A Lisa le parecía increíble que él siguiera pensando así después de la noche que habían pasado juntos.
– ¿Tanto miedo tienes a comprometerte con alguien?
– Olvida todo eso de "comprometerte con alguien", Lisa. No es eso. Nunca ha sido eso. Lo que pasa es lo que tú ya dijiste desde el principio. Yo quiero una cosa. Tú quieres otra. Podemos pasar buenos ratos juntos, pero no tenemos… no tenemos un futuro, por así decir.
Lisa estaba temblando. Sintió cómo se debilitaban todas sus buenas intenciones. Lo único que deseaba era echarle las manos al cuello.
– No te preocupes, Carson -dijo, sin ocultar la amargura que sentía-. No estoy intentando atraparte en una vida con matrimonio y niños. Yo nunca haría eso.
Carson asió la mano de Lisa, deseando poder expresar qué era lo que realmente sentía. El mismo se había sentido egoísta y estúpido al pronunciar sus anteriores palabras.
– Entonces todo está bien. No tenemos nada de que preocuparnos -declaró.
– No -ella se incorporó-. Todo es perfecto. Voy a vestirme. Tengo que ir a casa para ver qué clase de destrozos ha causado el huracán.
El la miró marcharse, golpeándose mentalmente por la torpeza con que había intentado explicar lo que sentía. Ella no comprendía. No se daba cuenta de qué era lo que de verdad le daba miedo. Lo que más temor le daba era el sentimiento de su propia vulnerabilidad. ¿Qué sucedería si se enamoraba de ella, si no podía vivir sin ella, si no sabía qué hacer cuando ella no estuviera a su lado? Durante las últimas horas había aprendido que cuando estaba al lado de ella, perdía absolutamente el control de sí mismo. ¿Qué haría si las cosas seguían así? Por primera vez en su vida, tenía miedo de lo que pudiera pasar.
Pero eso no se lo podía decir a ella.
En ese momento sonó el timbre de la puerta y se levantó para abrir. Era Michi Ann. Tenía una gorra de plástico para la lluvia, y sus ojos oscuros le miraban desde debajo de la visera. Llevaba en la mano una gran bolsa de papel, en cuyo interior había algo que hacía ruido y que parecía querer salir de allí.
– Hola, señor -dijo con tristeza. Tenía los ojos llenos de lágrimas-: ¿Podría hacerme un favor, señor?
Carson vio la bolsa de papel y se sintió aterrado, pero a pesar de todo puso la mejor de sus sonrisas.
– ¿Qué puedo hacer por ti, Michi Ann?
– ¿Podría usted cuidar de Jake? -preguntó levantando la bolsa.
Carson tragó saliva.
– Eh… ¿Por qué? ¿A dónde te vas?-preguntó. Entonces se dio cuenta de las lágrimas de la niña-. Eh, ¿qué es lo que pasa? Ven, entra y cuéntame qué es lo que pasa.
Ella entró en el recibidor.
– Nos vamos a Hawai a ver a mi abuela -dijo, suspirando profundamente entre frase y frase-. Mamá dice que no puedo llevarme a Jake. Iba a llevarlo a donde llevan a los gatos callejeros…
– Eh -dijo Carson poniéndose sobre una rodilla para estar a la altura de la niña-. No te preocupes. Yo me encargo de Jake, bonita. Nadie te va a separar de tu mejor amigo.
– ¿De verdad, señor?
¿Qué podía decir? Haría casi cualquier cosa por aquella niña.
– Por supuesto. Mira, déjalo ahí mismo, al lado del equipo de música.
La niña dejó la bolsa donde le habían dicho. Hubo un ruido en el interior, luego la bolsa se abrió lentamente y apareció la cabeza dorada de un gato, con fuego en las pupilas.
Carson se puso de pie y contempló al animal. ¿Qué diablos iba a hacer con él? Le iba a destrozar todo el apartamento.
– ¿Cuánto tiempo vas a estar fuera, Michi? -preguntó.
– Mamá dice que unas dos semanas.
– Dos semanas, ¿eh? -dijo él. ¿Le sonaría su tono de buen humor tan falso a ella como le sonaba a él mismo?-. Muy bien. Yo cuidaré de Jake.
– Gracias, señor. Sabía que usted me ayudaría -dijo Michi, acercándose a él y rodeando una de sus piernas para abrazarle-. Usted es mi mejor amigo, además de Jake.
Inclinándose, él la besó en la frente.
– Tú también eres mi amiga, Michi -dijo con voz ronca. Y tuvo una sensación rara en el pecho. A lo mejor aquel corazón de hielo se estaba derritiendo de nuevo.
Antes de salir, la niña se volvió para mirar al gato.
– Adiós, Jake -dijo-. Hasta la vuelta.
– No te preocupes -dijo Carson-. Te la pasarás muy bien en Hawai. No necesitarás a Jake. Estarás muy ocupada, viendo a tu familia y haciendo nuevos amigos. Y el tiempo pasará tan rápido que antes de que te quieras dar cuenta ya estarás de vuelta.
– Seguro que sí, señor -dijo ella, de nuevo con lágrimas en los ojos-. Adiós.
Y desapareció en la lluvia.
Carson se volvió y contempló a Jake.
– Muy bien -murmuró en voz baja-. Que no cunda el pánico. Tiene que haber alguna manera de tratar con este gato.
No sabía qué iba a hacer con aquel animal. Tendría que encerrarlo en una habitación, hasta que Michi volviera. Y, ¿qué haría si no volvía?
Pero bueno, ¿qué era lo que pasaba con él? No podía dejarse acobardar así. Al fin y al cabo él era un hombre, ¿no? Tenía que enseñarle a aquel animal quién era el que mandaba allí.
En ese momento, Lisa entró en la habitación.
– Qué gato tan bonito -dijo. Acercándose a Jake, lo tomó en sus brazos-. No sabía que tuvieras un gato.
– No tengo ningún gato -dijo Carson-. Este es de Michi Ann. ¿Te acuerdas de aquella niña que te presenté en Kramer's? Me ha pedido que me quede con él un par de semanas, hasta que vuelva de Hawai.
– Oh -dijo Lisa, mirándole con expresión de ternura.
– Bueno, bueno, ahora no empieces a decirme que soy un blando con los niños, ni nada parecido. Porque la verdad es que odio a este gato. Y él me odia a mí.
– ¿Esta preciosidad te odia?
– Este demonio, querrás decir. Es un asesino, lo digo en serio.
– ¿Quieres que me lo lleve yo a casa? -sugirió. Jake parecía estar muy feliz en sus brazos-. Apuesto a que yo podría reformarlo.
Eso sería estupendo, pensó Carson. Por un momento, vio el cielo abierto. Luego sacudió la cabeza.
– No. He prometido que lo cuidaría. No quiero fallarle a Michi Ann.
– Muy bien -Lisa puso al gato en el suelo-. ¿Vas a llevarme a casa? Me parece que ya es hora de que me marche.
El la miró. Bueno, ¿no era esto lo que él quería? Una relación esporádica, distanciada. Ella estaba tranquila, calmada, y tan sexy como siempre.
Arrojando por la ventana todas sus buenas intenciones, Carson se acercó a ella y la rodeó con sus brazos.
– Ese ha sido tu primer error -le dijo, besándola en el cuello, en el lóbulo de la oreja, en la mejilla-. No es hora de que te marches en absoluto.
Lisa sintió que le temblaban las rodillas y sonrió. Carson decía lamentar lo que había sucedido, pero al llegar el momento, se mostraba tan feliz como ella misma.
– Ah, ¿sí? -dijo ella-. Entonces, ¿de qué es hora?
El sonrió. No había ninguna necesidad de responder a aquella pregunta con palabras. Dejó que fuera su cuerpo quien contestara.
Capítulo 9
– Abrimos dentro de una semana.
Lisa escuchó con atención mientras Greg le describía los detalles de la ceremonia de apertura del nuevo Loring's Family Center. Su sueño se estaba convirtiendo en realidad. Pronto sabrían si era un éxito o un fracaso.
Dio un sorbo del vaso de agua que tenía siempre consigo en la mesa de conferencias aquellos días. Su boca parecía estar siempre seca. Debía de ser el estrés, se dijo.
Volviéndose al otro lado de la mesa, le guiñó un ojo a Carson, y él le hizo una seña. Habían pasado ya semanas desde el momento en que ambos se habían decidido a reconocer por fin lo que sentían el uno por el otro, y durante ese tiempo se habían estado viendo con regularidad. Semanas de paraíso. Semanas de infierno.
Luego se puso de pie y se dirigió a todo el personal.