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Ella suspiró. Se había imaginado que había algo así.

– Eso puede ser un gran error. La familia es muy importante. A mí me habría gustado tener más familia.

– Tú tienes familia. Tenías a tu abuelo.

– Sí, pero le di la espalda. Y eso que era la única familia que me quedaba. Ahora me horroriza el pensarlo.

El se volvió al fin y la miró a los ojos.

– Y quieres arreglarlo teniendo un niño, ¿no es eso? -preguntó con suavidad-. Es esa la razón, ¿no?

Lisa se apartó el pelo de los ojos para verlo con claridad.

¿Cómo podría explicárselo? El parecía absolutamente opuesto a la idea de tener hijos, pero ¿qué era lo que le gustaba? ¿Los niños en sí? ¿El concepto de la familia? ¿O quizá era que le daba miedo comprometerse?

– Me encantaría tener un niño -admitió ella-. Pero estaba pensando en casarme antes.

A Carson le habría gustado gritar de disgusto, pero se contuvo.

– Eres de lo más convencional -la acusó.

– Sí -dijo Lisa con gesto pensativo-. Me doy cuenta de que soy mucho más convencional de lo que yo creía.

Carson miró en dirección a las olas. Tahití estaba por allí, al otro lado del mar.

Era tarde. Tenía que marcharse ya de allí. Ya había hecho su buena acción del día sacando a Lisa a que celebrara su cumpleaños. Luego la miró por el rabillo del ojo y se dijo que de buena acción aquello no había tenido nada. Lo cierto era que había pasado una noche maravillosa con aquella mujer. Le había parecido suave y tentadora cuando estaba entre sus brazos, le había divertido hablar con ella, le resultó interesante y misteriosa. Y en aquel mismo instante, sabía que si se volvía a mirarla no podría evitar besarla, y entonces…

Muy bien, lo cierto era que la deseaba. ¿Qué tenía eso de raro? Había deseado a muchas mujeres antes. Y en los viejos tiempos no habría tenido la menor duda de besarla y quedarse a pasar la noche con ella. Pero esto era diferente. Ella había sido totalmente sincera con él, y le había dicho qué era lo que esperaba del hombre que saliera con ella. Y pensaba que también él había sido sincero cuando le había dicho que no estaba dispuesto a comprometerse en una relación duradera.

La miró. Lisa estaba inmóvil, con los ojos cerrados y la barbilla levantada, aspirando la brisa del océano. Sus cejas formaban unos arcos perfectos por encima de sus ojos, y sus oscuras pestañas se rizaban sobre sus pómulos. Tenía los labios entreabiertos. Parecía un ser puro e inaccesible, a la espera de algo o alguien que la convirtiera en un ser completo. Por primera vez en su vida, Carson sintió de pronto esa misma necesidad, la de ser la mitad de algo. Sorprendido, apartó la cabeza y respiró el frío aire nocturno.

– Cuéntame algo más de tu familia -dijo ella, antes de que Carson tuviera tiempo de decir algo que los separara.

– No hay nada que contar -dijo él-. Le das mucha importancia a todo este asunto de la familia.

– Todos provenimos de una familia -dijo ella-. La familia es algo básico.

El negó con la cabeza.

– No para mí.

Lisa intentó mirarlo a los ojos, pero Carson parecía decidido a no revelar nada. Sin decir una palabra, los dos echaron a caminar en dirección a la casa de Lisa.

– ¿Qué es exactamente lo que tienes en contra de las familias?

– Tenía una familia bastante numerosa cuando era más joven -dijo él de mal humor.

– Ah. Pensaba que eras hijo único.

– Sí, lo soy. Pero mi padre siempre estaba… siempre estaba fuera. Así que acabé viviendo con unos parientes. Montones de parientes. Te voy a decir algo sobre la familia -dijo, volviéndose a mirarla por fin-. No hay nadie mejor que un pariente cercano para clavarte un cuchillo donde más te duele.

De modo que era eso. El tenía una familia, pero no se llevaba bien con ellas.

– No sé -señaló ella cuando se acercaban a su enorme casa victoriana-. A lo mejor sería diferente si tú intentaras crear tu propia familia.

Sí, pensó Carson. Probablemente sería diferente. Sería incluso peor.

– Ni en sueños -indicó casi de buen humor-. Eso no es para mí.

– Entonces -dijo ella con un suspiro-, parece que hablas en serio, y que no tienes planes cercanos de convertirte en padre de familia.

– ¿Yo? No, no, en absoluto.

– Es lo que yo pensaba -dijo Lisa, como si estuviera realmente triste al oír aquello-. Entonces tendré que tacharte de mi lista.

Estaba hablando en broma y él lo sabía. El brillo bien humorado que había en los ojos de aquella mujer le resultaba irresistible.

– Ah, ¿de modo que yo estaba en tu lista?

– Sí, en la columna de candidatos posibles. Justo debajo de un líder mundial y de dos estrellas de rock.

– ¿Debajo? ¿Y qué tenían ellos que no tenga yo?

– No, nada en especial. Lo que pasa es que a ellos los conocí primero.

– Ah, bueno -Carson rió-. Y ¿se puede saber quién está en la lista de candidatos ideales?

– Nadie. Esa lista está absolutamente vacía.

– Bien -dijo deteniéndose a mirarla-. Eso debe de significar algo, ¿no crees?

– No pienso rendirme -declaró con tanta suavidad que su voz casi quedó apagada con el sonido de las olas-. Y tampoco tengo tiempo para meterme en problemas.

Tenía razón. Cuánto más se quedara él a su lado, más probabilidad había de que los dos se metieran en problemas. Había pensado que, dado que los dos sabían lo que deseaba el otro, no había peligro de que sucediera nada, pero se había equivocado.

– Será mejor que me marche -dijo de pronto.

– Espera. Carson -ella lo tomó del brazo-, creo que ya tengo una respuesta a la pregunta que me has hecho esta tarde.

El asintió, esperando.

– Querías saber cuál era la razón de que yo deseara salvar Loring's. Muy bien. La razón es esta. Loring's fue creado y alimentado por mi familia. Si yo dejo que se hunda, es como si traicionara a mi familia. Si logro levantarlo, es como si les diera a todos nueva vida, a mi padre, a mi madre, a mi abuelo, a todos ellos. Y además, creo un legado para mis propios hijos.

Se sintió impresionado. No había duda de que aquello viniera directamente del corazón.

– Y una cosa más -agregó con una sonrisa malévola-. Estoy dispuesta a darle su merecido a Mike Kramer.

El rió, y pensó en acercarse a ella, pero no lo hizo. De acuerdo con las leyes que ellos mismos habían establecido, no debía hacerlo.

En el rostro de Lisa brillaba tal determinación, que Carson supo que ella seguiría en la lucha hasta el final, y que él tendría que estar a su lado para ayudarla. Antes que pudiera darse cuenta de qué era lo que estaba haciendo, se encontró acariciando los cabellos de Lisa y luego deslizando su mano por la mejilla. Iba a besarla. Pero si la besaba, tendría que quedarse…

– Tengo que irme -dijo retirando la mano y dándose la vuelta.

Ella se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos a la luz del claro de luna.

– Gracias por todo -murmuró viendo cómo se marchaba-. Lo he pasado muy bien.

– Yo también -dijo él. Y luego desapareció.

Lisa suspiró y se encogió de hombros. El no quería besarla. Bonita manera de terminar la velada. A lo mejor, pensó, aquella sensación de conexión que ella notaba entre ellos dos estaba sólo en su imaginación.

Volviéndose en dirección a la casa, comenzó a subir los escalones de la entrada. El cochecito de niño que se había encontrado esa tarde estaba en el porche. Seguramente, alguien lo había encontrado en la acera y había pensado que pertenecía a alguien de la casa. Se detuvo a mirarlo. Había algo triste en aquella pequeña camita vacía. No había ningún bebé a bordo.

Sacó la llave del bolsillo y abrió la puerta. Luego la empujó para entrar. Su día de cumpleaños había terminado.

Con un suspiro, se dispuso a cruzar el umbral.

– Lisa.

Ella se volvió sorprendida, justo a tiempo de ver a Carson que se acercaba entre las sombras y luego subía los escalones de dos en dos.