Claire recordó el funeral. Había tenido que quedarse junto a Lisa en vez de ir con su familia, porque eran unos extraños para ella. Quería llorar, pero ya no tenía más lágrimas.
Recordó que quería estar con Nicole, su hermana. Cómo había deseado que su padre dijera que era el momento de que volviera a casa, de que se quedara en casa. En vez de eso, Lisa le había explicado el programa de Claire y le había dado las fechas de sus conciertos, y le había dicho que la chica era lo suficientemente madura como para llevar su vida sin un tutor ni una acompañante a su lado. Su padre estuvo de acuerdo.
Jesse, que tenía diez años, era una extraña para ella, y Nicole estaba enfadada, distante. Y así seguía.
– Vuelve a tu vida maravillosa -le dijo su hermana en aquel momento-. Vuelve a tocar el piano, vuelve a tus hoteles. Vuelve a ese sitio donde no tienes que ganarte todo lo que posees. No quiero que estés aquí, nunca he querido. ¿Sabes por qué?
Claire se mantuvo en su sitio, con el presentimiento de que su hermana tenía que decirlo, y de que ella tenía que soportarlo.
A Nicole le brillaban los ojos de rabia.
– Porque todas las noches después de que mamá muriera, rezaba para que Dios diera marcha atrás en el tiempo y te llevara a ti en vez de a ella. Todavía lo deseo.
Claire se sentó en la cama de la habitación de invitados y dejó que fluyeran las lágrimas. Le caían por las mejillas, una tras otra, brotando de la enorme herida que tenía por dentro.
Sabía que Nicole estaba furiosa y resentida, pero nunca hubiera pensado que quería verla muerta. Había vuelto a casa para nada. Nadie la quería, y no tenía otro sitio adonde ir.
Se tapó la cara con las manos y lloró durante un rato más. Después se dio cuenta de que no podía compadecerse a sí misma para siempre. Sin embargo, quizá el resto de la noche sí fuera aceptable.
Se puso en pie y fue al baño. Se lavó la cara, se puso una camiseta y se metió en la cama. Sabía que no iba a dormir, pero, al menos, acurrucada podía lloriquear mejor.
Encendió la pequeña televisión que había sobre la cómoda y cambió los canales. Mientras las imágenes se sucedían ante ella, se preguntó si Nicole y ella conseguirían hacer las paces y dejar atrás el pasado, o si estaban destinadas a ser unas extrañas para el resto de su vida. Ella no iba a rendirse, pero sólo era la mitad de la ecuación.
¿Y Jesse? Claire pensó en la conversación que habían mantenido aquella mañana. ¿Cómo podía su hermana pequeña haber traicionado así la confianza de Nicole? ¿Se había acostado de verdad con Drew?, ¿no cabía la posibilidad de que todo hubiera sido un malentendido? De lo contrario, reconciliar a sus dos hermanas iba a ser casi imposible. Aunque ella tampoco estaba haciendo grandes progresos, en realidad.
Claire cerró los ojos. Notó que se estaba quedando dormida, y se alegró. Sin embargo, unos segundos después, o quizá dos horas después, oyó un crujido en la escalera. Se despertó y volvió a oírlo.
Eran pasos. Rodó por la cama y se sentó. Nicole no podía bajar las escaleras, y Jesse era demasiado delgada como para hacer tanto ruido. Se le cruzó por la cabeza la posibilidad de que fuera Wyatt, pero los pasos eran demasiado sigilosos…, como si la persona que estaba subiendo intentara no hacer ruido.
Claire se levantó de la cama y se acercó de puntillas a la puerta. Abrió una rendija y miró hacia fuera. Había un hombre en el descansillo, mirando hacia la puerta de Nicole.
Era sólo unos centímetros más alto que ella, y no muy corpulento. Instintivamente, miró a su alrededor en busca de un arma. Lo único que vio fue un par de zapatos de tacón. Tomó uno y salió en silencio al pasillo.
El hombre se acercó a la habitación de Nicole y abrió la puerta. Claire no se paró a pensar. Se lanzó a la carga, saltó a su espalda y lo golpeó con el tacón del zapato. El tipo chilló y cayó de bruces en la habitación de Nicole, gritando que lo soltara.
– Llama a la policía -gritó Claire mientras el tipo y ella caían al suelo.
Se preparó para el impacto. Por fortuna, él fue quien se golpeó contra el suelo, y ella aterrizó sobre su espalda. Mientras él todavía estaba intentando recuperar la respiración, ella tiró el zapato, le agarró la muñeca derecha con ambas manos y le retorció el brazo, colocándoselo entre los omóplatos. Él gritó de dolor. Al mismo tiempo, ella le plantó el pie en la nuca y apretó todo lo que pudo.
El hombre soltó un juramento.
– Estoy sangrando. Por Dios, Nicole, ¿qué demonios está pasando aquí?
– Llama a la policía -repitió Claire-. No voy a poder sujetarlo mucho más.
Nicole se incorporó y se quedó mirándolos fijamente.
– Claire, tengo que decir que me has impresionado. ¿Cuándo has aprendido a hacer eso?
Ella sintió que se le agotaban las fuerzas.
– Tomé clases de artes marciales durante dos años, cuando no estaba en temporada de conciertos. Además, he visto trabajar a mis guardaespaldas.
– ¿Tienes guardaespaldas?
– No todo el tiempo. En Nueva York no, pero a veces, en Europa sí. Los admiradores pueden llegar a ser agresivos.
– ¡Nicole!
El grito provenía del tipo. Claire lo miró, y después miró a su hermana.
– ¿Te conoce?
– Parece que sí. Puedes soltarlo. Es Drew, mi marido.
Su…
– ¿Qué? -Claire le soltó la muñeca al tipo y le quitó el pie de la nuca-. ¿Drew? ¿El desgraciado que se acostó con la hermana de su esposa?
El hombre en cuestión se levantó lentamente y la fulminó con la mirada.
– ¿Y quién demonios eres tú?
Era bastante guapo, pensó Claire distraídamente, si no se tomaba en cuenta el corte profundo y sangrante que tenía en la mejilla. Recogió su zapato del suelo.
– Me voy a mi habitación. Si me necesitas, avísame.
– Gracias -dijo Nicole.
– De nada.
Claire dejó abierta la puerta del dormitorio de su hermana y se retiró a la habitación de invitados. Mientras se acostaba, oyó la pregunta de Drew otra vez.
– ¿Quién demonios es?
Sin embargo, no pudo oír la respuesta de su hermana.
Se sentía orgullosa de sí misma, poderosa. Sonrió. Lo había hecho bien. Quizá debiera comenzar a hacer pesas, y fortalecerse. Quizá debiera comenzar a tomar clases de artes marciales otra vez. Podía convertirse en una peligrosa máquina de matar. Se miró las uñas, largas y astilladas, pertenecientes a las manos de monstruo que debía proteger a toda costa. Quizá no.
Volvió a fijarse en la televisión, cuando lo que de verdad quería era escuchar a través de la puerta. Sin embargo, sería una grosería. Hizo lo posible por interesarse en un programa, pero a los pocos minutos, Drew comenzó a gritar.
– ¡Te equivocas!
– ¿Cómo que me equivoco? -preguntó Nicole, en voz tan alta como Drew-. ¿Me estás diciendo que os caísteis en la alfombra y terminasteis haciéndolo? Es mi hermana, desgraciado. Mi hermana pequeña. Si tenías que hacer algo así, podías haber elegido otra que no fuera de la familia.
– Mira, sé que tiene mal aspecto, pero no es lo que tú piensas.
– No te va a servir decirme que no significa nada.
– No voy a decir eso. Es sólo que quiero que sepas lo mucho que siento que esto te esté haciendo tanto daño.
Claire le quitó el volumen a la televisión y se acercó de puntillas a la puerta. Como no oía nada, la abrió un poco.
– No quería hacerte daño -dijo Drew.
Claire frunció el ceño. No sabía mucho de hombres y mujeres, y de las complicaciones de una relación, pero le parecía que Drew se estaba disculpando por algo equivocado. El problema no era que le hubiera hecho daño a Nicole, el problema era que se había acostado con su hermana pequeña.
Parecía que Nicole pensaba lo mismo que ella. Se oyó un ruido fuerte, y después gritó:
– ¡Vete de aquí, desgraciado! ¡Lárgate!
Claire abrió la puerta. Si era necesario, estaba dispuesta a escoltar a Drew a la calle. Se preguntó cómo habría entrado, si todavía tenía una llave. Tendría que hablar con Nicole para cambiar la cerradura. Antes de que pudiera decidir si intervenía, oyó más pasos en la escalera. ¿Quién era?