– Dios me libre de un golpeteo en el motor.
Morelli hizo una mueca y sacudió la cabeza.
– Mierda -dijo.
Me pareció una reacción exagerada ante mi falta de interés por el motor del coche de mi tío Sandor.
– ¿Es tan grave eso del golpeteo en el motor?
Se apoyó contra el parachoques.
– Asesinaron a un poli en New Brunswick anoche. Dos disparos que atravesaron su chaleco antibalas.
– ¿Con municiones del ejército?
– Sí. -Alzó los ojos y me miró-. Tengo que encontrarlas. Las tengo justo delante de mis narices.
– ¿Crees que Kenny tiene razón respecto a Spiro? ¿Crees que Spiro vació los ataúdes y me contrató para protegerle el culo?
– No lo sé. No me lo parece. Mi instinto me dice que esto empezó con Kenny, Moogey y Spiro y que, por alguna razón, otra persona se mezcló en el asunto y lo echó a perder. Creo que alguien se lo quitó a Kenny, Moogey y Spiro e hizo que se peleasen. Y probablemente no sea alguien de Braddock, porque están vendiendo las armas a cuentagotas en Nueva Jersey y en Filadelfia.
– Tendría que ser un amigo de uno de ellos. Alguien en quien confían… como una novieta.
– Puede ser alguien que se enteró por azar. Alguien que escuchó una conversación.
– Como Louie Moon.
– Como Louie Moon.
– Y tendría que ser alguien que tuviera acceso a la llave del depósito donde guardan los féretros. Como Louie Moon.
– Tal vez haya mucha gente con la que Spiro habló que tuvo acceso a la llave. Desde la mujer que hace la limpieza hasta Clara. Y otro tanto puede decirse de Moogey. El que Spiro te haya asegurado que aparte de él nadie tenía la llave no significa que sea necesariamente cierto. Lo más probable es que los tres tuviesen una.
– En ese caso, ¿qué ocurrió con la de Moogey? ¿La han encontrado? ¿Estaba en su llavero cuando lo asesinaron?
– No encontraron su llavero. Se dio por supuesto que dejó las llaves en el taller y que tarde o temprano aparecerían. En ese momento no parecía importante. Sus padres llegaron con una copia de la llave del coche y se lo llevaron.
– Ahora que los ataúdes han aparecido puedo hostigar a Spiro. Creo que regresaré y lo presionaré. Y quiero hablar con Louie Moon. ¿Crees que podrás no meterte en líos por un rato?
– No te preocupes por mí. Estoy bien. Iré de compras. A ver si encuentro un vestido que haga juego con los zapatos color cereza.
Morelli apretó la boca.
– Mientes. Vas a seguir husmeando por ahí, ¿verdad?
– Vaya, eso me ha ofendido. Creí que te excitaría un vestido a juego con los zapatos. Un vestido corto y ceñido con lentejuelas.
– Te conozco y sé que no vas a ir de compras.
– Que me parta un rayo si no es verdad. Voy a ir de compras. Te lo juro.
Morelli esbozó una sonrisa escéptica.
– Serías capaz de mentirle al Papa.
Estuve a punto de persignarme.
– Casi nunca miento.
Sólo cuando era absolutamente necesario. Y en las ocasiones en que decir la verdad no parecía oportuno.
Observé a Morelli alejarse en su coche y me dirigí hacia la oficina de Vinnie para conseguir unas direcciones.
10
Cuando entré en el despacho, Connie y Lula estaban enzarzadas en una discusión.
– Dominick Russo prepara su propia salsa -chilló Connie-. Con tomates de la pera, albahaca fresca y ajo.
– No sé nada de esa mierda de tomates de la pera. Lo que sé es que la mejor pizza de Trenton es la de Tiny. -Replicó Lula-. Nadie prepara las pizzas como Tiny. Ese hombre prepara una pizza conmovedora.
– ¿Pizza conmovedora? ¿Qué demonios es una pizza conmovedora?
Ambas se volvieron y me miraron airadamente.
– Decide tú -sugirió Connie-. Habíale a esta sabihonda de la pizza de Dominic.
– Dom prepara buenas pizzas, pero a mí me gustan las de Pino.
– ¡Pino! -Connie hizo una mueca-. La salsa que usan viene en latas de cinco litros.
– Pues a mí me encanta esa salsa de lata. -Dejé caer mi bolso sobre el escritorio de Connie-. Me alegra ver que os lleváis tan bien.
– ¡Já! -exclamó Lula.
Me senté en el sofá.
– Necesito unas direcciones. Quiero fisgar.
Connie cogió un listín del estante que había a sus espaldas.
– ¿A quién necesitas?
– A Spiro Stiva y a Louie Moon.
– A mí no me apetecería mirar debajo de los cojines de la casa de Spiro -afirmó Connie-. Ni en su nevera.
– ¿Es el enterrador? -preguntó Lula-. No irás a allanar la casa de un enterrador, ¿verdad?
Connie apuntó una dirección en un papel y buscó el otro nombre. Miré la dirección de Spiro.
– ¿Sabes dónde está esto?
– Apartamentos Century Courts -respondió Connie-. Por Klockner hasta Demby. -Me dio la otra dirección-. No tengo idea de dónde está. En alguna parte del suburbio de Hamilton.
– ¿Qué estás buscando? -inquirió Lula.
Metí los papeles con las direcciones en mi bolsillo.
– No lo sé. Puede que una llave.
O un par de cajas de armas en la sala.
– ¿No crees que debería ir contigo? -se ofreció Lula-. Un culo flaco como tú no debería andar fisgando sólita.
– Te agradezco la oferta, pero protegerme no forma parte de tu trabajo.
– Nadie me ha dicho en qué consiste mi trabajo. Me parece que ya he hecho lo que tenía que hacer, a menos que quieran que barra el suelo y limpie el retrete.
– Es una archivadora maniática. Nació para archivar.
– Todavía no has visto nada. Espera a verme como ayudante de una cazadora de fugitivos.
– Adelante -le dijo Connie.
Lula se puso su chaqueta y cogió su bolso.
– Será divertido. Como Cagney y Lacey.
En el plano de la pared busqué la dirección de Moon.
– No tengo problemas, si Connie está de acuerdo. Pero quiero ser Cagney.
– ¡De ninguna manera! Yo quiero ser Cagney.
– Yo lo he pedido primero.
Lula entrecerró los ojos.
– Fue idea mía, y no voy a hacerlo si no puedo ser Cagney.
La miré.
– No hablas en serio, ¿verdad?
– ¿Que no?
Le dije a Connie que no nos esperara y mantuve la puerta abierta para que Lula saliese.
– Primero vamos a investigar a Louie Moon.
Lula se detuvo en medio de la acera y contempló el monstruo azul.
– ¿Vamos a ir en esta pasada de Buick?
– Así es.
– Conocí a un chulo que tenía uno como éste.
– Era de mi tío Sandor.
– ¿Hombre de negocios?
– Que yo sepa, no.
Louie Moon vivía en el perímetro más lejano del suburbio de Hamilton. Cuando doblamos en Orchid eran casi las cuatro. Miré los números de las casas, en busca del 216; me divirtió el hecho de que en una calle de nombre tan exótico se alzasen viviendas anodinas, más parecidas a cajas de cereales que a casas. El barrio se había formado en los años sesenta, cuando había solares disponibles, de modo que los terrenos eran amplios y empequeñecían aún más las casas de una sola planta de dos dormitorios, todas idénticas.
Con los años los propietarios habían imprimido su personalidad a las casas, añadiendo un garaje aquí, un porche allá. Las habían modernizado con revestimiento de vinilo de tonos pálidos variados. Habían añadido ventanas saledizas y plantado azaleas. No obstante, prevalecía la uniformidad.
La casa de Louie se distinguía por su pintura color turquesa, una colección completa de luces navideñas y un Papá Noel de plástico de un metro y medio de altura atado a una antena de televisión oxidada.
– Al parecer se ha adelantado a las navidades -comentó Lula.
Dada la inclinación de las luces, ubicadas al azar, y el aspecto descolorido de Papá Noel supuse que para él todo el año era Navidad.
No había garaje, ni vehículos en el sendero de entrada ni junto al bordillo. La casa parecía oscura y tranquila. Dejé a Lula en el coche y me dirigí hacia la puerta principal. Llamé por dos veces. Nada. La casa consistía en una planta construida sobre una plancha de hormigón. Las cortinas estaban descorridas. Louie no tenía nada que ocultar. Rodeé la vivienda y eché un vistazo a través de las ventanas. El interior estaba limpio y amueblado con lo que supuse era una acumulación de muebles desechados. No había señales de riqueza recién adquirida. Ni cajas de municiones amontonadas sobre la mesa de la cocina. Ni fusiles de asalto. Se me antojó que Louie vivía solo, ya que en el fregadero había una taza y un cuenco. Había dormido en un extremo de la cama matrimonial.
No me costaba imaginar a Louie allí, satisfecho con su vida porque poseía una casita azul. Por un instante pensé en entrar por la fuerza, pero no encontré motivos suficientes.
El aire estaba húmedo y frío, y el suelo me pareció muy duro. Alcé el cuello de mi cazadora y regresé al coche.
– No has tardado mucho -dijo Lula.