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– Gracias.

Lisa suspiró.

– Ah, ahí vienen. Tus admiradores. Haré lo que pueda por alejar a los locos.

Claire se volvió a saludar a quienes tenían acceso a las bambalinas. Recordaba los nombres y agradecía las palabras amables, pero su atención estaba en otra parte, y esperaba ver a Wyatt y a Amy.

– Deslumbrante. Nunca había oído tocar tan bien esa pieza.

– Es lo mejor que he escuchado en mi vida.

– Increíble.

– Extraordinario.

Claire les dio las gracias a todos. Tras unos minutos, vio a Lisa hablando con Wyatt y Amy, y señalándoles el camino a su camerino. Entonces se relajó, porque sabía que estarían allí esperándola cuando pudiera, por fin, retirarse.

Media hora después se escapó y fue hacia su camerino. Abrió la puerta con el corazón acelerado, y con el estómago encogido de impaciencia.

Amy se lanzó a sus brazos.

– ¡Te he echado de menos! -dijo por signos.

Claire la abrazó.

– Yo también -le respondió. Después miró a Wyatt.

Estaba junto al tocador, impresionante con su esmoquin. Lo había echado de menos con todas sus fuerzas; quería ir junto a él, pero sabía que debía esperar a saber para qué había ido él a Nueva York. Quizá sólo quisiera entregarle los papeles que ella le había dejado.

Alguien llamó a la puerta. Lisa asomó la cabeza por el resquicio.

– Le he prometido a Amy que le enseñaría la orquesta -dijo, y le tendió la mano a la niña-. Tardaremos unos veinte minutos.

– Gracias -dijo Wyatt.

Amy sonrió a Claire, y después salió.

Cuando la puerta se cerró, Claire dijo:

– A Lisa no se le dan muy bien los niños, pero creo que podrá dirigir bien la visita.

– Amy ha dicho que quiere tocar el tambor cuando se haga el implante -dijo Wyatt.

– En una orquesta, se llama la percusión.

– Creo que Amy está pensando más en un grupo de rock.

– Ah. Entonces será la batería.

Wyatt se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

– Has estado increíble.

– Gracias.

– Te había oído tocar más veces, en el estudio de casa de Nicole y en la escuela de Amy. Esto ha sido distinto.

– Tenía acompañamiento.

– No sólo por eso. Es algo diferente.

A Claire le latía el corazón con fuerza. Quería creer que las cosas iban a salir bien, pero no estaba segura. Él no la miraba. Eso no podía ser bueno.

– Esto es lo que eres -dijo Wyatt-. Sabía que eras una pianista famosa, pero no entendía el significado. Iba a pedirte que volvieras conmigo a Seattle -añadió, y por fin, la miró-. Que te instalaras allí. Iba a intentar convencerte de que tu sitio está allí, con tus hermanas, conmigo y con Amy. Iba a decirte que he sido un imbécil con respecto al bebé y a nosotros. La única disculpa que tengo es que me asustas, Claire. Haces que sienta cosas. No puedo jugar con unas reglas en lo referente a ti, porque no me importan. Tú eres exactamente la persona a la que he estado esperando durante toda mi vida.

Wyatt se sacó las manos de los bolsillos y caminó hacia ella.

– Iba a decirte que te quiero. Nunca se lo había dicho a ninguna mujer. Yo no quería a Shanna, quizá por eso se marchó. Supongo que nunca me había enamorado, y entonces apareciste tú, tan bella, tan generosa, tan divertida. Quieres a mi hija; incluso dijiste que me querías a mí.

Claire se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas. Aquello era lo que había querido oír, pero no sabía si iba a salir bien.

– No puedo pedirte que abandones todo esto -continuó-, eso es lo que no entendía antes. No puedo pedirte que dejes tu vida y te traslades a Seattle. Vas a tener un hijo. Vamos a tener un hijo, y yo no voy a desentenderme de él, ni tampoco de ti. Así que pensaremos algo. Yo no puedo dejar mi negocio ahora mismo, pero terminaré los proyectos que tengo y Amy y yo nos mudaremos aquí para estar contigo. Conseguiré un trabajo o formaré una empresa nueva. Lo que sea. Quiero decir, Claire, que no voy a pedirte que dejes nada por mí. Te quiero, quiero estar contigo. Quiero que seas feliz, y si para eso tienes que estar en Nueva York, entonces Amy y yo nos mudaremos.

Hizo una pausa y se acercó un paso más a ella.

– Si todavía nos quieres. A mí, quiero decir. Sé que a ella sí.

A Claire se le derramaron las lágrimas. Era demasiado feliz como para hablar, o respirar, o hacer otra cosa que no fuera mirarlo. Tras un instante se enjugó las lágrimas y, sorprendentemente, se echó a reír. Y se echó a sus brazos.

Wyatt la estrechó contra sí. Era fuerte, cálido, familiar. Todo era perfecto.

Claire alzó la cabeza y sonrió.

– Te quiero.

– Yo te quiero más.

Ella volvió a reírse.

– Podemos discutir eso más tarde, pero, primero, no quiero vivir en Nueva York. Wyatt, yo puedo trabajar igualmente desde Seattle. Quiero volver allí. Quiero estar cerca de Nicole y de Jesse, y de tu familia. Incluso de Drew, que no creo que me caiga bien en estos momentos. Te agradezco mucho la oferta, pero me encanta Seattle.

– ¿Estás segura?

– Tan segura como de que te quiero.

Él le acarició la mejilla, y después la besó.

– He sido un completo imbécil.

– Te perdono.

– No tienes por qué. Puedes hacérmelo pasar mal un rato, me lo merezco.

– No. Tus días de pasarlo mal han terminado.

– ¿Significa eso que te vas a casar conmigo?

Claire asintió.

– ¿Y me creerás si te digo que estoy feliz por lo del bebé?

Su voz sonaba preocupada, ansiosa. Tenía una mirada de inseguridad, pero también de amor y de esperanza.

– Sí -dijo Claire.

– Creo que quiero que sea niño -admitió Wyatt.

– Por supuesto.

Claire sonrió y él la abrazó.

– Te quiero -volvió a decir Wyatt-. Vamos a buscar a Amy y a darle la noticia. Ella siempre quiso tener una madre y un hermano. Vas a ganar muchos puntos ante ella.

– Me alegro. Después reservaremos un vuelo para Seattle -dijo Claire mientras salían del camerino-. Estoy lista para volver a casa.

Susan Mallery

Autora de bestsellers románticos, ha escrito unos treinta libros, históricos, contemporáneos e incluso de viajes en el tiempo. Comenzó a leer romance cuando tenía 13 años, pero nunca pensó escribir uno, porque le gustaba escribir sobre filosofía o existencialismo francés. Fue en la escuela superior cuando acudió a clases sobre Cómo escribir una novela romántica y empezó su primer libro, que cambió su vida. Fue publicado en 1992 y se vendió rápidamente. Desde entonces sus novelas aparecen en Waldens bestseller list y ha ganado numerosos premios.

Actualmente vive en Los Angeles, con su marido, dos gatos y un pequeño perro…

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