Repasó el estado de los productos químicos y del equipo, tomó algunas notas, apagó la luz y fue a su dormitorio. Se desvistió, se puso el camisón, se acostó, apagó la luz y durante largo rato estuvo atenta al sonido del oleaje. Era un murmullo apacible que cada año olvidaba y que nada más llegar recuperaba. De noche la ayudaba a conciliar el sueño y por la mañana la arrullaba. Apreciaba la solemnidad y el consuelo que le proporcionaba. Era una de las cosas que más adoraba de las vacaciones. Cerró los ojos y al adormilarse saboreó su soledad, con la única compañía de sus hijos, sus recuerdos y el océano. Por el momento, era lo único que necesitaba.
4
Cuando India despertó el sol brillaba y el océano relumbraba como si estuviese salpicado de plata. Entró en la cocina y vio a sus hijos levantados y preparándose los cereales del desayuno. Se había puesto una camiseta, pantalón corto y sandalias, y llevaba el pelo recogido con dos pinzas de carey. Aunque no lo sabía, estaba muy guapa.
– ¿Qué planes tenéis? – inquirió.
Preparó la cafetera. Le parecía absurdo hacer café sólo para ella, pero le encantaba sentarse en la terraza con una taza de café, leer y contemplar de rato en rato el océano. Era otro de sus pasatiempos preferidos en Cape Cod.
– Me acercaré a casa de los Boardman – se apresuró a responder Jessica.
Los Boardman tenían tres chicos mayores que su hija y una adolescente de su edad. Habían crecido codo a codo, Jessica los adoraba y los muchachos le resultaban muy interesantes porque dos cursaban estudios secundarios y el tercero estaba en primer año de universidad.
Jason tenía un amigo calle abajo, al que la víspera había telefoneado y con quien quedó para pasar la jornada. Aimee quería ir a nadar a casa de una amiga e India se comprometió a llamar y arreglarlo en cuanto se bebiese su taza de café. A Sam le apetecía caminar por la playa con su madre y con Crockett, el labrador. La propuesta le resultó interesante y aceptó hacerlo un poco más tarde. Entretanto, Sam decidió sacar los juguetes del año anterior y la bicicleta.
A las diez ya no quedaba nadie en casa. Sam y su madre bajaron la escalera que conducía a la playa con el perro pisándoles los talones. Sam había llevado una pelota y la lanzaba a Crockett. El perro la recuperaba fielmente incluso cuando el niño la arrojaba al agua. India caminó encantada y los observó con la cámara colgada del hombro. Después de treinta años parecía formar parte de su cuerpo y a sus hijos les resultaba difícil imaginarla sin la cámara.
Habían recorrido un kilómetro y medio cuando se encontraron con los primeros conocidos. La temporada acababa de empezar y todavía había pocos veraneantes. Se topó con un matrimonio que Doug y ella conocían desde hacía años. Eran médicos y vivían en Boston. El marido era mayor que Doug y la esposa tenía un par de años más, rondaba la cincuentena. Su hijo estudiaba Medicina en Harvard y los dos últimos años no había veraneado en Cape Cod debido a sus estudios. Sus padres estaban orgullosos de que hubiese decidido seguir sus pasos. Jenny y Dick Parker sonrieron en cuanto los vieron.
– Me preguntaba cuándo llegaríais – comentó Jenny muy contenta.
Como de costumbre, India había recibido una tarjeta navideña de los Parker, aunque en invierno casi nunca se comunicaban. Sólo se veían en verano en Cape Cod.
– Llegamos anoche – les informó India -. Doug no vendrá hasta dentro de dos semanas. Tiene muchos clientes nuevos.
– ¡Qué pena! – exclamó Dick mientras jugaba a boxear con Sam y el perro ladraba agitado, dando vueltas alrededor de ellos -. El Cuatro de Julio celebramos una fiesta y pensé que vendríais. Supongo que asistirás aunque no venga tu marido. Trae a los niños. Como el año pasado quemé las costillas y las hamburguesas, Jenny me ha obligado a contratar un servicio de catering.
– Pero los filetes te salieron de maravilla – declaró India sonriente, pues recordaba las costillas quemadas y las hamburguesas carbonizadas.
– Eres muy amable. – Dick sonrió; se alegraba mucho de ver a India. Siempre había sentido debilidad por sus hijos, como manifestaba el modo en que jugaba con Sam -. Os espero a todos.
– Iremos con mucho gusto. ¿Quién más ha llegado? – quiso saber India.
Jenny enumeró a los veraneantes. Ya habían llegado unos cuantos de los habituales, lo que era agradable para los chicos.
– El Cuatro de Julio vendrán algunos amigos – dijo Jenny. Siempre tenían la casa llena de amistades, pero en esta ocasión estaba impaciente por decir a India quiénes eran sus invitados -. Nos visitarán Serena Smith y su marido.
– ¿La escritora? – India se sorprendió.
Con sus tórridas novelas Serena Smith siempre figuraba en la lista de libros más vendidos. India suponía que se trataba de una mujer muy interesante.
– Estudiamos juntas – comentó Jenny -. Al pasar los años perdimos el contacto, pero en la universidad fuimos buenas amigas. Este año nos reencontramos en Nueva York. Es muy divertida y su marido me cae bien.
– Y cuando veas su velero quedarás boquiabierta – apostilló Dick con admiración -. A bordo de él han dado la vuelta al mundo. Es espectacular. Navegarán desde Nueva York con varios amigos y piensan pasar una semana por aquí. Tienes que traer a los niños para que vean el barco.
– Avísanos cuando llegue – pidió India.
Dick sonrió.
– No creo que haga falta. Es imposible ignorar el velero. Mide cincuenta metros de eslora y la tripulación consta de nueve miembros. Viven como reyes, pero son encantadores. Estoy seguro de que te caerán bien. Es una pena que Doug no pueda conocerlos.
– Lamentará perdérselo – dijo India con amabilidad.
No tenía por qué explicar que a Doug le bastaba mirar una embarcación para marearse. A ella no le ocurría lo mismo y sabía que a Sam le encantaría visitar el velero.
– Estoy seguro de que Doug sabe quién es Paul Ward. Se dedica a la banca internacional.
En los últimos años Paul Ward había ocupado dos veces la portada de Time e India había leído artículos sobre él en el Wall Street Journal. Jamás lo había relacionado con Serena Smith y supuso que rondaba los cincuenta y cinco años.
– Me encantará conocerlos. Este año no nos privamos de nada, ¿verdad? Hasta tenemos escritoras famosas, grandes yates y financieros internacionales. Por comparación los demás resultamos aburridos.
Sonrió a los Parker, que siempre se rodeaban de gente interesante.
– Querida, yo no diría que eres precisamente aburrida – aseguró Dick sonriente y la abrazó. Compartían la pasión por la fotografía. Dick sólo era un aficionado, pero había realizado algunos bonitos retratos de sus hijos -. ¿Este invierno has hecho algún reportaje?
– Desde el trabajo de Harlem no he hecho nada – replicó con pesar y le habló del reportaje en Corea.
– Habría sido muy duro – comentó Dick.
– No podía dejar un mes a los chicos. Cuando Doug se enteró se puso furioso. Con franqueza, me dijo que no quiere que realice más encargos.
– Sería lamentable que con el talento que atesoras no hagas nada – aseguró él pensativo mientras Jenny hablaba con Sam de los deportes que había practicado durante el invierno -. Debes convencerle de que te deje trabajar más asiduamente – añadió con seriedad, por lo que India recordó la fatídica cena.
– Doug no comparte tu perspectiva – dijo, y sonrió apenada a su viejo amigo -. Tengo la penosa sensación de que para él trabajo y maternidad son incompatibles.