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– Perdónenme, caballeros -dijo por fin, sonriendo a todo el mundo educadamente, intentando aparentar una confianza en sí mismo que estaba lejos de sentir-. Me temo que voy a tener que hacer valer mis derechos…

– Ah, ¿sí? -dijo Andy Douglas, acercándose a Lisa-. ¿Qué clase de derechos?

Carson tomó la mano de Lisa con la suya. Los dos anillos brillaron a la luz.

– Lamento mucho desilusionarlos, muchachos, pero Lisa y yo nos hemos casado esta tarde. Estoy seguro de que comprenderán que nos apetece estar un poco a solas.

– ¿Qué? -dijo Andy Douglas. Por un momento, pareció como si estuviera dispuesto a desafiar a Carson a un duelo con pistola, pero alguien le sostuvo desde atrás.

– ¿Qué? -dijo a su vez Lisa. Pero nadie notó su reacción y Carson y ella se alejaron del grupo en dirección al comedor.

– ¿Por qué lo has hecho? -le preguntó, mientras él la llevaba a una mesa para dos situada en un rincón apartado detrás de unas plantas, lejos de las grandes mesas colectivas del centro. No estaba segura de reír o llorar. ¿Pensaba Carson que aquella era una broma divertida, o era que había bebido demasiado?-. Seguro que algunos de ellos se lo han creído.

– Tenía que hacerlo -dijo él, ayudándola a sentarse con galantería burlona-. Era por tu propio bien.

Lisa dudó un instante. Lo que debería hacer era darle un grito y luego volver a reunirse con aquel grupo de hombres qué tantas atenciones estaban teniendo con ella. Le divertía que se pelearan por ella, y Carson no tenía ningún derecho a actuar de aquel modo.

Sin embargo, lo cierto era que Carson era el único hombre con el que deseaba estar. De manera que se sentó por fin, aunque muy seria, como para darle a entender que ella no era una marioneta.

– Y ahora explícame cómo es eso de que me has raptado por mi propio bien.

– Bueno -dijo él sentándose frente a ella-. Me estaba resultando un poco desagradable ver cómo repartías tus favores como una especie de Scarlett O'Hara. No podía permitir que lo hicieras.

Ella le miró, sin saber a ciencia cierta cuáles eran sus propios sentimientos.

– Estás celoso -dijo con voz suave.

Los ojos de él brillaron.

– Totalmente cierto -dijo.

Lisa no podía creer lo que oía. Seguramente era una broma, pero él parecía decirlo en serio. Y si hablaba en serio, entonces ella debería estar enfadada.

– Vamos a aclarar esto -dijo entonces-. Tú no quieres nada conmigo, pero tampoco quieres que nadie se me acerque.

El la miró sorprendido.

– ¿Quién ha dicho que yo no quiero nada contigo?

– Tú mismo. Con todas y cada una de tus palabras y tus acciones. Me lo has dicho de todas las maneras posibles.

El se puso a jugar con los cubiertos, evitando los ojos de Lisa.

– De acuerdo. Es cierto que no quiero nada serio. Pero eso no significa que quiera que otros hombres se interesen por ti.

– ¿Cómo? -dijo Lisa indignada.

La miró con ojos inocentes. Sabía que lo que decía era absurdo, pero no encontraba una manera mejor de explicar lo que sentía.

– Mientras yo esté por aquí -dijo-, no quiero ver a otros hombres alrededor de ti.

Lisa sintió que empezaba a llenarse de rabia.

– Menos mal que te vas a marchar pronto -declaró ella.

– Ah, sí -dijo él-. Quería hablarte de eso.

– ¿Cómo?

De pronto, el corazón de Lisa corría a toda velocidad. A pesar de que no le gustaron en absoluto sus métodos, lo cierto era que no se sentía inmune a los encantos de Carson. Si él había cambiado de idea sobre lo de marcharse…

– Voy a retrasar mi viaje a Tahití un par de semanas. Creo que con este nuevo plan tuyo vas a estar muy liada, y yo debería estar por aquí para ayudarte a sacarlo adelante. De modo que… ¿qué piensas?

Lisa abrió su servilleta con todo cuidado y se la puso sobre las rodillas.

– Bueno, pienso que probablemente podría arreglármelas sin ti -dijo mirándolo e intentando aparecer indiferente-. Pero la verdad es que si tú estás, será mucho más divertido.

– Bien -dijo él, tomando la mano de Lisa por encima de la mesa-. Tengo muchas ganas de que Loring's tenga éxito, y no simplemente porque sea un trabajo que me han asignado, sino porque… porque tú me importas.

Ella sonrió. Sintió de nuevo la antigua tentación de intentar cambiarlo.

No. Aquel hombre no era para ella, y tendría que ir haciéndose a la idea, se dijo mentalmente. Su viaje a Tahití había sido pospuesto, no cancelado. Sin embargo, podía disfrutar de él el tiempo que estuviera. Dando un sorbo a su copa de vino, se sonrió para sus adentros. ¿Por qué no?

– Nos están mirando todos -dijo entonces, acercándose hacia él-. ¿Por qué no me besas?

Lo observó con atención, preguntándose cuál sería su reacción. Era imposible saber lo que pasaba detrás de aquellos ojos azules. Acababa de decir que ella le importaba. Había dicho que estaba celoso. De modo que, ¿por qué no se decidía?

Moviéndose lentamente, Carson puso la mano en el cuello de Lisa y la acercó hacia él, evitando sus ojos y fijando la vista en sus húmedos labios. Se detuvo un instante antes que los labios de ambos entrarán en contacto. Este beso tenía que ser ligero, afectuoso, nada más. No podía dejar que ella notara lo mucho que la deseaba.

Entonces la besó. Fue un beso muy breve. No contestaba a ninguna pregunta, y dejó a Lisa deseando más, mucho más.

Ella se apartó y rió nerviosamente. Carson se recostó en la silla y miró a lo lejos.

Lisa se sentía intrigada y desilusionada. Jamás había conocido a un hombre que supiera ocultar mejor sus emociones. O a lo mejor era que no lo había interpretado correctamente.

Comenzó a hablar de un tema, y poco a poco los dos se embarcaron en una conversación casual. Lisa se sintió aliviada. Todo iba a ir bien.

La cena fue mejor de lo habitual en esa clase de celebraciones, y los dos la pasaron bien, hablando y riendo a pesar de la cierta tensión que se había creado entre ambos después del beso. Los otros parecían haber creído la historia de su matrimonio. Los dos permanecieron aislados el resto de la velada. Lisa pensó que le costaría tiempo volver a rehacer todas aquellas amistades, pero en aquel momento no le importaba nada. Cuanto más tiempo pasaba con Carson más convencida se sentía que era con él con quien deseaba estar.

Le invitó a su casa a tomar una copa, y él dijo que prefería que dieran un paseo por la playa. La siguió a casa en su propio coche. La noche era fría, y había un poco de niebla. Ella se quitó los zapatos y se ciñó bien el abrigo, y echó a caminar al lado de Carson. Por alguna razón, ninguno de los dos tenía nada que decir, de modo que caminaron en silencio.

– He oído que se acerca una tormenta -dijo él por fin, deteniéndose a mirar entre la niebla, en dirección a las olas.

– Yo la siento acercarse -dijo ella-. ¿La sientes tú?

El se volvió a mirarla e hizo un ligero movimiento de impaciencia.

– Tú sientes demasiadas cosas -señaló en broma-. Ya está bien.

Lisa le miró. El viento del océano agitaba sus cabellos. Pensó que lo qué en realidad le estaba pidiendo era que siguiera fingiendo que en realidad ninguno de los dos significaba nada para el otro.

– Yo quiero sentir -le dijo-. Sentir significa estar vivo. Las emociones son lo más real de la vida, y yo quiero experimentarlas todas. Quiero reír de verdad. Quiero llorar de verdad -dijo levantando la barbilla y mirándolo con aire desafiante-. Y cuando me besan, quiero que me besen de verdad.

El se dio la vuelta, tomó un guijarro del suelo y lo lanzó en dirección a las olas.

– Lo siento si mi beso no fue suficiente para ti -repuso fríamente, sin dejar de mirar las olas-. No me había dado cuenta de que fueras una exhibicionista. Pensaba que alguien como tú no querría hacer una escena un poco embarazosa en público.