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Sé que los peores aspectos del Dragón pueden llevarme a ser testaruda y orgullosa. Si enfureces a una mujer Dragón, el cielo se viene abajo. De hecho, esta noche el cielo se ha venido abajo, pero necesito decirle a Joy que ella es y siempre será mi hija, y que no me importa lo que sienta por mí, por Sam o por su tía, porque yo siempre la querré. Deseo que entienda cuánto la hemos querido y protegido, y lo orgullosa que estoy de ella y de que esté iniciando su propio camino. Espero que sepa perdonarme. En cuanto a May, no sé si encontraré la forma de absolverla, ni si quiero hacerlo. No sé si quiero mantener relación con ella, pero estoy dispuesta a darle la oportunidad de explicármelo todo otra vez.

Debería ir al porche, despertarlas a las dos y hacer todo eso ahora mismo, pero es tarde y todo está en silencio, y esta noche terrible ya han sucedido demasiadas cosas.

– ¡Despierta! ¡Despierta! ¡Joy se ha marchado!

Abro los ojos. Mi hermana me está sacudiendo con el rostro desencajado. Me incorporo y el miedo me embarga súbitamente.

– ¿Qué?

– Joy se ha ido.

Me levanto y corro hacia el porche. Las dos camas están deshechas; respiro hondo e intento calmarme.

– Quizá ha salido a dar un paseo. O ha ido al cementerio. May niega con la cabeza. Luego mira un papel arrugado que tiene en la mano y dice:

– Esto estaba encima de su cama.

Alisa el papel y me lo da.

Mamá:

Ya no sé quién soy. Ya no entiendo este país, que ha matado a papá. Sé que pensarás que estoy aturdida y que digo estupideces. Quizá tengas razón, pero necesito encontrar respuestas. Quizá China sea mi verdadero hogar, al fin y al cabo. Después de lo que tía May me contó anoche, creo que debería conocer a mi verdadero padre. No te preocupes por mí, mamá. Confío mucho en China y en todo lo que el presidente Mao está haciendo por el país.

Joy

Respiro hondo y las palpitaciones remiten. Sé que Joy no dice en serio lo que ha escrito. Es un Tigre. Es normal que se agite y se sacuda -eso es lo que representa su nota-, pero es imposible que haya hecho lo que dice. Sin embargo, May teme que sí.

– ¿Qué podemos hacer? -me pregunta cuando la miro.

– No estoy preocupada, y tú tampoco deberías estarlo. -Me fastidia que mi hermana empiece el día con otro drama cuando yo confiaba en poder hablar con ella, pero le pongo una mano sobre el brazo para serenarnos-. Anoche Joy estaba muy trastornada. Todas lo estábamos. Habrá ido a casa de los Yee a hablar con Hazel. Ya verás como vuelve a la hora del desayuno.

– Pearl… -Traga saliva y respira hondo-. Anoche Joy me preguntó por Z.G. Le dije que creo que todavía vive en Shanghai porque en sus portadas de revista siempre aparece algo relacionado con la ciudad. Estoy segura de que intentará viajar allí.

Lo descarto con un ademán.

– Joy no irá a China a buscar a Z.G. No puede subirse a un avión y volar a Shanghai. -Enumero los motivos con los dedos, con la esperanza de que mi lógica tranquilice a May-. Mao lleva ocho años en el poder. Los occidentales no pueden entrar en China. Estados Unidos no tiene relaciones diplomáticas…

– Podría volar a Hong Kong -me interrumpe con voz entrecortada-. Es una colonia británica. Desde allí podría entrar en China andando, como las personas que contrataba padre Louie para que le llevaran el dinero a su familia de Wah Hong.

– Ni lo pienses. Joy no es comunista. Todos esos cuentos eran sólo eso: cuentos.

May señala la nota:

– Quiere conocer a su verdadero padre.

Me resisto a aceptarlo.

– Joy no tiene pasaporte.

– Sí tiene. ¿No te acuerdas? Ese amigo suyo, Joe, la ayudó a sacárselo.

Me flaquean las rodillas. May me sujeta y me ayuda a llegar hasta la cama y sentarme. Prorrumpo en llanto.

– Esto no, por favor -gimo-. Después de lo de Sam, no.

May intenta consolarme, en vano. El sentimiento de culpa no tarda en apoderarse de mí.

– No sólo se trata de su padre. -Mis palabras salen desgarradas y quebradas-. Todo su mundo se ha derrumbado. Todo lo que ella creía conocer ha resultado falso. Está huyendo de nosotras. De su verdadera madre y de mí.

– No digas eso. Su verdadera madre eres tú. Vuelve a leer la nota. A mí me llama tía, y a ti mamá. Joy es tu hija.

El miedo y la pena atenazan mi corazón, pero me aferro a una palabra: mamá.

May me enjuga las lágrimas.

– Es tu hija -repite-. No llores más. Tenemos que pensar.

Tiene razón. Debo recuperarme y hemos de pensar cómo impedir que mi hija cometa un terrible error.

– Necesitará mucho dinero si quiere llegar a China -digo.

May entiende a qué me refiero. Ella es más moderna que yo, y guarda el dinero en el banco; pero Sam y yo seguíamos la tradición de padre Louie y teníamos nuestros ahorros en casa. Vamos a la cocina, miro debajo del fregadero y saco la lata de café donde guardo casi todo el dinero. Vacía. Aun así, no pierdo la esperanza.

– ¿Cuándo calculas que se ha marchado? -pregunto-. Os quedasteis hablando hasta muy tarde…

– ¿Cómo no la oí levantarse? ¿Cómo no la oí hacer la maleta?

Yo me hago los mismos reproches, y una parte de mí todavía está enojada y confundida por mi conversación de anoche con May, pero digo:

– Ahora eso no importa. Tenemos que concentrarnos en Joy. No puede haber llegado muy lejos. Todavía podemos encontrarla.

– Sí, claro. Vamos a vestirnos. Iremos en dos coches…

– ¿Y Vern? -Ni siquiera en estos traumáticos momentos logro olvidar mis responsabilidades.

– Tú ve a la Union Station. Yo dejaré preparado a Vern y luego iré a la estación de autobuses.

Pero Joy no está en la estación de tren, ni en la de autobuses. May y yo volvemos a encontrarnos en casa. Cuesta creer que de verdad intente viajar a China, pero si queremos tener alguna posibilidad de detenerla, hemos de actuar imaginando lo peor. Trazamos un nuevo plan. Yo voy al aeropuerto y May se queda en casa haciendo unas llamadas: a la familia Yee, para saber si Joy les ha dicho algo a sus hijas; a los tíos, por si les pidió consejo sobre la forma de llegar a China; y a Betsy y su padre, en Washington, para comprobar si existe alguna forma de impedir que Joy salga del país. No tengo suerte en el aeropuerto, pero May recibe dos informaciones turbadoras. Primero, Hazel Yee le dice que esta mañana Joy la llamó llorando desde el aeropuerto para decirle que se marchaba del país. Hazel no la creyó y no le preguntó adónde iba. Segundo, el padre de Betsy dice que Joy puede solicitar y recibir un visado para entrar en Hong Kong al aterrizar allí.

Como todavía no hemos comido, May abre dos latas de sopa de pollo Campbell's y las pone a calentar en un fogón. Yo me siento a la mesa, miro a mi hermana y sufro por mi hija. Mi hermosa y temeraria Joy se dirige al único lugar a donde no debería ir: la República Popular China. Por mucho que crea haber aprendido de China por las películas, por su amigo Joe, por ese estúpido grupo al que se unió y por lo que puedan haberle enseñado sus profesores en Chicago, mi hija no sabe lo que hace. Obedece a su naturaleza Tigre; lo que la impulsa a actuar son la rabia, la confusión y el entusiasmo mal dirigido. La mueven las pasiones y las ambiguas emociones de anoche. Como le he explicado a May, creo que lo que intenta en realidad es huir de nosotras, las dos mujeres que han peleado por ella desde que nació, y no sólo buscar a su verdadero padre. Y Joy no entiende lo traumático -por no decir peligroso- que puede resultar que encuentre a Z.G.