Por un instante, Lisa se quedó inmóvil, con la mente completamente en blanco. ¿Qué diablos…? Entonces se dio cuenta de golpe. Era él. El espía. El espía no era tal espía. El espía era Carson James, consejero del banco. Y ella le había acusado… le había dicho que… le había… Oh, oh. ¡Vaya día que la esperaba! Luchando por controlar el dominio de su voz, dijo:
– Lo tendré en cuenta, señor James.
– Muy bien. La veré a mediodía.
Ella colgó lentamente el auricular y luego se echó a reír, cubriéndose la boca con las dos manos. Menuda metedura de pata.
Luego se puso a pensar en el hombre en cuestión, en su aspecto, en su forma de hablar. De modo que no era un tipo cualquiera al que jamás volvería a ver, y tampoco un espía contratado por la competencia, sino un profesional cuya tarea era precisamente ayudarla. Definitivamente, todo eso iba a ser muy interesante.
En su escritorio había dos mensajes de Greg. Se había ido a Santa Bárbara todo el día para aclarar un asunto relativo a unas regulaciones. La segunda nota decía que seguramente volvería de Santa Bárbara hasta el día siguiente. Se quedó mirando la nota unos segundos, dándose cuenta de que en lo profundo de su mente había estado pensando que una vez que Greg se enterara de que era su cumpleaños, seguramente reuniría a un pequeño grupo de gente para celebrarlo. Ella no conocía a nadie en la ciudad.
– Cumpleaños feliz -canturreó de nuevo, arrugando los mensajes, y sabiendo al mismo tiempo que era culpa suya-. Bueno, ya soy mayorcita para fiestas.
Dejándose caer en su silla, se puso a contemplar su maletín lleno de documentos y los papeles llenos de números que había sobre el escritorio. Tenía que ponerse a trabajar. Tomando el teléfono, le dijo a Terry:
– Por favor, no me pases llamadas durante un rato.
Luego hizo una llamada a Delia, en el salón de té, y solicitó un almuerzo de gourmet para dos. Después de todo, esta iba a ser al parecer su única celebración de cumpleaños. Luego colgó el teléfono, se recostó en su asiento y suspiró. Sacó sus enormes gafas redondas de su estuche y se las puso con gesto decidido sobre la nariz. Por muy cumpleaños suyo que fuera, tenía un trabajo que hacer.
Las siguientes horas pasaron volando. Lisa dividió su tiempo entre el ordenador, los archivos y un enorme volumen de documentos que su abuelo guardaba desde tiempo inmemorial. De vez en vez miraba el retrato del anciano. A lo mejor era su imaginación, pero cada vez que lo miraba le parecía que la expresión de su rostro era más suave que antes. A lo mejor era que él había empezado a creer en ella por Fin.
De pronto, ya eran las doce. Lisa no se dio cuenta de que había pasado el tiempo hasta que la puerta de su despacho se abrió para dar paso a un visitante.
– Hola, qué hay -dijo Carson entrando en la oficina-. Su secretaria no estaba, y…
Se detuvo. Acababa de darse cuenta de que detrás de aquellas gafas no había otra sino la mujer con la que se había encontrado el día anterior. La expresión del rostro de Carson le habría resultado cómica de no ser por lo violenta que se sentía ella por la situación.
– Oh, no -dijo él-. Usted otra vez…
– Señor James -dijo Lisa quitándose las gafas y sonriéndole. Tenía todavía la cabeza llena de las cifras y números con los que llevaba toda la mañana trabajando. Iba a costarle un par de segundos ponerse en situación.
– No, no -dijo él, sacudiendo la cabeza y volviéndose para salir del despacho-. He venido para hablar con la señorita Loring.
– Bueno -dijo ella intentando calmarlo con su mejor sonrisa-. Ya ve usted, ese es precisamente el problema. Yo… yo soy Lisa Loring.
El la miró con incredulidad.
– ¿Es usted la que lleva estos almacenes?
Seguramente no era algo tan difícil de creer, pensó Lisa. Luego se irguió y levantó la barbilla.
– Sí, me temo que sí.
El avanzó hacia su mesa, al parecer no muy convencido. Su traje oscuro se amoldaba perfectamente a sus anchos hombros, y el cuello blanco de su camisa acentuaba aún más el moreno de su piel. Tenía un aspecto muy profesional. De modo que ¿por qué imaginaba ella que veía algo de indómito y salvaje en sus ojos?
– Ayer se comportó usted de manera muy extraña -le recordó él, todavía mirándola con atención.
Ella asintió, intentando no recordar aquella escena absurda. Exceso de trabajo. Esa había sido la causa. Paranoia momentánea causada por falta de descanso y de relax. Tendría que hacer algo para solucionarlo.
– Ya lo sé -indicó rápidamente-. Lamento lo que pasó. Pensé que usted era… otra persona…
Bueno, con eso sería suficiente, pensó. El la estudió con atención. Era exactamente igual de hermosa que como la recordaba. No haría ningún daño concederle el beneficio de la duda. Se encogió de hombros y se acercó a ella, extendiéndole la mano.
– Carson James -dijo él-. Del Central Coast Bank.
Ella estrechó su mano grande y fuerte.
– Lisa Loring -dijo de nuevo, como para asegurarse de que él la creía-. Me alegro de que haya venido. Siéntese, por favor.
El se sentó, todavía mirándola con atención.
– No se preocupe -comentó Lisa, hundiéndose de nuevo en el sillón de su abuelo y feliz por la sensación de seguridad que le producía estar sentada allí. Con una sonrisa, volvió a mirarlo de nuevo.
De modo que aquel era el playboy . Sí, era evidente que algo de aquello había. Pero no estaba segura de cuál era la razón de que le hubiera recordado tan atractivo. Definitivamente, no era Robert Redford. ¿Por qué había excitado tanto su interés el día anterior? No estaba segura.
– Todo está bajo control -siguió diciendo-. Ahora ya sé quién es usted realmente.
El asintió y pareció relajarse. Esto podía no ser tan malo, después de todo. Y además, no se podía negar que ella era algo muy agradable de contemplar. Era una mujer de altura media y con una figura muy esbelta, y su perfil tenía la suavidad propia de una figura de porcelana. Seguramente los colores que mejor le sentarían serían los tonos pastel, aunque en aquellos momentos la blusa que llevaba era blanca, y la falda azul marino.
¿Qué edad tendría?, se preguntó. Treinta, quizá. Miró sus manos, en busca de algún anillo, y entonces recordó que Ben le había dicho que no estaba casada. ¿Divorciada? A lo mejor. No había fotografías de niños en su escritorio. ¿Una mujer de negocios consagrada a su trabajo? Posiblemente. Y sin embargo, había una suavidad en ella que le hacía dudarlo. Había conocido a muchas mujeres dedicadas exclusivamente a su trabajo, y aunque a menudo eran muy hermosas y muy femeninas, solía haber en ellas una expresión cortante en la mirada y un aire de confianza en sí mismas que él no veía en Lisa.
– ¿No va a seguir acusándome de ser un espía? -preguntó, sólo para estar seguro.
– Lo siento, de verdad. Lo que pasa es que Mike Kramer nos ha hecho toda clase de cosas, sabe usted, y cuando le vi tomando notas en su cuaderno y dictando en una grabadora…
El asintió, y Lisa se dio cuenta de que había comprendido la situación al instante. Era un hombre brillante, sin duda. Bueno, a lo mejor tenía un poco de aspecto de playboy , pero eso no quería decir que no conociera su trabajo. A lo mejor él podía realmente encontrar una solución para salvar la tienda.
– Mike Kramer, ¿eh? -dijo él pensativo. Conocía a Mike. Y conociendo a Mike, entendía sus sospechas-. El es su principal competidor, ¿verdad?
– Sí, así es. Los compradores pueden ir en coche a los centros comerciales de Santa Bárbara y visitar los establecimientos de las grandes cadenas, pero aquí en San Feliz lo único que hay es Kramer's y Loring's. Y así ha sido siempre.