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Ella se sintió como si él la hubiera abofeteado. Sabía que Drew sólo estaba intentando hacerle daño, pero no conseguía librarse del dolor que le producían sus palabras.

– Eres muy magnánimo -murmuró-. No sé cómo tengo tanta suerte. Mira, Drew, tú deja de intentar que vuelva contigo con ese encanto tan especial tuyo y yo haré lo posible por olvidarme de ti.

– Tú no quieres olvidarme. Ese es tu problema.

– Sal de aquí -ordenó Nicole mientras iba hacia la puerta y la abría de par en par-. Y no te molestes en volver.

Él vaciló, como si tuviera algo más que decir, y después se marchó. Ella cerró la puerta con llave y respiró profundamente. No iba a llorar.

Cuando estuvo sola, se sentó en el sofá. No tenía ni idea del motivo por el que Drew había ido a verla. ¿Acaso quería castigarla? ¿Acaso pensaba de verdad que podían arreglar su matrimonio y que insultarla era la mejor manera de conseguir que volviera con él? Nadie era tan estúpido como para eso.

Entonces ¿por qué no la dejaba definitivamente? ¿Por orgullo, o porque ella podía mantenerlo económicamente? Dudaba que siguiera queriéndola. Quizá nunca la hubiera querido.

Las dudas la estaban asediando, y odiaba el modo en que la hacían sentirse. Necesitaba una distracción.

Justo en aquel momento, sonó el teléfono. Se levantó de un salto y descolgó el auricular.

– ¿Diga?

– Hola. ¿Cómo estás?

Aunque oír la voz de Claire no era tan emocionante como una insinuación sexual inapropiada de Hawk, era mejor que pensar en Drew.

– Bien, ¿y tú?

– Todavía sigo esperando que se me note el embarazo. ¿Quieres venir a cenar esta noche a casa?

Nicole vaciló. ¿Quería pasar la noche con su hermana y con Wyatt, viendo cómo se hacían arrumacos y despedían ondas de amor que llenaban toda la habitación?

– Gracias, pero creo que no.

Claire suspiró.

– Estás pasando demasiado tiempo sola.

– No, no es cierto. Acabo de llegar de la pastelería.

– El trabajo no cuenta. No seas refunfuñona, estoy preocupada porque te quiero. Eso es algo bueno.

Nicole no quería acordarse de que Drew acababa de decirle que era muy difícil quererla, pero las palabras le rebotaron en la mente.

– Has tenido que soportar muchas cosas últimamente -dijo Claire-. Ven a divertirte.

Como Maggie. Lástima. Nicole odiaba que le tuvieran lástima.

– Eres muy amable por preocuparte -dijo, intentando no apretar los dientes-, pero estoy bien. Mejor que bien. En otra ocasión.

– Tienes que salir.

– Con un hombre, ¿no? Dejarías de preocuparte por mí si apareciera con un tipo fabuloso, ¿verdad?

Claire se echó a reír.

– Pues en realidad, sí.

La respuesta arrancó una sonrisa a Nicole.

– Entonces no te importa cómo me siento yo. Lo que quieres es dejar de preocuparte.

– Bueno, quizá. Pero tú eres la que me preocupa.

– Y te lo agradezco. Mira, estoy bien, te lo juro. Ahora tengo que dejarte. Hablaremos más tarde.

Colgó y tomó su bolso. Mientras abría la puerta y salía, el teléfono ya estaba sonando otra vez. Ella no respondió, aunque deseara tener algún sitio al que ir.

Hawk apiló los DVD de las grabaciones del juego. Ya había visto el material, y sabía qué cosas quería poner de relieve. Normalmente, durante los pocos minutos que tenía antes de que llegaran los chicos, tomaba notas, pero aquel domingo no dejaba de mirar el reloj y de preguntarse cuándo iba a aparecer Nicole.

Sabía que se estaba comportando como un adolescente. No podía dejar de pensar en ella; no sabía por qué lo tenía tan atrapado, pero de todos modos, estaba disfrutando del momento. Era divertida y sarcástica. Era como un desafío para él. Tenía carácter. A él le gustaba que una mujer tuviera carácter.

Oyó que alguien se acercaba por el pasillo. Eran unos pasos ligeros que no podían ser de ninguno de sus jugadores. Se le encogió el estómago de impaciencia. Y al cabo de un segundo, Nicole entró en la sala.

– Tengo seis cajas de croissants en el coche -dijo-. ¿Te importaría ayudarme a traerlas?

– Claro -respondió él, preguntándose si tenía tiempo de besarla antes de que sus estudiantes comenzaran a llegar. Se acercó a ella, pero se detuvo al ver algo oscuro y doloroso en su expresión-. ¿Qué ocurre?

– Nada.

– No te creo. Te ha pasado algo -dijo él, y se dio cuenta de que estaba pálida-. Alguien te ha hecho daño.

– Estoy bien -dijo ella, y se encogió de hombros-. No es nada.

– No voy a dejar que me convenzas -dijo Hawk. No pararía hasta averiguar qué o quién la había disgustado.

Nicole suspiró.

– Estoy… estoy teniendo algunos problemas con mi ex.

– ¿Estás divorciada?

– Estoy en el proceso de divorcio. Ya se han redactado los documentos, y los términos están acordados. Sólo estoy esperando a que se cumplan los plazos.

– ¿Y todavía lo echas de menos?

– Ni lo más mínimo. Vino ayer a mi casa. Quiere que vuelva con él. Y su forma de convencerme es insultarme y ser mezquino.

Hawk se enfureció.

– ¿Te ha hecho daño?

Nicole sonrió apagadamente.

– En realidad no.

– Puedo darle una paliza, si quieres.

Ella sonrió con más ganas.

– Estoy segura de que lo harías con una eficiencia asombrosa, pero no.

Hawk quería hacerlo de verdad.

– No me importa. Siempre estoy buscando maneras de mantenerme en forma.

– No sería mucho ejercicio para ti.

– ¿Tú crees?

– Estoy segura, pero gracias de todos modos.

Había más. Él lo veía en sus ojos. El problema con un ex era que esa persona sabía exactamente cómo hacer daño, conocían los puntos débiles. Y parecía que, en el caso de Nicole, su ex no tenía reparos en atacarlos directamente.

Hawk le acarició la mejilla.

– Se equivoca.

– ¿Respecto a qué?

– En lo que te haya dicho.

– Eso no lo sabes.

– Sí, sí lo sé.

La expresión de Hawk era amable, y su caricia reconfortante y un poco sensual. Él era exactamente lo que necesitaba, pensó Nicole.

Él la miró a los ojos, y después a la boca. Su cuerpo reaccionó con un cosquilleo y un pequeño suspiro, y aquel hombre ni siquiera la estaba besando. ¿Cómo lo conseguía?

Antes de que pudiera averiguarlo, se oyó a varios adolescentes acercándose por el pasillo. Ella retrocedió.

– Refuerzos -dijo Hawk con ligereza-. Les diré que traigan las cajas.

Lo cual significaba que la tarea podía hacerse en un solo viaje y que ella no tenía excusa para quedarse. Sin embargo, quería hacerlo.

– Te he traído el cambio -dijo, y sacó el dinero del bolsillo de su pantalón.

– Guárdalo para la próxima vez -dijo él-. Volveré a hacer un pedido dentro de una semana.

– De acuerdo.

– Vas a quedarte a la reunión, ¿verdad?

– Yo… eh… claro -dijo. Porque la alternativa era irse a casa y evitar a sus amigos, que actualmente sentían pena por ella.

Hawk envió a varios de los chicos a buscar las cajas de dulces al coche. Raoul volvió con ellos y la saludó agradablemente. En cuestión de minutos, todo el mundo estaba sentado en sillas plegables. Nicole se vio junto a Hawk, lo cual la hizo muy feliz. Él era exactamente la distracción que necesitaba.

Con un mando a distancia, Hawk apagó las luces; en la gran pantalla que había en la pared apareció una imagen del juego. A partir de aquel momento, él diseccionó cada segundo del partido, haciendo alabanzas cuando eran merecidas y críticas constructivas cuando eran necesarias. Explicaba las cosas con sencillez. Incluso Nicole podía seguir lo que estaba diciendo… al menos durante los primeros diez minutos, más o menos. Entonces sintió una mano que le rozaba ligeramente el brazo.