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Claire se puso rígida. Sin querer, recordó su última actuación. El calor de los focos, la presión en los oídos, el murmullo del público y, sobre todo, la tensión que notaba en el pecho.

No podía respirar y, al salir al escenario, se sentía como si fuera a sufrir un ataque al corazón. No había podido concentrarse en la interpretación. Sólo sentía los latidos del corazón como truenos, y era consciente de que podía desmayarse en cualquier momento.

Había tocado mal, pensó, recordando su humillación. Aunque ella podía tocar la misma música una y otra vez, siempre tenía en cuenta que, para su público, aquélla era una ocasión especial. Ellos habían reservado un tiempo de su vida y habían comprado una entrada para ir a verla. Ella les debía lo mejor. Y aquella noche había fracasado. Después se había desmayado, y habían tenido que ayudarla a salir del escenario.

Estaba avergonzada. Había fallado públicamente. Había permitido que la venciera el pánico. Y lo peor era que no sabía cómo evitar que siguiera ganando.

– No quería que la pregunta fuera tan difícil -dijo Nicole.

– Estoy tomándome un descanso -murmuró.

Sonó el teléfono móvil de Nicole y ésta respondió.

– Hola, Sid. ¿Qué tal? -hizo una pausa, y después soltó un gruñido-. No, no. Lo entiendo -dijo, y miró a Claire-. No, ni hablar. ¿Lo dices en serio? Pero te acuerdas de que… Bien, tú decides. Se lo diré.

Nicole colgó y miró a Claire.

– Tenemos un problema en la panadería.

Claire recordó el incidente de la sal y se preguntó qué otro perjuicio habría causado.

– ¿Qué sucede?

– Las dos dependientas de la mañana han llamado para decir que están enfermas. No hay nadie para atender el mostrador. Cuando sucede algo así, normalmente, las sustituyo yo, o a veces Jesse, pero ahora ninguna de las dos podemos. Tendrás que hacerlo tú.

– ¿Qué? ¿Qué quieres decir?

Nicole miró al cielo con resignación.

– ¿Es que no me he expresado claramente? Atender el mostrador. Tomar el dinero que te den a cambio del género. No tengas miedo. No tienes que hacer uso de las matemáticas. La caja registradora lo hará por ti. Tú sólo acepta el dinero y da el cambio. Incluso tú podrás hacerlo.

Claire no quería. Realmente, no quería. La metedura de pata potencial le parecía un riesgo demasiado grande. Sin embargo, Nicole la necesitaba.

– Está bien -dijo-. Iré.

– Muy bien. No te acerques al obrador.

Un cuarto de hora después, Claire se había cambiado e iba hacia el coche. Salió de la casa y se encontró a Jesse apoyada en su coche de alquiler.

– Hola, hermana mayor. ¿Cómo te va?

– ¿Que cómo me va?, ¿que cómo me va? ¿Eso es todo lo que tienes que decirme? Estarás de broma, ¿no? -estaba muy contenta de ver a su hermana, pero también muy enfadada-. Me tendiste una trampa, me mentiste. Nicole no quiere que esté aquí, me odia. ¿Qué pasa con eso? ¿Y por qué no estás tú aquí, ocupándote de las cosas?

– Nicole y yo tenemos algunos problemas.

– ¿Sabes una cosa? No me importa. ¿Cómo pudiste mentirme?

Jesse, alta y delgada, guapa, con el pelo largo hasta la cintura, se irguió.

– Yo no mentí. Nicole iba a operarse y te necesita.

– Pero me odia. No tiene ningún interés en una reconciliación, y todo el mundo sabe que me odia.

– Bueno, eso es cierto -dijo Jesse, y sonrió-. Cuenta algunas historias estupendas sobre ti.

– ¿Estupendas desde la perspectiva de quién?

– De cualquiera que esté escuchando. Probablemente, de la tuya no -respondió Jesse con un suspiro-. Necesita ayuda. Sé que piensa que ella no me importa, pero sí me importa. No sabía a qué otra persona recurrir. Estás aquí, eso es lo que importa.

– No, no es lo que importa. Yo no tengo por qué estar aquí. Cada segundo que pasa es embarazoso. ¿Y quién es Wyatt? Él también me odia. ¿Es que Nicole se pasa la vida contándole cosas horribles sobre mí?

– No la vida, pero sí bastante rato. Wyatt y Nicole son amigos desde hace mucho. El hermanastro de Wyatt, Drew, se casó con Nicole, pero… eh… rompieron hace un par de semanas. No sé si van a volver.

Jesse se cruzó de brazos mientras hablaba, y Claire tuvo la sensación de que había algo más.

– No me invitó a la boda -murmuró Claire.

– ¿Esperabas que lo hiciera?

– Claro. Habría venido.

– Suponiendo que no tuvieras que tocar para la Reina esa noche.

Claire le lanzó una mirada fulminante.

– No adoptes esa actitud conmigo, Jesse. La mayor parte de esta situación es culpa tuya.

– Yo no soy la que se marchó y dejó a su familia para ser famosa.

Había amargura en las palabras de su hermana. Claire frunció el ceño.

– ¿Es que piensas que eso fue lo que pasó? ¿Que yo decidí irme y ser famosa? Tenía seis años. No podía decidir nada. Otros decidieron por mí.

Sus padres, su profesor. Vivía en Seattle, y un día la montaron en un avión hacia Nueva York.

– Me apartaron de mi familia y, por mucho que yo pidiera volver a casa, no me lo permitían.

– Pobre niña prodigio -dijo Jesse-. ¿Es que la fama es demasiado para ti? ¿Te lo estás pasando demasiado bien?

– No es así. Yo soy un animal amaestrado, de circo. Nada más.

– Tú eras la princesa -replicó Jesse-. Mimada, consentida. Deseada. Probablemente, todavía lo eres. Las cosas no eran así por aquí. Al menos, para mí no.

– ¿Qué quieres decir?

Jesse se encogió de hombros.

– No importa.

Claire tenía la sensación de que importaba mucho.

– ¿Por qué os habéis peleado Nicole y tú?

Jesse se puso muy tensa.

– No quiero hablar de eso.

– Será mejor que me lo cuentes. Es el motivo por el que me mentiste. Me hiciste venir hasta aquí para solucionar un lío que tú no puedes resolver. ¿Qué pasó?

– Yo… -Jesse tomó aire. Su expresión se volvió desafiante-. Nicole me sorprendió en la cama con su marido. No se puso contenta.

Claire abrió la boca. Después la cerró.

– ¿Te has acostado con el marido de tu hermana? Eso es imposible. Es de tu familia…

– Nicole no estaría de acuerdo. Ha renegado de mí.

Hablaba con mucha calma de todo aquello. Como si lo que había hecho no tuviera importancia. Claire tenía ganas de zarandearla.

– ¿Y la culpas por ello? ¿En qué estabas pensando?

– No estaba pensando en nada. Había muchas cosas que no estaba haciendo, pero nadie quiere oír hablar de eso.

– Necesitas una excusa mejor que ésa. El sexo no ocurre porque sí. Tú no te tropezaste con él y de repente empezasteis a tener relaciones. Eso requiere un plan, una relación de algún tipo. No puedo creerlo. ¿Cuánto tiempo llevabas saliendo con él?

– No estábamos saliendo. Ya te lo he dicho. No es… No quiero hablar contigo de esto.

– No me importa -dijo Claire. No era de extrañar que Nicole estuviera disgustada y malhumorada. ¡Su propia hermana y su marido!-. ¿Estás enamorada de él?

– Oh, por favor, no me subestimes. Además, tengo novio.

– ¿Y te acostaste con Drew? ¿Por qué?

– No me acosté con él.

– ¿Qué? ¿Nicole entró en la habitación antes de que consumarais la relación y por eso piensas que no tiene importancia?

Jesse la miró durante un largo instante.

– Sé que no me crees, Nicole tampoco me creyó. No sé por qué sucedió. Por qué tenía que suceder. Quizá sea porque siempre lo estropeo todo. Esto sólo es uno más de mis estropicios.

– Eso no vale.

Jesse la miró, y después fue hacia su coche y abrió la puerta.

– Qué gracioso. Es lo mismo que dijo Nicole.

Wyatt le abotonó la espalda de la blusa a su hija y después tomó el cepillo. Ella le hizo signos mientras él la peinaba, pero él fingió que no la veía. Amy no estaba diciendo nada que a él le apeteciera escuchar.