Ella sonrió.
– No es necesario.
Él arqueó una ceja.
– ¿Estás flirteando conmigo?
– Quizá un poco.
– Bien.
El rubor se volvió brillante.
Wyatt no tuvo que mirar la carta. Había estado muchas veces en Buchanan’s y sabía qué era lo que le gustaba. Sin embargo, disfrutó del hecho de ver a Claire eligiendo los platos. Tenía una expresión intensa, como si su decisión tuviera consecuencias.
Todavía no sabía si salir con ella había sido sensato. Se sentía atraído por Claire, era soltera y muy atractiva. Tener una cita parecía lógico.
Sin embargo, Claire también era la hermana de Nicole, y no era una persona con la que él saldría normalmente, y menos con la que tendría una relación. Después de pasar unos minutos navegando en Internet, había encontrado mucha más información de la que esperaba sobre Claire Keyes. Era famosa, reverenciada y adorada en todos los continentes que había visitado. Los críticos la amaban y los admiradores la idolatraban. Tenía varias grabaciones en CD que eran éxito de ventas. Él era un tipo que levantaba casas en Seattle. ¿Qué era lo que fallaba?
– ¿Te gustaría que pidiéramos una botella de vino? -le preguntó, intentando no convencerse de que la noche no iba a ir bien antes de que hubiera comenzado.
– Perfecto.
En aquel momento, junto a su mesa apareció un hombre con un esmoquin.
– Buenas noches. Soy Marcellin, su sumiller. He oído que mencionaban el vino. ¿Puedo ofrecerles mi ayuda?
Tenía un acento francés tan perfecto, que Wyatt se preguntó si era falso. Antes de que él pudiera decidir si aceptaba la ayuda de Marcellin o no, Claire comenzó a hablar con él. En francés.
Charlaron durante unos minutos, antes de que Marcellin se excusara. Claire se volvió hacia Wyatt.
– Lo siento. Me he dejado llevar.
– No hay problema. ¿Os conocíais?
Ella sonrió.
– Entiendo algo de vinos, así que le estaba preguntando por la carta.
– Hablas francés.
– Eh… sí. Un poco.
A él le había parecido más que un poco.
– Algunas veces escucho cursos de idiomas durante los vuelos. Ayuda a pasar el rato y después, puedo practicar en el país.
– Entonces hablas más que francés.
– Hablo italiano y un poco de alemán. Intenté el chino mandarín, pero no tengo tanto oído -dijo ella, y se movió en la silla como si estuviera incómoda-. De todos modos, la carta de vinos es impresionante. Tienen muchos vinos buenos de Washington. Me gusta tomar las especialidades locales cuando estoy en un sitio, tanto en comida como en vino. Siempre pido una copa de algo regional al servicio de habitaciones.
– ¿Al servicio de habitaciones? ¿Es que no vas a fiestas por las noches?
– No. Después de las actuaciones normalmente estoy agotada. Vuelvo al hotel, como algo ligero e intento desconectar, y después me acuesto. De vez en cuando tengo cenas con patrocinadores, pero no son tan divertidas como pudieran parecer. Tengo que estar muy concentrada, y también es muy cansado.
Él no sabía nada de su mundo. Con unos cuantos artículos de Internet y los comentarios despreciativos de Nicole no había podido prepararse para Claire. Mientras ésta hablaba de su vida durante las giras, se dio cuenta de que le había pedido que hiciera de niñera para su hija a una pianista famosa en el mundo entero.
– ¿Quién eres tú? -preguntó, aunque sin darse cuenta de que lo estaba haciendo en voz alta.
– ¿Cómo?
– No eres del mundo real.
– Pero a mí me gusta el mundo real. El otro sitio no es muy divertido.
Él no entendía su vida. ¿Cómo sería ir de ciudad en ciudad, tocando el piano a un nivel que muy poca gente podía entender?
– Quiero encajar -añadió ella-. Estoy intentando ser como el resto de la gente.
– No bajes de nivel.
– No creo que yo sea mejor. Sólo soy distinta. Y quiero ser menos distinta.
Era muy bella, pensó él distraídamente. ¿Cuándo se había vuelto tan bella? Amy decía que se parecía a Barbie. Él admitía que tenía el pelo largo y rubio, y las piernas incluso más largas, pero por lo demás, tenía muy poco que le recordara a la muñeca. Era toda una mujer, y eso le gustaba. ¿Cuándo había dejado de ser la malvada princesa de hielo?
– ¿Por qué no pides el vino? -le dijo-. Haz una locura. Los dos probaremos algo nuevo.
Ella sonrió con evidente agrado.
– ¿Estás seguro? Puedo llegar a ser muy liberal con el dinero.
– Me parece bien.
Marcellin volvió, y Claire y él retomaron su conversación sobre vinos en francés. Claire pasó las páginas de la carta de vinos y señaló algunos. Finalmente, eligieron un caldo de una bodega local de la que Wyatt no había oído hablar. El camarero apareció también y pidieron la cena. Cuando por fin estuvieron a solas, ella se inclinó hacia él y sonrió.
– ¿Te he dado ya las gracias por pedirme que saliéramos?
Su sonrisa tenía algo… Una invitación que a él le provocó deseos de acercarse a ella y besarla. Le gustaba besar a Claire. No le importaría hacerlo muchas más veces. Sin embargo, una molesta vocecilla le recordó que tenía que asegurarse de que estaban jugando con las mismas reglas.
– Sí.
Llegó el vino. Después de la ceremonia de probar la botella y aceptarla, cuando el sumiller se hubo marchado, Wyatt preguntó:
– ¿Ha vuelto a aparecer Drew por la casa?
– No que yo sepa. Todavía no sé si me siento mal por haberle herido o no.
– No te preocupes. Se está curando. Puede que el dolor y el sufrimiento ayuden a mejorar su personalidad.
– ¿Es tu hermanastro?
– Uno de tantos.
Claire arqueó las cejas.
– ¿Sois una familia numerosa?
– Una que está en cambio constante. Vengo de una estirpe de hombres que echan a perder sus relaciones. La mayoría de mis tíos no se han casado, y los pocos que sí lo han hecho tienen récords de velocidad en el divorcio. Mi padre se volvió a casar hace poco, por quinta vez. Drew es mi hermanastro de hace dos o tres matrimonios. No me acuerdo de cuál.
Claire lo miró con un poco de asombro.
– ¿Y tu madre?
– Ella encontró a alguien decente, llevan casados más de veinticinco años. Pero mi padre no. A este último matrimonio le doy seis meses. El problema es que sigue intentándolo. Piensa que es algo que no es: un hombre capaz de elegir a la mujer más adecuada.
– Podría suceder.
– No es probable. Tenemos ese defecto en los genes. Yo no iba a casarme. Pensé que podía evitar el desastre antes de que ocurriera.
– Pero te casaste con Shanna.
– Se quedó embarazada. No tenía elección.
Claire ladeó la cabeza.
– En realidad, sí. Aunque no te hubieras casado con ella, habrías podido formar parte de la vida de Amy.
– Casarme con ella me pareció lo mejor que podía hacer, en aquel momento.
– Porque tú siempre haces lo correcto.
– No. No soy ningún héroe.
– ¿Por qué no? La que se marchó fue Shanna. ¿Fue justo después de que naciera Amy?
– Un par de meses después, cuando nos confirmaron que no podía oír. No me importó ser padre soltero. Supongo que me esperaba que Shanna saliera corriendo, teniendo en cuenta la historia de mi familia -dijo, y miró fijamente a Claire-. Pero se te está escapando lo más importante, Claire. Yo no tengo relaciones. Me alegro de que hayamos salido y lo estoy pasando bien, pero para mí no es nada más que eso. Diversión. El sexo estaría bien, pero no voy más allá. No quiero nada serio.
Se encogió de hombros y continuó:
– Puede que esté diciendo todo esto para nada. Quizá no estés interesada, pero si lo estás, quiero dejarte claro lo que estoy dispuesto a hacer y lo que no.
Ella abrió unos ojos como platos.
– ¿Quieres acostarte conmigo? -preguntó en voz baja, casi sin aliento.
– ¿Es todo lo que has asimilado de lo que te he dicho?