Mientras seguía observándolo, vio cómo se sacaba un pequeño cassette del bolsillo y se ponía a grabar algo allí en voz baja. Sin duda, eran ideas para Mike.
Se sintió furiosa. Loring's estaba pasando por una mala época, y ya tenían suficientes problemas como para tener que enfrentarse ahora al espionaje de Kramer. ¿Cómo se atrevía aquel hombre a enviar espías a su tienda? De pronto, toda su indecisión desapareció de un golpe, y echó a caminar para enfrentarse con el intruso.
Carson tenía dolor de cabeza, poco tiempo y un estómago que se quejaba dolorosamente por la ausencia del almuerzo. De modo que ¿cuál era la razón, se estaba preguntando, de que hubiera decidido pasearse por Loring's?
Debía de estarse convirtiendo en un obseso del trabajo, esa era la razón. Y era ridículo. El siempre se había enorgullecido de ser un espíritu libre de cualquier atadura, listo siempre para seguir la dirección del viento. Y aquí estaba, tan absorbido por su trabajo en el Central Coast Bank, que se había pasado más de un año en aquella pequeña ciudad costera.
En realidad, su trabajo le resultaba fascinante. Visitaba compañías que tenían problemas con sus préstamos bancarios y les aconsejaba cómo hacer reestructuraciones y renovaciones, además de otras maneras de hacer más eficientes sus negocios. En un principio había tomado este trabajo sin pensarlo mucho, y luego se había quedado sorprendido de lo mucho que disfrutaba haciéndolo. Aunque lo cierto era que se estaba convirtiendo en una rutina. Había empezado a sentirse harto e incómodo, y estas sensaciones se hacían más intensas de día en día. Era el momento de cambiar.
Este asunto de los Almacenes Loring's iba a ser un trabajo difícil. Conocía bien el tipo de negocio, una vieja familia aferrada a las tradiciones y aterrada con los cambios. No querrían aceptar sus consejos, y acabarían por irse abajo. Estaba escrito. Lo sabía con sólo dar un vistazo a la tienda. Parecía que no merecía la pena esforzarse.
Grabó todas estas observaciones en su cassette con un par de frases breves, y luego deslizó el aparato de nuevo en su bolsillo y se volvió con el ceño fruncido para encontrarse con una empleada que se acercaba hacia él. Era lo suficiente atractiva como para atrapar su atención, incluso en el estado de malestar físico en que Carson se encontraba. Ella llevaba su pelo rubio recogido en un moño, pero había dejado suelto un generoso mechón que le caía provocativamente sobre la frente, y sus ojos oscuros estaban rodeados por unas espesas y negras pestañas que hacían destacar aún más el brillo cálido de los ojos. Estaba vestida con un traje que parecía salido de una lujosa revista de moda; se trataba de un vestido de un tipo de lana que parecía tan suave como un rizo de niebla de San Francisco, una blusa color bronce, y un pañuelo sujeto por un sencillo alfiler de oro. En una de las solapas llevaba una insignia de la tienda donde decía, simplemente, "Lisa".
Lo primero que pensó Carson fue que hacía mucho tiempo que no veía a una mujer tan hermosa. Lo segundo fue que las empleadas de Loring's debían de estar muy bien pagadas si eran capaces de permitirse un vestido como aquel.
Este segundo pensamiento era, sin duda, un producto de su mente obsesionada con el trabajo. Se detuvo a pensar cuál sería la reacción si él sugiriera que se redujeran todos los salarios en Loring's. Sin duda se convertiría en el hombre más impopular de la ciudad. Las comisuras de sus labios se plegaron en una sonrisa, mientras hacía un breve gesto de saludo a la mujer que se acercaba a él.
Lisa, sin embargo, no parecía estar muy divertida. Deteniéndose ante él, lo contempló fijamente con una mirada que dejó a Carson sin saber qué decir. Estaba acostumbrado a que le miraran las mujeres, pero no a que su juicio fuera tan severo. Esto resultaba interesante. Esperó, preguntándose qué sería lo que quería aquella mujer.
Lo que Lisa quería era que él se mostrara un poco culpable. Ella hubiera preferido que se diera la vuelta y saliera corriendo, pero ya que no lo hacía, se conformaba con que se mostrara al menos un poco incómodo. Pero en vez de sentirse avergonzado o violento, él se mostraba de excelente humor, y eso le irritaba. Parecía un tipo duro, pero podría hacerse cargo de él de todos modos. Estaba acostumbrada a tratar con hombres.
– ¿Qué es lo que está usted haciendo aquí? -preguntó Lisa, mirándole con ojos brillantes.
– Quién, ¿yo? -preguntó él, sorprendido por la forma en que se dirigía a él aquella vendedora. Miró a su alrededor, sin saber qué hacer, y luego volvió a mirarla a los ojos.
– Sí, usted.
Parecía estar tan furiosa que casi le hizo sonreír.
– Estoy mirando un poco. ¿Qué está haciendo usted?
– Yo trabajo aquí -respondió ella.
Carson asintió, conteniendo la sonrisa.
– Ya lo veo.
Tenía un rostro precioso, una piel suave, una nariz fina, enormes ojos color café. Mirarla le traía a la memoria un día de primavera en el sur, cuando los árboles estaban en flor. Pero se percibía en ella una fuerza y una energía que estaban en contradicción con su aparente imagen de suavidad.
– Bueno, pues ya lo ve -dijo él con paciencia-. Usted trabaja aquí, y yo compro aquí. Así es como funciona el sistema. Esa es la razón de que a esto le llamen tienda.
Por muy atractiva que fuera, no manifestó el menor aprecio por su rasgo de humor.
– No, usted no está comprando aquí nada -dijo ella-. ¿Se cree que no me doy cuenta? Vamos a dejarnos de juegos. Sé muy bien qué es lo que está usted haciendo.
– Entonces ya somos dos -dijo él, mirándola intrigado. Por muy atractiva que fuera, la cualidad de ella que más le impresionaba en aquellos momentos era su testarudez. Su instinto le decía que lo mejor era desaparecer de allí-. Y ahora, si me disculpa…
Se volvió para marcharse, pero ella le interrumpió el paso, con la mandíbula apretada y ojos desafiantes.
– ¿Piensa de verdad que voy a permitir que me saboteen sin mover ni un dedo para impedirlo? Si me veo obligada, llamaré a la policía.
– La policía -dijo él, mirándola asombrado-. Escuche, señora no sé qué es lo que piensa que estoy haciendo, pero…
Estaba empezando a tener serias dudas sobre la estabilidad mental de la empleada en cuestión. Era una pena, pero parecía que siempre había algo que fallaba en las mujeres más hermosas. Era como si algún ser superior pensara que hasta en la joya más perfecta debería haber siempre alguna imperfección.
– ¿Qué pasa? -preguntó-. ¿Me está acusando de intentar robar, o algo así?
Ella seguía mirándolo con gesto de desaprobación.
– No se haga el tonto.
El parpadeó, sin saber qué decir.
– ¿Es usted así de amable con todos los clientes? -preguntó-. Si es así, ya comprendo por qué esta tienda tiene problemas.
– Escuche -comenzó ella, pero en ese momento dos mujeres que estaban comprando se acercaron hacia ellos, y Lisa les sonrió amablemente y esperó a que se alejaran un poco.
– Sé qué es lo que está haciendo aquí -le dijo en un murmullo, agarrándole el borde de la chaqueta con sus uñas rosadas-. Usted es un espía, ¿verdad?
– ¿Un… un espía? -dijo él sin poder salir de su asombro. No había ni rastro de humor en los ojos de aquella mujer, de modo que estaba claro que no hablaba en broma-. Exacto -dijo él con un ligero desdén-. Lo ha averiguado usted. Y eso que no llevo la gabardina ni las gafas oscuras.
– Está muy claro -dijo ella-. He estado observándolo. He visto lo que estaba haciendo.
El asintió lentamente, buscando en sus ojos alguna pista. Todo esto era una locura.
– Muy bien. Lo acepto. Soy un espía -dijo él intentando sonreír. Pero ella no sonrió-. La cuestión es, ¿qué hacen con los espías por aquí? ¿Los cuelgan de los pulgares? ¿O tengo que quedarme por aquí esperando a que reúna usted un pelotón de ejecución?