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La situación era desesperada. Si su idea no lograba salvar la tienda, entonces ya no habría más Loring's.

Miró a Carson de nuevo. Aquel día estaba especialmente atractivo. Llevaba una chaqueta color azul marino y pantalones grises. Tenían un arañazo a un lado de la nariz, y Lisa se preguntaba qué le había sucedido. A lo mejor había tenido un accidente, o quizá había sido una pelea. No se lo había preguntado. Estaba intentando no preocuparse por su vida privada.

El levantó los ojos, y la descubrió mirándolo. Lisa frunció el ceño y apartó la vista. Últimamente, fruncía el ceño cada vez que lo veía. Se lo merecía. Bien pensado, era él quien lo estaba estropeando todo.

No los planes para la renovación de Loring's. Aunque habían discutido acerca de ciertos detalles, en este aspecto él sí que había resultado de mucha ayuda.

Donde él causaba problemas era en su vida amorosa, aquella llamita casi inexistente que ella estaba intentando avivar después de años de desinterés por el tema. El hecho era que ella había descubierto que en realidad había un montón de posibles candidatos entre la población masculina del lugar.

Pero en el fondo de la escena aparecía siempre Carson. Era como su conciencia.

La noche anterior, por ejemplo, era eso mismo lo que había sucedido. Lisa había asistido a una degustación de vino dada por el alcalde de la ciudad, y al poco rato de llegar se había encontrado de pronto monopolizada por Andy Douglas, un dentista de la zona cuya esposa lo había abandonado para poder seguir una carrera de actriz en Broadway. Era simpático, y tenía una sonrisa muy amistosa.

Justo en el momento que mejor se lo estaba pasando con Andy, había visto a Carson apoyado en la pared y contemplándola.

No se había acercado a ella. No había dicho ni una palabra. Pero la visión de aquellos ojos azules fijos en ella la había seguido acompañando toda la noche. Había seguido riendo y bromeando, pero ya no tenía el corazón en ello. Pobre Andy. Probablemente jamás comprendería cuál había sido la razón de que ella le hubiera dicho que no cuando le había propuesto salir a cenar la noche siguiente.

Carson estaba siempre hablando de lo impaciente que se sentía por marcharse a Tahití. Mirándole a través de la mesa de conferencias, Lisa pensó que ella también estaba impaciente de que se fuera.

Después de la noche que habían salido juntos, Lisa había albergado la absurda esperanza de que quizá ella pudiera cambiarle. Había pensado que podría hacer lo mismo que había hecho su madre: moldear a un hombre de acuerdo con sus deseos. Pero había sido un sueño absurdo.

Carson había echado por tierra todos aquellos sueños, dejando bien claro que él no era una persona moldeable. No había cambiado en absoluto. No quería cambiar. ¿Por qué tenía que hacerlo? El era completamente feliz con la vida que llevaba. Un corazón inquieto.

Durante todos esos días se hablaban el uno al otro con exquisita educación y total frialdad. Era como si estuvieran librando una larga y sostenida batalla, en la cual ninguno de los dos sabía exactamente por qué causa estaba luchando. Era cierto. Eran incompatibles.

Y era una lástima. Jamás había conocido a un hombre que provocara en ella una respuesta como la que le incitaba él. Cada vez que recordaba aquel beso, sentía un estremecimiento por todo el cuerpo que no se parecía a nada que ella hubiera experimentado antes. Sabía que no podría volver a encontrar eso en otro hombre. Por lo menos, no podría mientras Carson estuviera cerca de ella para recordarle a cada momento lo que se estaba perdiendo.

Por unos instantes, lo imaginó vestido de tweed , sentado al lado del fuego con un libro, e imaginó luego un par de niños corriendo hacia él y gritando de felicidad mientras se sentaban en las rodillas de papá Carson.

– Lisa. ¡Lisa! -dijo Greg sacudiéndole el hombro-. ¿Te pasa algo?

Ella lo miró sin comprender lo que pasaba. Greg la estaba mirando con expresión de extrañeza. De hecho, todos los de la mesa la estaban mirando.

– Me parece que estoy un poco agotada -admitió con una sonrisa-. Vamos a dejarlo por ahora. ¿De acuerdo? Mañana seguiremos donde lo dejamos.

Hubo un murmullo de asentimiento general, y los otros comenzaron a guardar sus papeles y a cerrar sus carteras, preparándose para marcharse. Lisa salió con los brazos cargados de archivos y carpetas, pero al salir al pasillo se encontró con Carson a su lado.

– Estás trabajando demasiado -le dijo-. Deberías tomarte un día libre. Necesitas un descanso.

– Quién, ¿yo? -dijo ella mirándole-. No te preocupes por mí. Ya descanso lo necesario.

– Ah, ¿sí?

Se detuvieron frente al ascensor, y Carson se puso frente a ella para que lo mirara a los ojos.

– Las seis horas que duermes por la noche no cuentan -dijo-. Tienes que salir y hacer algo para distraerte y pensar en otra cosa. ¿Qué te parece esta noche? ¿Por qué no nos vamos a cenar juntos a la Shell Steakhouse?

Ella lo miró. Era la primera vez que él le proponía que salieran juntos de nuevo. Se sentía tentada a aceptar. Cenar con él, hablar, reír, quizá un nuevo beso. Se estremeció.

– Lo siento -dijo después de tomar aliento-. Estoy ocupada.

En la mirada de él había algo que la hacía sentirse helada, algo salvaje e indomable.

– Vas a salir con Andy Douglas, ¿verdad? -le preguntó apretando la mandíbula.

– Eso no es asunto tuyo -dijo-. Pero no, no voy a salir con él.

El parecía escéptico.

– Le oí que te lo pedía ayer por la noche.

– Bueno -dijo ella mirándolo con frialdad-, entonces supongo que no oíste cuando le dije que no.

El seguía mirándola como si no le creyera.

– ¿No te gusta?

Aquello había sido bastante directo.

– Me… sí, me gusta mucho -dijo, mirándolo con gesto desafiante, como invitándolo a que hiciera algo.

– Entonces -dijo él-, ¿por qué no sales con él?

Sabía que debería decirle que se ocupara de sus asuntos. Sabía que debería decirle que la dejara en paz y que no se pusiera a escuchar sus conversaciones. Pero no le dijo nada de esto. Lo que hizo fue quedarse muy quieta, contemplando sus ojos azules. No servía de nada fingir, aunque fuera por salvar su orgullo. Estaba bien aquello de actuar de forma desafiante, pero el fin y al cabo ella ¿qué tenía que proteger? Si Carson sabía leer en sus ojos en aquellos instantes, entonces sabría sin lugar a dudas cuál era la razón de que no quisiera ni pudiera salir con Andy.

Llegó al ascensor. Lisa se forzó a volverse y a entrar en él. Carson se quedó donde estaba, y ella no le esperó. El podía tomar otro ascensor. O podía bajar por la escalera. Le daba lo mismo.

A la mañana siguiente estaban alrededor de la mesa de conferencias, y Lisa se sentía un poco inquieta. Estaban acabando con todos los preliminares. Habían hecho diversos estudios, habían evaluado los datos obtenidos. Se habían hecho gráficas y listas de datos y los habían estudiado con atención. Era el momento de diseñar un plan de acción y llevarlo a la práctica.

Lisa miró a Carson, sentando al otro lado de la mesa. ¿Cuánto tiempo seguirían viéndose en aquellas reuniones?

– ¿Qué diablos es todo ese ruido?

Hasta el momento en que Greg había hecho esa observación, Lisa no había oído las voces que había al otro lado de la puerta. Se levantó a toda prisa, contenta de que hubiera una interrupción.

– Voy a ver -dijo caminando hacia la puerta y abriéndola. Fuera estaba Garrison con Becky su bebé en los brazos, hablando muy excitada en medio de un grupo de secretarias y de empleados.

– Garrison, ¿qué es lo que pasa?

Garrison se acercó a ella muy excitada.

– Señorita Loring, no va usted a creérselo. Acabo de pasar por Kramer's. Han traído a esos modelos masculinos otra vez, pero ¿sabe qué? Esta vez hay mujeres también. Y le juro que están medio desnudas. Las mujeres están en bikini, o en ropa interior. Van andando por la tienda, y te sonríen, y te enseñan las ropas que llevan puestas y te dicen en qué departamento puedes encontrarlas… La cosa es que la mayor parte de ellas no lleva más que una tanga. De modo que, ¿qué es lo que pueden estar ofreciendo? Ya se lo puede usted imaginar.