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Se los pongo al alcance.

– Hoy tu padre se quedará contigo. Si necesitas algo, llámalo y vendrá.

No me preocupa dejarlos solos en casa, porque sé exactamente lo que harán: Vern trabajará en su maqueta, tomará una comida sencilla, se hará las necesidades encima y seguirá un rato más con su maqueta. Padre Louie realizará algunas tareas simples en la casa, preparará la comida sencilla de su hijo, irá a la esquina a comprar los periódicos para no tener que limpiar a Vern, y dormirá hasta nuestro regreso.

Le digo adiós con la mano a Vern y voy al salón, donde Sam está arreglando el altar familiar. Se inclina ante la fotografía de Yen-yen. Como no tenemos fotografías de todas las personas que nos han dejado, mi marido ha puesto una de las bolsitas de mama en el altar y un rickshaw en miniatura que representa a baba. En una cajita hay un Poco de cabello de mi hijo. Sam venera a la familia con frutas de cerámica artesanales.

Me encanta esta habitación. He enmarcado y colgado fotografías de la familia en la pared del sofá. Desde que vivimos aquí, todos los inviernos ponemos un árbol de Navidad en el rincón y lo decoramos con bolas rojas. Festoneamos las ventanas con luces navideñas para que la sala resplandezca con la noticia del nacimiento de Jesús. Las noches más frías, May, Joy y yo nos turnamos para acercarnos a la rejilla de la calefacción hasta que nuestros camisones de franela se hinchan y parecemos muñecos de nieve.

Joy ayuda a su abuelo a sentarse en su sillón reclinable y le sirve el té. Estoy orgullosa de que sea una niña china como es debido. Respeta a su abuelo, el mayor de la familia, más que a nadie, incluso más que a sus padres. Sabe que no es sólo que su abuelo deba estar enterado de todo lo que ella hace, sino que tiene derecho a decidir. Padre Louie quiere que Joy aprenda a bordar, coser, limpiar y cocinar. Después de las clases, Joy va a la tienda de curiosidades y se ocupa de muchas de las tareas que antes realizaba yo: quitar el polvo, barrer, sacar brillo.

– Es importante que se prepare para ser una futura esposa y la madre de mis bisnietos -dice padre Louie, y todos intentamos complacerlo.

Y aunque hemos perdido toda esperanza de volver a China, mi suegro todavía asegura:

– No queremos que Pan-di se vuelva demasiado americana. Algún día todos regresaremos a China.

Estas ideas nos indican que está perdiendo el juicio. Cuesta creer que antaño nos mandara a todos con tanta autoridad o que le tuviéramos miedo. Lo llamábamos «el viejo», pero ahora es un anciano, se debilita lentamente, se aleja de nosotros poco a poco, y va perdiendo sus recuerdos, su fuerza y su conexión con las cosas que siempre le han interesado: el dinero, los negocios y la familia.

Joy se despide de su abuelo con una inclinación de la cabeza, y luego me acompaña a la iglesia metodista para asistir al servicio dominical. Nada más terminar el sermón, vamos a la plaza central del Nuevo Chinatown para reunimos con Sam, May, tío Fred, Mariko y sus hijas en una de las salas de reuniones del barrio. Nos hemos integrado en un grupo -una especie de asociación- compuesto por miembros de las iglesias congregacionalista, presbiteriana y metodista de Chinatown. Nos juntamos una vez al mes. Nos ponemos de pie, muy erguidos y orgullosos, con una mano sobre el corazón, y recitamos el Juramento de Lealtad. A continuación, salimos en tropel a Bamboo Lane y subimos a nuestros coches para ir a la playa de Santa Mónica. Sam, May y yo vamos en el asiento delantero de nuestro Chrysler; Joy y las dos hijas de los Yee -Hazel y su hermana pequeña, Rose-, apretujadas en el asiento trasero. Nos dirigimos hacia el oeste formando una caravana que recorre Sunset Boulevard. Nos adelantan automóviles con alerones enormes, y sus parabrisas lanzan destellos al sol estival. Pasamos ante las anticuadas casas de madera de Echo Park, las mansiones de estuco rosa y las palmeras de Beverly Hills; torcemos por Wilshire Boulevard y continuamos hacia el oeste. Vemos supermercados enormes que parecen hangares de bombarderos B-29, aparcamientos y jardines del tamaño de campos de fútbol, y cascadas de buganvillas y campanillas.

Joy sube la voz para insistir sobre algo que les está diciendo a Hazel y Rose, y sonrío. Todos dicen que mi hija poseee don de lenguas. Tiene catorce años y habla perfectamente inglés y los dialectos sze yup y wu, y su dominio del chino escrito también es excelente. Por el Año Nuevo chino, o si hay algo que celebrar, la gente le pide que escriba unos pareados con su delicada caligrafía, que, según opinión de todos, todavía conserva la pureza de la infancia. Ese elogio no es suficiente para mí. Sé que Joy puede crecer más espiritualmente, y aprender más sobre la raza blanca si va a la iglesia fuera de Chinatown, y eso es precisamente lo que hacemos una vez al mes.

– Dios nos ama a todos -le recuerdo a mi hija-. Él quiere que te ganes bien la vida y que seas feliz. Y lo mismo pasa con América. En Estados Unidos puedes lograr cualquier cosa que te propongas. En cambio, de China no se puede decir lo mismo.

También se lo comento a Sam, porque las palabras y creencias cristianas han arraigado en mí. Además, mi fe en Dios y Jesús forma parte del patriotismo y la lealtad que siento por el país natal de mi hija. Y por supuesto, hoy en día ser cristiano va fuertemente unido al sentimiento anticomunista. Nadie quiere que lo acusen de ser un comunista ateo. Cuando nos preguntan sobre la guerra de Corea, decimos que somos contrarios a la intervención de la China comunista; cuando nos preguntan sobre Taiwán, decimos que apoyamos al generalísimo y a madame Chiang Kai-shek. Decimos que estamos a favor del rearme moral, de Jesús y de la libertad. Resulta práctico asistir a una iglesia occidental, como lo era ir a una misión cuando vivía en Shanghai.

– Debes ser consciente de estas cosas -le digo a mi marido, pues me he convertido a la religión del Dios único y él lo sabe.

Quizá a Sam no le guste, pero asiste a las reuniones de la parroquia porque nos quiere a mí, a nuestra familia, a tío Fred y a sus hijas, y porque le gustan estas excursiones que lo hacen sentirse americano De hecho, aunque a Joy se le ha pasado por fin la etapa de vaquera casi todo nos hace sentirnos más americanos. Los días como hoy Sam olvida las connotaciones religiosas de la salida y se entrega a sus cosas: preparar la comida, comer tajadas de sandía sin temor a que le hayan inyectado agua sucia de río, y disfrutar de la compañía de la familia. Considera que estas excursiones son puramente sociales y que participamos en ellas únicamente por el bien de nuestros hijos.

Estaciona en un aparcamiento junto al muelle de Santa Mónica y bajamos del coche. Al caminar por la arena nos quemamos los pies; extendemos las mantas y montamos las sombrillas. Sam y Fred ayudan a los otros padres a cavar un hoyo para la barbacoa. May, Mariko y yo ayudamos a las otras madres a distribuir cuencos de patatas, judías y ensalada de fruta, boles de gelatina con malvavisco, castaña y zanahoria rallada, y bandejas de fiambre. En cuanto el fuego está preparado, les llevamos a los hombres fuentes con alas de pollo marinadas en soja, miel y semillas de sésamo, y costillas de cerdo maceradas en salsa hoisin y cinco especias. El aire del mar se mezcla con el aroma de la carne asada; los niños juegan en la orilla; los hombres se encargan de la barbacoa; y las mujeres nos sentamos en las mantas a charlar. Mariko se queda un poco apartada. Tiene a la pequeña Mamie en brazos y vigila a sus otras hijas mestizas, Eleanor y Bess, que están construyendo un castillo de arena.

A mi hermana todos la llaman tía May. Ella tampoco cree en el Dios único, como Sam. ¡Ni mucho menos! Trabaja muchas horas, y a veces se queda hasta muy tarde preparando a los extras para un rodaje, o pasa toda la noche en el plató. Al menos, eso me cuenta. Sinceramente, no sé adónde va, pero tampoco se lo pregunto. Incluso cuando está durmiendo en casa, el teléfono puede sonar a las cuatro o cinco de la madrugada; a veces es alguien que acaba de perder todo su dinero apostando y necesita un trabajo. Nada de todo eso encaja bien con mis creencias cristianas, y por eso me gusta traer a mi hermana a estas excursiones a la playa.