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– Yo… me daba miedo. No quería que te sintieras atrapado. Sabía que tú no querías niños, y…

– Niños. Por supuesto, yo no quiero "niños", así, entre comillas, pero mi propio hijo. Nuestro hijo. ¿No entiendes lo diferente que es eso?

Y la miró con una sonrisa, como si eso fuera lo más evidente del mundo, sin darse cuenta de que hasta aquel momento ni él mismo había sido capaz de comprenderlo.

El niño se movió de nuevo, y él rió.

– ¿Qué crees que es? ¿Un codo, una rodilla?

Ella sonrió al contemplar el entusiasmo de Carson. Entonces, ¿todo iba a ir bien? ¿Es que estaba soñando?

– Creo que es un pie muy pequeñito.

Acercándose a él, lo tomó en sus brazos.

– Carson James -habló con voz ronca-, no sé quién te ha dado la idea de que tú no eres el hombre de mis sueños. Porque estás equivocado de cabo a cabo. Eres el único hombre al que he amado, el único hombre con el que podría ser feliz.

El la rodeó con sus brazos.

– Lisa, mi querida Lisa -murmuró-. Vamos a construir una familia, tú, el pequeñín y yo… una familia como la que sabíamos que nos esperaba a los dos en algún sitio.

Al ver sus ojos húmedos y la emoción que había en su voz, Lisa se dio cuenta de que él lo estaba diciendo de verdad. Y se relajó entre sus brazos, sintiéndose tan llena de felicidad que le resultaba difícil creer que todo esto fuera real. Tan sólo unas horas atrás estaba segura de que lo había perdido para siempre. Y ahora todo lo que ella había deseado estaba a su alcance.

– Formar una familia -repitió ella con suavidad, acariciando su mejilla-. Eso es lo que haremos, Carson.

– Una familia -repitió él, atrapando su mano y llevándosela a los labios-. Sí. Prometido.

Luego Carson volvió a poner la mano sobre su vientre, en el lugar donde había sentido moverse algo. Lisa se recostó contra él, sonriendo. Al fin y al cabo, el amor sí había sido suficiente.

– ¿Está todo bien? -preguntó entonces la camarera acercándose. Luego vio la comida intacta sobre la mesa-. ¿Hay algún problema? ¿Quieren que…?

Carson se separó de Lisa y metió la mano en el bolsillo de su chaqueta.

– La comida era estupenda -le dijo a la camarera-, pero tenemos que irnos.

Luego sacó un billete para pagar la comida, junto con su billete de avión.

– ¿Quieres ir a Tahití? -le preguntó a la camarera mientras ayudaba a Lisa a levantarse-. No voy a poder usar este billete. Si puedes estar lista en una hora, tienes un viaje gratis.

La camarera tomó el billete y lo miró con ojos muy abiertos.

– Pero entonces, ¿a dónde se va usted? -preguntó.

– ¿Yo? -dijo Carson pasando el brazo por la cintura de Lisa-. Yo voy a casa.

Morgan Raye

***