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Adoro a May desde el día que nació, pero durante demasiado tiempo he sido una especie de luna que gira alrededor de un planeta fascinante. Ahora la ira acumulada a lo largo de toda una vida hierve dentro de mí y se desborda. Mi hermana, la estúpida de mi hermana.

– Vete de esta casa.

Ella me mira, displicente y atónita, como una buena Oveja.

– Vivo aquí, Pearl. ¿Adónde quieres que vaya?

– ¡Vete! -grito.

– ¡No me iré! -Ésta es una de las pocas veces en que me ha desobedecido tan abiertamente. Luego, con una voz áspera pero contundente, repite-: No me iré. Esta vez me vas a escuchar. Lo de la amnistía tenía sentido. Era lo más prudente.

Sacudo la cabeza y me niego a escuchar.

– Me has destrozado la vida.

– Te equivocas. Sam destrozó su propia vida.

– Muy propio de ti, May: echarle la culpa a otro en lugar de asumir tu responsabilidad.

– No habría hablado con Sanders si hubiera pensado que supondría algún problema para vosotros. No puedo creer que pienses eso de mí. -Va adquiriendo fuerza, ahí plantada con su vestido verde esmeralda-. Sanders y el otro agente os estaban ofreciendo una oportunidad…

– Si llamas oportunidad a la intimidación…

– Sam era un hijo de papel. Estaba aquí ilegalmente. Me culparé de su muerte el resto de mi vida, pero eso no cambia que era lo correcto tanto para ti como para nuestra familia. Lo único que teníais que hacer era decir la verdad…

– ¿No te planteaste las consecuencias?

– ¡Claro que sí! Pero repito: Sanders dijo que si Sam y tú confesabais, os concederían la amnistía. ¡Amnistía! Habrían sellado vuestros papeles, os habríais convertido en ciudadanos legales y todo habría terminado. Pero erais demasiado testarudos, demasiado rústicos e ignorantes para ser americanos.

– ¿Te atreves a culparme de lo sucedido?

– No es eso, Pearl.

Pero ¡lo ha dicho! Estoy tan furiosa que no puedo pensar.

– Quiero que salgas de esta casa -digo, hirviendo de cólera-. No quiero volver a verte. Jamás.

– Siempre me has culpado de todo -replica con voz serena, muy serena.

– Porque todo lo malo que me ha pasado en la vida ha sido por tu culpa.

Me mira a los ojos, como preparada para oír lo que tengo que decir. Bien, si eso es lo que quiere…

– Baba te quería más a ti -empiezo-. Siempre se sentaba a tu lado. Mama te quería tanto que se sentaba enfrente de ti para contemplar a su hermosa hija y no a la otra, la fea de mejillas coloradas.

– Siempre has padecido la enfermedad de los ojos rojos. -Resopla con desdén, como si mis acusaciones fueran insignificantes-. Siempre me has tenido envidia y celos, pero era a ti a quien mimaban. ¿Quién quería más a quién? Te lo diré. A baba le gustaba mirarte a ti. Y mama se sentaba a tu lado. Los tres siempre hablabais en sze yup, teníais vuestro propio idioma secreto; y a mí me dejabais fuera.

Esas palabras me dejan atónita. Siempre he creído que mis padres me hablaban en sze yup para proteger a May de una cosa u otra, pero ¿y si lo hacían como señal de cariño, como una forma de demostrar que yo era especial para ellos?

– ¡No! -exclamo, tanto para May como para mí-. Eso no es verdad.

– Baba te quería lo suficiente para criticarte. Mama te quería lo suficiente para comprarte crema de perlas. A mí nunca me regaló nada valioso: ni crema de perlas ni su brazalete de jade. A ti te mandaron a la universidad. A mí nadie me preguntó si quería ir. Y fuiste, pero ¿hiciste algo con tus estudios? Mira a tu amiga Violet. Ella sí hizo algo, pero ¿tú? Todo el mundo quiere venir a América por las oportunidades que ofrece este país. Pero tú no aprovechaste las que se te presentaron. Preferías ser víctima, una fu yen. Pero ¿qué importa a quién quisieran más baba y mama, o si yo tuve las mismas oportunidades que tú? Ellos están muertos y ha pasado mucho tiempo.

Pero para mí no, y sé que para ella tampoco. La competición por el cariño de nuestros padres se ha repetido en nuestra batalla por Joy. Ahora, después de toda una vida juntas, por fin decimos lo que de verdad sentimos. El tono de nuestro dialecto wu sube y baja, estridente, cáustico y acusador, mientras vaciamos todo el mal que hemos acumulado en nuestro interior y nos culpamos mutuamente por los fracasos y desgracias que nos han acaecido. No he olvidado la muerte de Sam, y sé que ella tampoco, pero no podemos controlarnos. Quizá sea más fácil pelear por las injusticias que hemos soportado durante años que enfrentarme a la traición de May y el suicidio de Sam.

– ¿Sabía mama que estabas embarazada? -pregunto, expresando una sospecha que tengo desde hace años-. Ella te quería. Me hizo prometer que cuidaría de ti, mi moy moy, mi hermana pequeña. Y he cumplido. Te llevé a Angel Island, donde me humillaron. Y desde entonces estoy encerrada en Chinatown, cuidando a Vern y trabajando en la casa mientras tú vas a Haolaiwu, vas a fiestas, te diviertes y haces lo que sea que hagas con esos hombres. -Entonces, como estoy furiosa y dolida, digo algo que sé que lamentaré el resto de mis días; pero como en gran medida es cierto, sale de mi boca antes de que pueda impedirlo-: Tuve que cuidar a tu hija incluso después de que muriera mi bebé.

– Siempre has estado resentida por tener que cuidar de ella, pero también has hecho todo lo posible para alejarla de mí. Cuando Joy era pequeña, la dejabas con Sam en el apartamento cuando yo te llevaba a dar paseos…

– No lo hacía por eso. -¿O sí?

– Y nos culpabas a mí y a todos los demás por tener que quedarte en casa. Pero cuando alguno de nosotros se ofrecía a quedarse un rato con Joy, tú te negabas.

– Eso no es verdad. La dejaba ir contigo a los platos.

– Y luego ya no me dejaste hacer ni siquiera eso -replica con tristeza-. Yo la quería. Pero ella siempre fue una carga para ti. Tienes una hija. Yo no tengo nada. Los he perdido a todos: a mi madre, a mi padre, a mi hija…

– ¡Y yo me dejé violar por un montón de japoneses para protegerte!

Mi hermana asiente con la cabeza, como si ya esperase oír eso.

– ¿Otra vez tengo que oír lo de tu sacrificio? ¿Otra vez? -Respira hondo para serenarse-. Estás disgustada, y lo entiendo. Pero nada de todo eso tiene que ver con lo de Sam.

– ¡Claro que tiene que ver! Todo lo que nos ha pasado tiene que ver con tu hija ilegítima o con lo que los micos me hicieron.

Se le tensan los músculos del cuello y su rabia alcanza el mismo nivel que la mía.

– Si de verdad quieres hablar de aquella noche, perfecto, porque llevo muchos años esperando este momento. Nadie te pidió que salieras de nuestro escondite. Mama te dijo que te quedaras escondida. Ella quería que estuvieras a salvo. Fue contigo con quien habló en sze yup, susurrándote su amor en ese dialecto, como hacía siempre, para que yo no la entendiera. Pero comprendí que a ti te quería lo suficiente para decirte palabras cariñosas, y a mí no.

– Estás tergiversando la realidad, como siempre, pero esta vez no servirá de nada. Mama te quería tanto que se enfrentó ella sola a esos soldados. Yo no podía permitir que lo hiciera. Tenía que ayudarla. Tenía que salvarte.