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Había visto antes a esta niña entrar y salir de la puerta al lado de la suya. Jan, su vecina, había dicho que su hermana iba a venir a pasar una temporada con ella, pero se le había olvidado mencionar que su hermana traía consigo un equipaje algo ruidoso.

– ¿Hay un bebé en tu familia? -le preguntó a la niña.

– Sí, Tammy.

– Se pasa todo el día llorando, ¿verdad?

– Le están saliendo los dientes. Mamá intenta que se tranquilice, pero ella no para de llorar. Mamá dice que si no se está callada, alguna persona malvada puede denunciarnos al encargado y entonces nos echarán.

El la miró con dureza por espacio de un instante.

– Tu madre podría estar en lo cierto -dijo Carson, tomando el albornoz para ponérselo. Sin embargo, sabía que era una pantalla. Se había sentido tentado a las dos de la mañana, cuando el bebé lloraba sin parar al otro lado de la pared, pero era incapaz de algo así.

Otra buena razón para marcharse, pensó mientras miraba en dirección al árbol. Todos los signos estaban a favor. Era hora de cambiar de lugar.

Tomó su reloj y se lo puso en la muñeca. Todavía faltaba una hora para que tuviera que estar en el trabajo, pero antes quería darse una vuelta por los Grandes Almacenes Loring's y ver qué era lo que estaba pasando allí. Bueno, podría hacerlo más tarde. Se volvió para mirar a la niña. Le resultaba casi simpática, cosa rara en él.

– Muy bien -declaró por fin-. Bajaré a tu gato.

– Gracias -dijo ella, siguiendo a Carson en dirección al árbol.

Una vez al lado del tronco, Carson levantó la vista y suspiró. Subirse a un árbol en traje de baño no era lo que más le apetecía hacer en el mundo, pero parecía que no tenía alternativa.

– ¿Cómo te llamas? -le preguntó a la niña.

– Michi Ann Nakashima. Y mi gato se llama Jake.

– Muy bien, Michi Ann Nakashima. Voy a hacer un trato contigo. Subiré por tu gato y lo bajaré si le dices a tu madre que esta noche ponga al bebé en una habitación al otro extremo del apartamento. ¿De acuerdo?

Ella lo miró con solemnidad, sin decir una palabra.

– El bebé llora -explicó él-. Y yo no puedo dormir.

– Muy bien -dijo ella asintiendo-. Trato hecho.

Esta niña era una persona muy lista. Tal vez podría llegar a gustarle una niña así.

Lisa se sentó en su enorme oficina y miró a su alrededor con un sentimiento de extrañeza y también algo de miedo. Este había sido el despacho de su abuelo, el trono desde el cual él había dirigido su negocio cuando Lisa era una niña. Y ahora ella era la que estaba allí sentada.

El retrato de su abuelo la miraba desde la pared, con la misma expresión de altivez con que siempre la había mirado en vida. Apartó la vista, y se oyó murmurar:

– Lo siento.

Llevaba ya un mes al frente de la tienda, pero hasta aquella mañana había evitado sentarse en aquella silla, aquella misma antigua y enorme silla desde la cual su abuelo le había ordenado que abandonara sus ridículas clases de piano, que dejara a ese chico que no le convenía, Dougie Switzer, y que se quedara en la ciudad y estudiara allí en vez de seguir con aquel loco proyecto suyo de ir a estudiar a una universidad del este.

Había obedecido todas las órdenes con excepción de la última. A los dieciocho años, con una cabeza saturada de proyectos y un corazón lleno de resentimiento, había hecho las maletas y había escapado en medio de la noche.

Su abuelo había muerto hacía tres semanas, pero antes de morir tuvo tiempo de llamar y habían podido verse de nuevo, en un encuentro agridulce que cambió la vida de Lisa. El anciano daba por hecho que ella se encargaría ahora de la tienda. Y de pronto, una idea que ella se había pasado años y años rechazando, se convirtió en algo inevitable.

¿Estaba ella preparada para desempeñar aquel trabajo? Miró su propio reflejo en las ventanas que había al otro lado de la habitación, como en busca de una confirmación de su súbito cambio de estado. Y la encontró. Lo que veía allí era una mujer atractiva y equilibrada, vestida con un traje color beige y que llevaba una insignia de Loring's en la que ponía, simplemente, "Lisa". Esto último había sido idea suya, y obedecía al deseo de ponerse al nivel del resto de los empleados de la tienda.

Después de tomar aliento, se volvió a mirar el retrato de nuevo.

– Soy una persona mayor, abuelo -dijo con suavidad-. Y estoy preparada.

Para disgusto suyo, se dio cuenta de que de pronto tenía los ojos llenos de lágrimas.

El sonido agudo del teléfono interrumpió sus pensamientos. Lisa se secó los ojos rápidamente y tomó el auricular.

– ¿Señorita Loring? Soy Krissi, de Perfumes y Cosméticos -dijo la muchacha con tono de conspiración-. ¿Se acuerda de que ayer le hablé de un tipo que estaba curioseando por aquí? Pues ha vuelto.

Lisa se irguió en el asiento, alerta e interesada.

– Gracias, Krissi -dijo-. Bajo inmediatamente.

Salió disparada y corrió en dirección al ascensor, con un brillo de furia en los ojos. Por lo que Krissi le había contado el día anterior, tenía una vaga idea de cuáles eran las intenciones de aquel curioso. Loring's llevaba años y años en lucha declarada con los Grandes Almacenes Kramer, que estaban al otro lado de la calle. De modo que ahora Kramer estaba enviando espías para averiguar cómo se desarrollaban las cosas bajo la nueva administración. Bueno, pues ella se iba a encargar de solucionar el problema en seguida.

Encontró a Krissi apoyada en la pared, mirando al otro lado de la esquina.

– Aquí está, señorita Loring. Va en dirección a la sección de novias.

La empleada le hacía señas a Lisa para que la siguiera por detrás de una hilera de maniquíes vestidos con trajes de novia. De este modo se fue acercando hasta llegar a un buen punto de observación.

Lisa enarcó una ceja al observar la teatralidad de Krissi, pero la siguió de todas formas. Se inclinó también y fue caminando por detrás de la hilera de maniquíes, hasta quedar escondida detrás de un voluminoso traje nupcial de satén.

– ¡Ahí está!

Y allí estaba, con el ceño fruncido y el lápiz en la mano, exactamente tal como Krissi le había descrito, mirando con atención a todas partes y tomando notas en un cuadernillo.

– Es un espía de Kramer -murmuró Krissi, abriendo mucho los ojos por debajo de sus enormes gafas-. Apuesto a que lo es. ¿Qué piensa usted?

Lisa dudó antes de dar su opinión. No le gustaba hacer acusaciones sin fundamento. Pero aquel hombre que contemplaba con expresión de arrebato el satén blanco y los encajes parecía cualquier cosa antes que un cliente de la sección de novias. Llevaba un traje gris y una camisa blanca impecables, pero se movía como un atleta y tenía el rostro curtido de un luchador callejero. Era exactamente la clase de persona que Mike Kramer contrataría para espiar a la competencia.

– ¿Quiere que llame a Seguridad? -preguntó Krissi.

Lisa sacudió la cabeza, resignada.

– No, Krissi. Vuelve a tu trabajo. Yo me encargaré de esto personalmente.

La joven no pudo ocultar su desilusión.

– A lo mejor debería quedarme yo por aquí por si acaso -sugirió-. Por si acaso se pone en plan duro.

La sonrisa de Lisa fue inmediata y sincera.

– No va a ponerse en plan duro. Esto no es más que una tienda, Lisa, no es La Ley del Silencio.

– Bueno, de acuerdo -dijo Krissi lanzando una última mirada al hombre que tomaba notas en su cuadernillo-. Volveré al trabajo.

Lisa esperó a que Krissi desapareciera de su vista y luego suspiró profundamente. No tenía la menor idea de qué era lo que iba a decirle al espía. Nunca se había encontrado con nada parecido durante el tiempo que había estado trabajando en Bartholomew's en Nueva York. Sólo en las ciudades pequeñas la competitividad tomaba un cariz tan personal, casi como lucha entre familias.