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– Perdónennos, es que no podemos evitarlo. Estamos tan nerviosos con eso de que vamos a casarnos que nos ponemos tontos.

De eso no había duda, pensó Lisa. Luego decidió que de nuevo iba a ser un poco de chismorreo.

– Mike ha dicho algo de tener niños. ¿Planean tenerlos inmediatamente?

– Inmediatamente -dijo Joanne, dedicando a Lisa toda su atención-. Dos pequeños Mikes y dos pequeñas pelirrojas. Será precioso.

Lisa sonrió. Al parecer, Joanne estaba enormemente interesada en aquel tema de la maternidad.

– Quiero tener todos los niños que pueda ahora mismo, cuando son mis años más fértiles. ¿No te parece que es eso lo que debe hacerse?

Parecía que aquello iba con intención. Lisa intentó sonreír.

– Algunas de nosotras no tenemos la suerte de poder tener hijos tan pronto -dijo-. Hay muchas mujeres que tiene que esperar hasta los treinta, o incluso hasta los cuarenta para tener niños.

Joanne asintió.

– Sí, ¿pero no te parece que las mujeres que tienen hijos cuando son mayores no hacen sino perjudicar al niño?

Lisa se preparó para contestar a esa observación, pero no pudo hacerlo, porque en aquel momento Mike intervino en la conversación.

– No hables de niños con Lisa -le dijo a Joanne-. Ella es una mujer de negocios. ¿Qué le importan a ella los niños? Esta dama -añadió con una sonrisa picara- desea algo de mí, y yo se lo voy a dar ahora mismo.

Todos quedaron en silencio, sorprendidos. Lisa casi tenía miedo de averiguar qué era eso que Mike quería darle. Mike se inclinó hacia adelante y puso su expresión más honesta y desinteresada. Lisa pensó que parecía la imagen viva de la hipocresía. En otra circunstancia, habría soltado una carcajada al verlo comportarse así.

– Querida Lisa, voy a darte un buen consejo. El hecho es que estoy un poco preocupado por ti. Por ti y por Loring's quiero decir.

– Pues no lo estés -dijo ella secamente.

– No, de verdad. Me preocupas. De modo que he decidido ayudarte. Voy a contarte cuál es el secreto de mi éxito.

– Mike…

El levantó una mano para detenerla.

– Esto es lo que tienes que hacer si quieres que la tienda funcione. Tienes que ir de acuerdo con los tiempos, y lo que ahora se lleva son las cosas sorprendentes y muy brillantes. A nadie le importa ya la sustancia ni la calidad. Lo que la gente quiere son cosas nuevas y excitantes. La diversión barata es lo que gana siempre. Como ya dijo alguien, si subestimas a tus clientes jamás irás a la ruina.

Después de aquella exhibición de fanfarronería y de mal gusto, Lisa se había quedado sin aliento. No sabía qué hacer, si reír o llorar.

– La frase a la que haces referencia no es exactamente así -dijo.

– No importa. Yo conozco a la gente de por aquí. Le gusta la basura. Así que yo se la sirvo, y ella la recibe a manos llenas. Intenta tú luchar contra ello, y te verás aplastada por multitudes que correrán a contemplar la última extravagancia de Kramer's. Lo digo en serio, no tienes nada que hacer.

– Ya lo veremos. Dame una oportunidad, Mike. Habla conmigo dentro de seis meses.

El negó con la cabeza, como si realmente le doliera oír lo que Lisa acababa de decirle. Acercándose a ella todavía más, anunció casi en susurros.

– Te voy a contar un pequeño secreto, sólo porque siento un poco de pena por ti. El lunes que viene tenemos planeado organizar una buena. Vamos a… -dijo, y luego se volvió a mirar alrededor para asegurarse de fique nadie estaba escuchando-, vamos a reemplazar todos nuestros maniquíes por modelos de verdad. Y unos modelos muy atractivos. Los hemos hecho traer de Los Ángeles. Las mujeres de la ciudad se van a volver locas.

Lisa no pudo ocultar su fastidio. Por poco que le gustaran los métodos de Mike Kramer, se daba cuenta de que a ella le resultaba imposible competir con él. ¿Qué podría hacer? ¿Copiar sus métodos? No, eso no serviría de nada. Tenía que hacer algo original y propio. Lo que hacía Mike era intentar halagar el lado más superficial de la gente, lo que hacía era divertirlos y sorprenderlos. No se le ocurría qué podría hacer ella para contraatacar.

Pero había una idea que llevaba varios días dándole la vuelta en la cabeza. Por extraño que pareciera, se dio cuenta de que hasta ese momento no se había parado a considerar aquella idea en serio.

– Hay que hacer que crucen el umbral de la puerta -seguía diciendo Mike muy animado-. Eso es lo único importante. Una vez que han entrado por la puerta, no volverán a salir sin haber dejado unos cuantos verdes dentro.

El tenía razón a su manera. Poro el estilo de Lisa era diferente. Se daba cuenta de que lo que ella tenía que hacer era permanecer fiel a sí misma y a las cosas en las que creía.

Humedeciéndose ligeramente los labios con la lengua, Lisa se las arregló por fin para sonreír, y luego dijo con suavidad:

– Mike, me parece que no ibas del todo descaminado.

El se acercó todavía más a ella.

– ¿Qué estás diciendo?

Lisa sonrió. Sí. Cuanto más pensaba en ello, mejor le parecía.

– Nada, Mike. Pero me has ayudado a desarrollar una idea.

– ¿Estás diciendo que tú tienes la cabeza hueca? -dijo él soltando una carcajada-. Cariño, yo no creo que tú seas estúpida. Lo único que creo es que este negocio te viene un poco grande.

Lisa miró a Carson, quien estaba sentado al borde de la silla con la mandíbula muy apretada. Sus ojos parecían decir: si tú quieres, le doy un puñetazo en la cara, pero Lisa rió y puso su mano encima de la de Carson.

– No hace falta -dijo en voz alta, como si Carson hubiera hecho realmente la oferta-. ¿No has oído lo que Mike ha dicho hace un rato? El y yo nos entendemos el uno al otro. De hecho, acaba de ayudarme a decidir qué es lo que tengo que hacer para salvar Loring's. Gracias, Mike, no me olvidaré de esto.

El la miró con desconfianza. Su aire de fanfarronería había desaparecido por completo.

– ¿Qué es lo que he dicho? -preguntó-. No se te ocurrirá copiar mi idea de poner modelos en vez de maniquíes, ¿verdad?

– No, Mike. Poner modelos masculinos en los escaparates no es exactamente mi estilo -dijo Lisa con una sonrisa amistosa pero que dejaba ver bien a las claras que había algo oculto debajo. Luego se volvió a Carson-. Están tocando otra lenta. ¿Corremos el riesgo?

Carson le sonrió. No tenía la menor idea de qué era todo aquello que Lisa le había dicho a Mike, pero le gustaba a pesar de todo.

– Contigo yo correría cualquier riesgo -le dijo levantándose y ofreciéndole la mano-. Vamos.

La brisa del océano olía a algas marinas y sal. Acariciaba los hombros desnudos de Lisa hasta que ella se puso el abrigo y se lo abrochó. A la débil luz de la luna, el océano parecía de tinta.

– Cuando era pequeñita conocía esta playa de memoria -dijo Lisa mientras caminaba sobre la arena fría-. Conocía a todas las gaviotas y a todos los cangrejos.

– Una típica niña de California -dijo él.

Lisa se volvió a mirarlo. Los dos se habían quitado los zapatos y habían echado a caminar por la playa. Llevaban ya unos quince minutos caminando el uno al lado del otro, y él no había hecho el menor intento de acercarse a ella.

– Tú no eres de por aquí, ¿verdad, Carson? -preguntó con curiosidad.

– No -respondió dedicándole una breve sonrisa-. Sólo llevo un año viviendo aquí.

– ¿Dónde está tu hogar… tu familia?

– No tengo realmente familia -dijo él sin mirarla-. Ya no.

Lisa hubiera deseado hacerlo volverse.

– ¿Qué quieres decir con eso de que ya no tienes familia?

– Quiero decir -dijo él, todavía sin mirarla, como si la pregunta de Lisa le resultara difícil de contestar. Se metió las manos en los bolsillos antes de contestar-. Quiero decir que tengo algo de familia, pero no me apetece mucho verlos… No estamos muy unidos.