Había algo en su forma de reaccionar que parecía estar minando la confianza de Lisa. ¿Estaría cometiendo un error?
– Mire -dijo ella a toda velocidad-, ya sé que no es más que un empleado de Mike y no hace más que ganarse la vida. Y realmente, no debería descargar mi mal humor sobre usted, pero…
– Eh, un momento -dijo él, capturando la muñeca de ella. Luego la miró con calma-. Yo no estoy trabajando para nadie llamado Mike. Yo no soy su espía. De verdad.
– Oh -dijo ella. Pero no estaba reaccionando a sus palabras. Estaba mirando la mano que tenía sujeta su muñeca, y las marcas rojas de arañazos que había sobre ella.
Levantó la vista sorprendida.
– Un encuentro con un felino -explicó él-. Cuando intentas hacer una buena acción siempre acabas pagando por ello.
Ella apenas oía sus palabras. Todavía seguía mirando a Carson a los ojos. Eran azules como un día de verano, y la estaban contemplando de una manera tan sensual que casi le hacía sentirse violenta. También se sentía atraída por sus labios, que de pronto le parecieron los de un amante. Tenía el aspecto de un playboy . Era un tipo de hombre que ella despreciaba, de modo que, ¿por qué estaba sintiendo aquel nudo en la garganta?
El no era exactamente guapo a la manera tradicional, pero la fuerza de su masculinidad resultaba fascinante, y se sentía extrañamente atraída hacia él. Esto en sí era ya desconcertante. Ella no solía reaccionar ante los hombres de aquella manera. De hecho, después de muchos años saliendo con hombres, Lisa había acabado por sentirse un poco cínica en relación con el sexo opuesto. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había encontrado con un hombre que la dejara sin aliento.
Lo cual no quería decir que fuera eso lo que estuviera pasando en aquellos momentos, se dijo rápidamente. Lo que estaba sintiendo no era otra cosa que indignación. Nada más. Después de respirar profundo, apartó de él sus ojos e intentó una última maniobra.
– Muy bien. Si no es usted un espía de Mike, demuéstrelo. Déjeme ver qué es lo que estaba escribiendo en ese cuaderno que lleva en el bolsillo. Vamos a echarle un vistazo.
El soltó su muñeca y emitió un gruñido de impaciencia.
– No, de eso nada.
– Ah -dijo ella con tono acusatorio-. Entonces, ¿qué me dice de ese cassette que lleva usted en el bolsillo de su chaqueta? Apuesto a que tampoco me permitirá que escuche lo que hay ahí grabado.
A Carson ya no le quedaba la menor duda de que aquella mujer estaba loca de remate. Eso era lo que pasaba. Pero ya podía irle con sus locuras a otro. El tenía cosas que hacer.
– Mire, Lisa -dijo con suavidad-. Es usted una mujer muy atractiva, pero me temo que está jugando con un mazo al que le faltan unas cuantas cartas. Creo que alguien debería de avisar a su jefe. No debería permitirse que acosara usted a los clientes de esa forma. Pero -añadió mirando su reloj de pulsera- se me está haciendo tarde. Me parece que tendré que dejar eso para otra vez.
– Bueno, aquí va una nueva sorpresa para usted, caballero -dijo ella entonces con firmeza, intentando ocultar el nerviosismo que sentía y preguntándose sorprendida cómo era posible que hubiera perdido de aquel modo su legendaria frialdad y compostura-. Yo soy la encargada. De hecho, soy la propietaria de los almacenes. De modo que tendrá usted que llevarme sus quejas directamente a mí.
– ¿Usted es la encargada? -inquirió Carson con una ligera sonrisa-. Claro. Y yo soy el espía -añadió con un suspiro-. La he pasado muy bien hablando con usted, Lisa. Le aseguro que ha sido una experiencia única. Pero el hecho es que tengo que ir a un par de sitios sin falta. Me temo que tendrá usted que perdonarme.
Después de mirarla con gesto de exasperación, echó a andar en dirección a la escalera mecánica. Lisa se quedó inmóvil, viéndole marcharse. Debería llamar a Seguridad. Pero ¿de qué serviría eso ahora? Aquel hombre ya no volvería. Le habían pillado con las manos en la masa.
De todos modos, las cosas no habían ido exactamente como ella hubiera deseado que fueran. Pensó en sus ojos azules y sintió un estremecimiento. Era bastante preocupante descubrir que un hombre como aquel pudiera afectarla de tal modo. Nunca le había gustado ese tipo de hombres. Ella estaba buscando un tipo de hombre completamente distinto.
Cuando abandonaba la sección de trajes de novia se puso a pensar en su ideal, en aquel hombre que ella siempre estaba buscando, el que sería padre de su hijo. Tendría que ser tranquilo y amable por supuesto. Vestiría chaquetas de tweed con parches de cuero en los codos y pasaría mucho tiempo sentado al lado del fuego leyendo un libro de poesía, sobre todo de poesía de Browning.
Suspiró, sabiendo que estaba viviendo en el país de los sueños. Si existiera un hombre así, lo más probable es que estuviera escondido en alguna universidad de quién sabe dónde. Y allí estaba ella, perdida en una pequeña ciudad playera de California, discutiendo con playboys de ojos azules que se dedicaban a espiar en su tienda.
Capítulo 2
Los ojos azules no significaban nada, por supuesto. Había muchos hombres que los tenían iguales. Si era eso lo que iba buscando, lo único que tenía que hacer era ir a la playa y contemplar a los que estaban haciendo surf : hombres rubios y con ojos azules hasta decir basta.
No. El atractivo físico no tenía nada que ver con aquello, y tampoco el color de los ojos. Lo que ella buscaba era carácter. Fortaleza. Integridad. Estabilidad.
– Un compañero -dijo en voz alta, entrando en el ascensor para volver a su oficina-. Un amigo. Un protector. Un hombre al que no le importe cambiar unos pañales o calentar un biberón de vez en vez.
"Un santo", añadió una vocecita en el interior de su cabeza. "Estás buscando un santo. Un santo dotado de una enorme cultura y al que le encanten los niños. A lo mejor deberías bajar un poco el listón. Después de todo, ya vas a cumplir…"
– Treinta y cinco -dijo en voz alta-. Ya, ya lo sé…
– ¿Decía usted algo, señorita Loring? -dijo una bonita muchacha de cabello oscuro desde detrás de su mostrador, en la sección de niños.
– Eh… No, nada, Chelly. Estaba hablando sola.
– Ah, bueno -dijo Chelly con una sonrisa.
Se había acostumbrado a pensar en voz alta. A lo mejor la razón era que se sentía un poco sola, sin amigos de verdad con los que poder hablar. Y el trabajo había sido tan duro últimamente… De pronto se encontró pensando con nostalgia en los viejos días en Nueva York, las tardes tranquilas que había pasado hablando con los encargados, los relajados almuerzos, las divertidas reuniones de negocios, los encuentros con distribuidores y diseñadores. Había cambiado todo eso por un establecimiento que tenía problemas económicos, lleno de espías que vagaban por los pasillos y de recuerdos de su abuelo que la obsesionaban. De momento, parecía que había hecho un negocio redondo.
El espía. Sí, tendría que llevar aquello hasta el Final. Mike Kramer era la persona con la que tenía que enfrentarse. Al pensar en el sempiterno enemigo de la familia, se sintió de nuevo llena de indignación.
– Terry, ponme a Mike Kramer en el teléfono -le pidió a su secretaria cuando pasaba al lado de su mesa.
– Muy bien, señorita Loring.
Lisa se volvió hacia la joven.
– Llámame Lisa -le dijo. No era la primera vez que se lo pedía.
– Muy bien, señorita Loring -contestó Terry con sus verdes ojos muy abiertos y sus rojos rizos balanceándose cuando asentía con la cabeza. Lisa se encogió de hombros y entró en su oficina, casi sin mirar el retrato de su abuelo cuando se sentaba en su silla. Comenzaba a sentirse cómoda allí.
Unos segundos más tarde, escuchó el zumbido del intercomunicador.
– ¿Mike?
– ¿Sí?
En el tono de voz de Mike, todavía creía oír las bromas y burlas que hacían con él cuando ella era una niña. Mike y ella habían sido enemigos desde que ambos estaban en el jardín de niños. Aunque no se habían encontrado nunca cara a cara desde la vuelta de Lisa a la ciudad, habían hablado un par de veces por teléfono, y Lisa podía imaginar a la perfección su complexión robusta y la sonrisa maliciosa que siempre había en su rostro.