minúsculo de caoba oscura (la misma madera que hay en el resto del edificio). Detrás hay un batiburrillo de sombreros, paraguas y abrigos de antiguos clientes criando polvo.
Las paredes están revestidas con paneles hasta media altura, cosa que está muy bien, y el resto, que seguramente fue de color verde oliva intenso, ahora es de color verde moho. Unas lamparitas que parecen faroles adornan las paredes y no dan ninguna luz. El lugar es como una mazmorra. Las alfombras diría que no se han cambiado desde los años setenta. Están sucias y malolientes y tienen quemaduras de cigarrillos, restos de chicle pegado y otras manchas cuyo origen prefiero no conocer.
Un largo pasillo conduce a la espaciosa zona del bar donde hay la misma moqueta sucia y apestosa, madera oscura, taburetes y butacas tapizados con estampado de cachemira y, cuando el sol entra por la diminuta ventana de la que prácticamente ha saltado toda la pintura, lo único que ves es el aire lleno de volutas de humo que seguramente están flotando por el bar desde que el antiguo propietario se sentó allí a fumar su pipa hace doscientos años.
El comedor cuenta con veinte mesas y una carta muy breve. Tiene la misma moqueta, pero con el añadido de las manchas de comida. Hay cortinas de terciopelo marrón y visillos; las mesas están cubiertas con lo que antaño fueron manteles de encaje blanco, que el tiempo ha vuelto amarillos, y los cubiertos están oxidados y tienen manchas de comida. Los cristales están empañados y las paredes son blancas, cosa que lo convierte en la única estancia luminosa, pero por más alta que pongas la calefacción, siempre hace un frío glacial.
¡Y el olor! Es como si alguien hubiese muerto y se hubiese podrido en un rincón. Desde entonces la peste está impregnada en los muebles, las paredes y mi ropa. Hay sesenta habitaciones. Veinte en cada planta. Beanie anunció con orgullo que la mitad tienen cuarto de baño. ¡Imagínate lo contenta que me puse al oírlo, algunas habitaciones tienen baño!
Dos mujeres maravillosas, Betty y Joyce, cada una de unos cien años, limpian las habitaciones tres veces por semana, lo cual, francamente, me parece bastante vergonzoso. Y habida cuenta de la lentitud con que se mueven, me sorprendería que limpiaran todas las habitaciones con esa frecuencia.
También empecé a preguntarme a qué clase de clientela atraería un hotel de estas características, pero me quedó más que claro cuando me tocó hacer el turno de noche. Cuando el club de show girls de abajo cierra, la fiesta continúa arriba. Esto me dio más motivos para contratar más camareras.
La única manera de que alguien encuentre un bombón encima de la almohada es que el huésped anterior lo haya escupido. La única razón para que alguien se ponga el gorro de ducha sería protegerse la cabeza del agua amarilla que sale de los grifos (aunque probablemente sea potable, yo sólo la tomo embotellada).
La semana pasada una emisora de radio llamó para preguntar si el hotel querría colaborar en un concurso: o estaban desesperados o se dejaron engañar por el grandilocuente nombre del hotel. No se me ocurrió ninguna buena excusa para decir que no. La gente tenía que escribir al programa y explicar por qué merecían un fin de semana de ensueño en Dublín. Los ganadores obtendrían una entrada de teatro, una comida, un día de compras y dos noches de alojamiento y desayuno en un hotel céntrico de la ciudad, con todos los gastos pagados. Para el hotel fue fabuloso ya que nos hicieron publicidad toda la semana en la radio y como resultado conseguimos algunos huéspedes. Aunque ninguno de ellos sabía a qué se exponía.
La pareja ganadora tenía una historia tan conmovedora que por poco rompo a llorar cuando la oí en la radio. De modo que decidí alojarlos en la suite de luna de miel (una habitación exactamente igual que las otras aunque le dije a Beanie que pusiera una placa en la puerta para que los ganadores sintieran que les brindábamos un trato especial. Terminó haciéndolo él mismo con una plantilla. Se pasó una hora entera concentrado en la tarea con un rotulador negro en la mano y la lengua fuera). Llené la habitación de flores y dispuse una botella de champán, cortesía de la casa. Hice cuanto pude para adecentar la habitación. Cogí suficiente dinero del presupuesto para comprar sábanas nuevas, etc.
En fin, cuando supieron que habían ganado, se pusieron tan contentos que estuvieron llamando al hotel a diario hasta la víspera de su llegada, haciendo preguntas y asegurándose de que todo seguía en pie. Cruzaron el umbral, echaron un vistazo al hotel y al cabo de un cuarto de hora ya se habían marchado.
Ruby, ese matrimonio había perdido su casa y su coche, el marido se había quedado sin trabajo, se había roto ambas piernas, y tenían que abandonar su pueblo. Les habían regalado un fin de semana con todos los gastos pagados y podían alojarse gratis en el hotel y ni aun así quisieron quedarse. Imagínate lo malo que es el hotel.
Rosie: ¿Ruby?
Rosie: ¿Ruby, estás ahí?
Rosie: ¡Hola! Ruby, ¿has recibido lo que te he escrito?
Ruby: Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz
Rosie: ¡Ruby!
Ruby: ¡¿Qué?! ¿Me he perdido algo? Perdona, me habré adormilado hace como una hora, cuando has empezado a contarme cómo te iba el trabajo.
Rosie: Lo siento, Ruby, pero quien avisa no es traidor.
Ruby: No te apures, me las he arreglado para ir a buscarme una taza de café y he vuelto cuando ibas por las paredes verde oliva y los cadáveres en descomposición.
Rosie: Perdona, he tenido un mes de aúpa.
Ruby: Los trabajos no siempre son como una se imagina que serán. Por otra parte, ¿preferirías ser secretaria en Randy Andy Paperclip Co. o directora adjunta del Grand Tower Hotel?
Rosie: Uy, sin duda directora adjunta del Grand Tower Hotel.
Ruby: Pues ahí lo tienes, Rosie Bumme. La vida podría irte peor, ¿no?
Rosie: Supongo que sí. Pero tengo otro problemilla.
Ruby: ¿Eres capaz de contármelo en menos de mil palabras?
Rosie: ¡Lo intentaré! Alex viene con Bethany dentro de unas semanas para asistir a la fiesta de jubilación de Julie Casey y han hecho una reserva en el hotel para el fin de semana. Verás, vine a decirle que el sitio era estupendo… y me pidieron una habitación con vistas. Tal como están las cosas bastante tengo con encontrar una habitación que tenga ventana (vale, no es cierto), pero dadas las circunstancias, en el Grand Tower Hotel ya nos parece una solicitud especial que la habitación tenga cuarto de baño. Quiero decir, en cuanto a las vistas, ¿qué crees que preferirán, vistas a una carnicería o vistas a una chatarrería?
Ruby: Caramba…
Tiene un mensaje instantáneo de: ALEX
Alex: Hola, Rosie, es tarde para que estés levantada.
Rosie: Tú también lo estás.
Alex: Voy cinco horas por delante, mujer.
Rosie: Esta noche es el baile de debutantes de Katie. En realidad, ahora mismo está allí.
Alex: Acabáramos. ¿No puedes dormir?
Rosie: ¿Has perdido el juicio? Claro que no puedo dormir. La ayudé a comprar el vestido, la he ayudado a maquillarse y peinarse, le he sacado fotos posando rebosante de entusiasmo en su noche especial. La noche que pasará con amigos que probablemente no volverá a ver en años, o quizá nunca más, pese a las promesas de permanecer en contacto. Ha sido como retroceder veinte años, cuando yo estaba en su lugar y mi madre en el mío.