Amy asintió.
– Pero tengo suerte -continuó la niña, haciendo signos y hablando a la vez-. Yo puedo oír un poco. Otra gente no oye nada de nada.
– ¿Sientes el sonido? -preguntó Claire, dándose un golpecito en el pecho con la palma de la mano-. ¿En el cuerpo?
– La música. Siento la música.
Se preguntó si Amy podría oírla tocar. Si ponía las manos en el piano, quizá el instrumento produjera suficientes vibraciones. ¿Podría reconocer Amy la diferencia entre las notas? ¿Reconocería la diferencia entre las piezas? ¿Le resultaría diferente un concierto de una melodía de un espectáculo de Broadway?
Estaba a punto de sugerir que experimentaran cuando recordó que ya no tocaba. Sentía pánico al pensar en tocar el piano. ¿Por qué le resultaba tan fácil olvidar que ya no era esa persona?
Terminaron su helado y se dirigieron a la librería. Entre Amy y ella, seleccionaron un par de libros de cocina básica.
– Ahora puedo hacer la cena -dijo Claire.
Amy asintió y pasó las páginas del libro. Señaló una receta de carne asada.
Claire leyó la lista de ingredientes. No parecía muy difícil.
– ¿Para esta noche? -preguntó.
Amy volvió a asentir.
La receta sugería puré de patatas y zanahorias hervidas como acompañamiento. En el capítulo de verduras, encontró una receta de puré de patatas y un cuadro que le dijo cuánto tiempo debían hervirse las zanahorias. Era un milagro.
– ¿Un supermercado? -preguntó a Amy.
La niña sonrió.
– Yo conozco uno.
Llegaron al supermercado con las estupendas indicaciones de Amy. Claire se rió al pensar quién estaba cuidando de quién.
Compraron patatas, zanahorias y una cebolla. Claire no sabía qué carne elegir, pero compró la más cara con la esperanza de acertar.
– Su hija es preciosa -le dijo una anciana que pasó a su lado-. Tiene sus ojos.
El comentario sorprendió a Claire, pero sonrió.
– Gracias. Se parece mucho a su padre.
– Seguro que es un hombre muy guapo.
Claire pensó en la última vez que había visto a Wyatt. Estaba en el pasillo de casa de Nicole, como de costumbre, frustrado con ella. No sabía por qué lo ponía de mal humor. No era a propósito.
– Bastante -admitió.
La mujer sonrió y siguió su camino.
Amy le tocó el brazo a Claire.
– ¿Qué ha dicho?
– Ha creído que eras mi hija. Dijo que tenemos los mismos ojos.
Amy la observó un momento, y después alzó la mano con los dedos juntos y el pulgar atravesado en la palma.
– Azules -dijo, moviendo la mano de atrás hacia delante.
Claire repitió el signo. Las dos tenían los ojos azules y el pelo rubio, pensó.
– Mi madre se marchó -dijo Amy-. Se mudó.
– Lo siento -dijo Claire.
Amy se encogió de hombros y miró la lista, como si no le importara.
Continuaron con sus compras. Claire se quedó pensando en la madre de Amy. ¿Quién podía abandonar a aquella niña?
Eso era lo que ella deseaba: recuperar la relación con Nicole y Jesse, pertenecer a una familia. También quería, y esperaba, poder encontrar a alguien a quien querer. Un hombre que se preocupara por ella, que la amara, que quisiera casarse con ella. Lo que no podía decidir era si aquél era un objetivo factible o un sueño estúpido que nunca iba a convertirse en realidad.
Volvieron a casa a las cuatro y media. Amy ayudó a Claire a descargar el coche, y después subió corriendo las escaleras para visitar a Nicole. Claire dejó la comida que habían comprado en la encimera, encendió el horno y abrió el libro de recetas. Como la carne tardaba casi una hora en hacerse, comenzaría con eso. Combinó, midió y mezcló hasta que lo tuvo todo junto, y después lo vertió en una bandeja del horno y puso la carne encima. Metió la bandeja en el horno precalentado y puso en hora el temporizador.
Las patatas eran lo siguiente, pensó mientras sacaba la botella de vino tinto que había comprado. Después las zanahorias. Incluso había comprado una bolsita de salsa para carne.
Estaba preparando la cena, algo que no había hecho en su vida. Eso, después de trabajar en el obrador durante casi ocho horas, cuidar a Amy, ir al centro comercial y al supermercado. Había sido un día normal. Completamente normal.
Encontró un sacacorchos y abrió la botella. Se sirvió una copa, la alzó en el aire y se hizo un brindis a sí misma.
– Por encajar -susurró-. Y por ser como todos los demás.
Siete
Wyatt entró en la casa. Era más tarde de lo que esperaba; había pasado las dos últimas horas explicando por qué no se podía añadir una ventana nueva a una casa en aquella fase de la construcción, y estaba cansado y enfadado. Lo último que quería era ver a Claire. Aunque le agradecía mucho la ayuda que le estaba prestando con Amy, verla significaba desearla.
No entendía por qué se sentía tan atraído por ella, pero ahí estaba: la molesta necesidad de seducirla cuando estaban juntos y el hecho de pasar demasiado tiempo fantaseando con ella desnuda, húmeda y suplicante cuando no lo estaban. Era peor que ser adolescente de nuevo. En aquellos tiempos, su deseo era vago, debido a la falta de experiencia. En cambio, ahora que era adulto, era más específico en lo que deseaba, y podía imaginárselo con detalles muy precisos.
Entró al salón y vio a Claire sentada con Amy en el sofá. Claire le hizo un signo y Amy se echó a reír, y después negó con la cabeza. Claire le gesticuló la palabra «mutante». Amy se rió de nuevo. Después levantó la cabeza y lo vio.
Se puso en pie de un salto y corrió hacia él. Él la tomó en brazos y la levantó por el aire.
– Hey, nena -dijo-. ¿Cómo está la mejor parte de mi día?
Se abrazaron. Después la puso en el suelo y ella comenzó a hacerle signos frenéticamente. Él la observó con atención para seguir la conversación.
– ¿Que te han puesto un sobresaliente en el examen de matemáticas? Bien hecho. Sí. Me parece bien comer tacos. ¿Al centro comercial? -Wyatt miró a Claire, y después a su hija de nuevo-. Sí, ya hablaremos sobre los vaqueros nuevos.
Él le hacía gestos mientras hablaba, observando el brillo de los ojos de Amy, satisfecho y agradecido por que fuera tan normal, tan feliz. Al principio había sentido terror por ser padre soltero, estaba seguro de que lo iba a estropear todo. Sin embargo, quizá no.
Siguió mirando a Amy mientras ésta le hablaba de una carne asada y de unos libros de cocina, y de que Nicole se había levantado y estaba ya sentada, y después, Amy se marchó corriendo a decirle a Nicole que Wyatt había llegado. Así pues, él se quedó a solas con Claire, y tuvo que hablarle.
– Gracias por cuidarla -dijo.
Claire sonrió.
– Es estupenda. Lo hemos pasado muy bien. Es muy divertido estar con ella, porque es dulce y tiene muy buen carácter. Y mucha paciencia con mis espantosos signos.
Claire movía la cabeza mientras hablaba. Tenía el pelo, largo y rubio, suelto por los hombros, y la luz se reflejaba en él. Wyatt tuvo ganas de hundir las manos entre aquel pelo, de sentir los mechones sedosos contra la piel mientras ella se inclinaba hacia él y lo recibía en la boca… Juró en silencio y apartó aquella imagen erótica de su cabeza.
– Estás mejorando mucho con el lenguaje de signos -dijo, con la esperanza de que ella no notara su repentina erección. Dio un par de pasos a la izquierda para esconderse parcialmente detrás del respaldo de una silla-. ¿Qué es mutante?
– Oh -dijo ella. Miró al suelo, y luego a él-. Estábamos hablando de mis manos. Son muy grandes, y tengo los dedos muy largos. Son unas manos insólitas, en realidad. Sin embargo, son buenas para tocar el piano. Tengo un gran alcance. Hace años, algunos pianistas famosos llegaban a cortarse los tendones que hay entre los dedos para tener más alcance.
– No hay nada que merezca eso.
– Te asombraría lo que están dispuestas a hacer algunas personas para ser los mejores. Éste es un negocio muy serio, con muchas cosas en juego.