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Ella pestañeó y apartó la mirada.

– Lo siento, estaba pensando en otra cosa. Estoy bien. Ve a la reunión, yo me ocuparé de Amy.

– Gracias.

Él le tocó el brazo. No fue nada, sólo un roce de los dedos. Sin embargo, ella sintió una descarga desde el punto de contacto hasta los dedos de los pies. Tuvo ganas de apoyarse en él y… y…

Wyatt ya se había marchado, antes de que ella pudiera averiguar lo que quería. ¿Un beso? ¿Cómo sería besarse con él? Seguramente, era de los hombres a los que les gustaba llevar las riendas, lo cual estaba muy bien. Ella no tenía una amplia experiencia, precisamente, y alguien tenía que saber lo que estaban haciendo. Mejor él que ella.

Oyó pasos y se dio la vuelta hacia el vestíbulo. Vio a Amy corriendo hacia ella.

– ¡Hola! -dijo, y se preparó para el impacto mientras Amy se arrojaba a sus brazos.

– Has venido -dijo Amy, mirándola con una sonrisa-. Me alegro.

– Yo también. Tu padre ha dejado instrucciones.

Amy arrugó la nariz.

Claire se rió.

– Eh, no están tan mal. Puedes ver la televisión hasta que llegue la hora de acostarte. Y luego podemos leer un cuento juntas. A mí me parece divertido.

Amy respondió:

– De acuerdo. ¿Quieres ver mi habitación?

– Claro.

La niña la tomó de la mano y la llevó por la casa.

Claire tuvo una primera impresión de unas estancias grandes, llenas de luz. El suelo era de madera. Vio un comedor, un despacho, una cocina enorme, un aseo de visitas y una habitación de lectura y cine con más equipos electrónicos de los que ella hubiera visto en un teatro.

Había una escalera curva que subía al segundo piso. La habitación de Amy era la primera a la izquierda. Era un dormitorio abierto, espacioso, con un asiento en el alféizar de la ventana y una cama cubierta de almohadones y muñecos de peluche, un escritorio tamaño infantil y una gran estantería.

Las paredes eran de color violeta, y la colcha tenía un estampado de flores en varios tonos de morado. Había una gran alfombra morada a los pies de la cama.

Claire giró lentamente.

– Mmm. Me pregunto cuál es tu color favorito.

Amy se echó a reír; la tomó de la mano y la llevó hasta la ventana.

Allí, le enseñó sus muñecos favoritos, sus osos de peluche, varios juegos de mesa y una docena de libros. Después, Amy abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó una fotografía enmarcada.

– Mi madre -dijo, y se la tendió a Claire.

Claire no tenía muchas ganas de ver a la ex señora Knight, pero no sabía cómo decírselo amablemente a la niña. Así pues, tomó la foto y se preparó para ver a alguien extraordinario.

Shanna Knight era muy bella. Una rubia despampanante, con el pelo corto y una sonrisa que podría anunciar pasta dentífrica. Tenía unos rasgos muy bonitos, una boca perfecta y un brillo pícaro en los ojos. No era de extrañar que Wyatt se hubiera enamorado de ella. Pero ¿por qué la había dejado escapar?

– Es muy guapa -dijo Claire.

Amy tomó la fotografía.

– Está en Tailandia.

– ¿Y qué hace allí?

Amy se encogió de hombros.

– No lo sé. Se marchó cuando yo era un bebé. Papá dice que no es porque yo sea sorda, pero a lo mejor sí.

Amy hablaba y hacía signos a la vez, así que Claire no estaba segura de haber entendido todo lo que le había dicho la niña, aunque sí la mayoría. ¿Qué podía decir? ¿Que no pasaba nada? No era cierto. Ella no entendía cómo alguien podía abandonar a su marido y a su hija recién nacida, pero eso era lo que había sucedido. Aunque Shanna y Wyatt hubieran llegado a odiarse, ¿no quería ella seguir estando cerca de su hija?

Era una situación triste. Las familias no deberían separarse. Claire lo sabía por experiencia.

– Nicole me contó que su madre murió -dijo Amy-. ¿Era tu madre también?

Claire asintió.

– Nicole y yo somos mellizas.

– Yo también quiero tener una hermana melliza -dijo Amy con una sonrisa. Sin embargo, después se puso seria-. O tener un hermano o una hermana.

Claire se preguntó si Wyatt estaba saliendo con alguien. Al pensar en otra mujer, se irritó instantáneamente.

– Puede que tu padre vuelva a casarse.

Amy frunció el ceño.

– No creo. Papá no tiene novias. Aunque tú podrías salir con él.

Claire abrió la boca, pero volvió a cerrarla.

– ¿Te cae bien mi padre?

– Eh… sí… es muy simpático.

Se sintió aliviada porque, aparentemente, había dado la respuesta correcta. Amy metió la fotografía de la bella Shanna de nuevo en el cajón de la mesilla y después tomó a Claire de la mano.

– Ven -le dijo por signos.

Claire la siguió al piso de abajo, a un enorme salón lleno de ventanales. Sin embargo, lo que captó su atención no fue la vista ni la bonita decoración de la sala. Lo que le aceleró el corazón fue el piano negro que había en la esquina.

Amy hizo un signo con el que posiblemente le estaba pidiendo que tocara. Claire no respondió. Se acercó al piano, mirándolo con miedo y anhelo a la vez.

Llevaba sin tocar casi cuatro semanas. No había vuelto a hacerlo desde aquella actuación desastrosa, al final de la cual había sufrido un ataque de pánico. El mundo había quedado reducido al miedo, y a cierta sospecha de que había perdido para siempre el talento que pudiera tener.

Acarició la suave superficie de la tapa. Incluso sin tocar el teclado podía imaginarse la música. El sonido llenaría la habitación y se extendería por el resto de la casa. Crecería, flotaría y lo rodearía todo hasta que estuviera dentro de ella, haciendo que la sangre le corriera con fuerza en las venas. Ansiaba oír los sonidos, respirar la música.

Amy le dio un empujoncito hacia el banco, y después puso ambas manos sobre el piano.

– Toca -le pidió.

Claire dio otro paso hacia el instrumento. Inmediatamente, tuvo dificultad para respirar. Tenía tal presión en el pecho que pensaba que iba a sufrir un ataque al corazón. Iba a morir allí, en el salón de Wyatt, e iba a dejar traumatizada de por vida a su hija. No podía hacer eso. Debería marcharse.

En vez de hacerlo, se obligó a sentarse, abrir la tapa y mirar las teclas.

Tenía la respiración entrecortada y, por mucho que inspirara, no podía llenarse los pulmones. Estaba temblando. Sin querer, recordó las miradas de horror y decepción del público aquel día. Habían emitido un comunicado diciendo que se había desmayado por exceso de trabajo. No que tenía miedo, no que se había vuelto loca.

Porque ella sabía que el pánico estaba en su cabeza, que ella misma se lo estaba provocando. Si no podía arreglar aquello, ¿se había vuelto loca de verdad?

– Toca -le pidió Amy de nuevo.

Claire asintió lentamente. Ignoró el miedo y la presión del pecho, ignoró el temblor de sus manos y puso los dedos en el teclado.

«Algo fácil», pensó. «Algo de niños».

Comenzó a tocar una canción de cuna de Bach. La melodía fluyó de sus manos con una facilidad que la dejó asombrada. Recordaba todas las notas, y no titubeó. La música llenó la habitación. Amy se quedó con los ojos cerrados, apretando las manos con fuerza contra el piano.

A Claire se le llenaron los ojos de lágrimas. Lo había echado de menos. Había echado de menos tocar. Aunque lo odiara más que a ninguna otra cosa, el piano era parte de ella.

Tocó y tocó, perdiéndose en el sonido, segura, con un único espectador: una niña que sólo podía sentir la música y que no podía oír ni una sola nota.

Ocho

Claire estaba junto al horno, prácticamente bailando de impaciencia mientras el reloj marcaba los últimos segundos. Cuando dio la señal de aviso, abrió la puerta y sacó la bandeja.

A primera vista, todo parecía bien. El pollo estaba dorado y no se había quemado. El romero que había puesto en el interior olía muy bien.

Dejó la fuente sobre los salvamanteles que había colocado previamente en la encimera y, con un cuchillo, rompió la piel junto a uno de los muslos y observó los jugos que fluían. Estaban claros. Al menos, a ella le parecía que estaban claros, pero era su primer pollo, así que no estaba segura.