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No, no podía. No podía atraparlo de aquella manera. Había prometido que no lo haría, y mantendría su promesa.

De pronto él se inclinó hacia ella.

– Me voy a marchar -dijo él, con voz casi iracunda-, y sigo teniendo ese maldito gato en mi casa. ¿Podrías quedártelo?

Michi Ann no había vuelto todavía. Pero mientras tanto, él tenía que seguir cuidando de Jake. En todo aquel tiempo, habían llegado casi a hacerse amigos, y Carson encontraba que de algún modo iba a echar de menos a aquel loco animal.

– Por supuesto que me quedaré con Jake -dijo ella. Luego respiró hondo antes de continuar-. Espero que tengas buen viaje.

El se volvió para mirarla. Ninguno de los dos pudo sonreír. Los dos sabían lo que sentían, y sabían que aquella situación no tenía remedio.

A lo mejor, pensó Lisa con la mirada perdida en la oscuridad después que él apagó la luz, este era el precio que había que pagar. Pero ¿renunciaría ella al mes que había pasado con él con tal de no tener que sufrir?

Nunca.

La inauguración de la tienda fue un tremendo éxito. A la gente de San Feliz, le gustaba ir a Kramer's para ver qué había de nuevo, pero iba a Loring's para comprar lo que necesitaba. Lisa estaba contenta, pero su viejo deseo de vencer a Mike le parecía ahora un poco pueril.

Tenía la idea de dejar a Greg a cargo de todo. Había discutido con Carson esta decisión y a él le había parecido buena idea. De modo que el éxito casi le resultaba irrelevante. En aquellos momentos tenía otras cosas en que pensar. Estaba embarazada, y el hombre al que amaba estaba a punto de desaparecer de su vida.

Carson se marchaba. Esa frase se repetía una y otra vez en su cabeza, golpeando como un tambor. No sabía si podría soportarlo.

Pasaron una última noche juntos. Lisa intentó reír y hacer bromas, pero se sentía todo el rato a punto de llorar. No podía dejar de pensar en la vida que había dentro de ella. No podía dejar de pensar que debía decírselo. Dios mío, él iba a marcharse sin saberlo.

Hicieron el amor, y luego, cuando estaban los dos tendidos sobre las almohadas, Lisa tomó una decisión. Pasara lo que pasara, tenía que saberlo.

Había respirado profundamente y estaba a punto de contarle aquello que tanto le asustaba, cuando Carson la sorprendió.

– No me voy a Tahití -dijo.

– ¿No? -preguntó ella.

– Por lo menos, no ahora mismo. Me voy a Kansas. Voy a ver a mi padre.

– Oh, Carson -dijo ella-. Me alegro mucho.

– Pensaba que así sería -dijo él besándola en los labios-. Y debes estar contenta, porque si voy es gracias a ti.

Ella se levantó y se acercó a la ventana. La noche era clara, y una luna de plata navegaba sobre la oscuridad del océano. ¿Cómo podía decírselo ahora? No quería hacer nada que pudiera hacerle cambiar de idea sobre lo de ir a reconciliarse con su padre.

– Me gustaría que pensaras sobre lo de venirte conmigo, Lisa -siguió diciendo él-. Podría pasar a recogerte en mi viaje de vuelta.

Ella sacudió la cabeza, todavía mirando en dirección al mar.

– No. No puedo marcharme. Hay ciertas cosas de las que tengo que ocuparme.

El se acercó a ella y la rodeó con sus brazos.

– Quiero que sepas -dijo-, que nunca he sentido nada parecido por nadie. Tú has cambiado mi vida, Lisa. No te olvidaré nunca.

Ella sonrió, y las lágrimas cayeron por sus mejillas. De modo que ella era igual que su madre, al fin y al cabo. No le había servido de mucho. Había logrado transformar a un vividor en un hombre preocupado y consciente, pero no había logrado quitarle su necesidad de vagar de un sitio a otro.

– Te quiero, Carson -dijo ella en un murmullo.

El contestó con un beso, y entonces Lisa se dio cuenta de que él nunca le había dicho a ella esas mismas palabras. Y que ya nunca lo haría.

Capítulo 10

Carson llevaba una semana fuera cuando Michi Ann apareció por fin a recoger su gato. Un buen día, Lisa abrió la puerta principal y allí estaba ella.

– Hola -dijo la niña mirándola con solemnidad-. La tía Jan me ha dicho que usted tiene a Jake. Gracias por cuidar de él. ¿Puedo llevármelo, por favor?

– Bueno, eso depende -señaló Lisa sonriendo-. Ha sucedido algo mientras tú no estabas. Será mejor que vengas a ver.

Condujo a Michi a través de la casa hasta el lugar donde había instalado a Jake, y descorrió la cortina. Allí estaba el gran gato amarillo tendido sobre un cojín, y con seis diminutos gatitos alrededor de él… bueno, de ella.

– Por fin -dijo Michi Ann muy feliz, cruzando las manos sobre el pecho.

Lisa arqueó las cejas.

– ¿Sabías que era una gata?

– Claro -dijo la niña-. Jake es la abreviación de Jacqueline.

Claro. La cosa más natural del mundo, pensó Lisa.

– Entonces, ¿por qué siempre dices "él"?

– No sé -dijo la niña encogiéndose de hombros-. Porque era lo que decía todo el mundo. Nunca pensé en ello.

Lisa rió.

– Bueno -y acarició los cabellos de la pequeña-, si quieres llevártelos a todos vas a necesitar una caja, o algo así.

Michi frunció el ceño y luego sonrió.

– Tengo un cochecito en el coche. La tía Jan acaba de comprármelo en una tienda de cosas de segunda mano. Será perfecto.

Salió corriendo para traer su nuevo juguete, y volvió con un cochecito de muñecas con una almohada rosada en el interior y una tarjeta amarillenta donde se leía "bebé a bordo". Lisa lo miró sin creer lo que veían sus ojos, y luego se echó a reír.

– No puedo creerlo -murmuró, pero cuando pensaba en ello se daba cuenta de que era perfectamente lógico. Después de todos los días que había pasado aquel carrito frente a su casa, le alegraba saber que por fin iba a tener un hogar. Y la verdad era que resultaba útil para llevar a un gran gato y a seis diminutos gatitos en su interior.

Dijo adiós a Michi Ann desde la puerta de la casa y luego entró de nuevo. Estaba viviendo todos aquellos días como entre sueños, completamente centrada en el milagro de la gestación que estaba teniendo lugar dentro de ella. Carson se había ido. Tendría que olvidarlo. Pero tenía al bebé. Y a medida que pasaban los días, aquel bebé le parecía cada vez más importante.

Había esperado que Carson le escribiera, o quizá incluso que la llamara. Pero no había sabido nada de él, y a medida que pasaba el tiempo, había llegado a aceptar esta situación. Le rompía el corazón, pero lo mejor era cortar por lo sano.

Pasaba mucho tiempo caminando por la playa. Le habían dicho que era un buen ejercicio. Y le daba mucho tiempo para pensar. Y tiempo para hablar con la nueva vida que llevaba en su interior.

El bebé estaba creciendo. Su vientre estaba empezando a sobresalir. La mayor parte del tiempo estaba con una mano sobre su vientre, como esperando a que algo sucediera allí, no sabía muy bien qué. Y además, hablaba mucho con el bebé.

Había cambiado desde su llegada a San Feliz. Se había enamorado. Se había quedado embarazada. Había salvado el negocio familiar. Lo cierto era que había sido un buen año.

O por lo menos, así era como ella intentaba verlo. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Intentó no pensar en Carson. Siempre sería el padre de su bebé, pero de ahora en adelante sólo sería una parte de su pasado. Y cuanto antes aprendiera a aceptar eso, mucho mejor para ella.

Por eso, cuando un par de días más tarde tomó el teléfono y oyó la voz de él, tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no romper en sollozos. Carson le habló sobre su padre, de cómo habían estado intentando recuperar el tiempo perdido, intentando conocerse el uno al otro de nuevo.

– Me siento un hombre nuevo -le dijo-. Renacido. Voy a empezar todo de nuevo. Y es todo gracias a ti. Lisa.

Lisa tragó saliva, sin atreverse a contestar.

– Me marcho a Tahití el sábado -dijo él.