Por mucho que lo odiara, Nicole quería creerlo. Raoul tenía un aire de derrota…, se dijo que podía estar engañándola, que aquellos dos formaban un gran equipo, pero por algún motivo, tenía la sensación de que el chico decía la verdad. Estaba avergonzado y lo lamentaba.
Sabiendo que iba a arrepentirse a la mañana siguiente, cuando el muchacho no apareciera, dijo:
– Vamos a hacer un trato. Puedes pagarme lo que has robado trabajando. Ven mañana a las seis de la mañana.
Por primera vez desde que lo había hecho tropezar, Raoul la miró. En sus ojos oscuros brilló algo parecido a la esperanza.
– ¿De verdad?
– Sí. Pero si no apareces, te buscaré y haré que te arrepientas de haber nacido. ¿Trato hecho?
Raoul sonrió. Ella suspiró. Dos años más y sería tan atractivo como su entrenador. ¿Acaso no era injusto?
– Estaré aquí -prometió él-. Y vendré pronto.
– De acuerdo.
Hawk se volvió hacia ella.
– Y ahora, ¿puede ir a esperarme al coche?
– Claro.
Aunque, si fuera por ella, el entrenador Hawk también podía irse. No tenían nada que decirse el uno al otro.
Lo miró, y tuvo la tentación de frotarse los párpados. Quizá fuera sólo un efecto de la luz, pero Nicole tuvo la impresión de que cada vez era más guapo. Molesto, ciertamente.
Hawk se volvió hacia la mujer que lo estaba fulminando con la mirada. Le recordaba a un gato callejero que su hija había llevado a casa años atrás. Era todo dureza y desdén.
Nicole era sensata. Él se daba cuenta por la camisa que llevaba, larga hasta las rodillas, de tela vaquera oscura, su camiseta lisa, la falta de maquillaje y su pelo largo y rubio, recogido en una coleta. No era de las que se dejaban impresionar fácilmente. Aunque a él, eso no le importaba.
– Gracias -dijo-. No tenía por qué hacerlo.
– Tiene razón -respondió ella-. No tenía por qué. También sé que voy a lamentar dejar que se vaya de rositas.
– No, no es verdad. Es un buen chico. Tiene mucho talento. Llegará lejos.
– Se ve en él, ¿verdad?
Hawk sonrió.
– Sí.
– Típico -respondió Nicole, y miró el reloj-. ¿No tiene que estar en ningún sitio?
– En el entrenamiento. Los chicos están esperando -dijo él, y sacó la cartera del bolsillo-. ¿Cuánto le debo por los donuts?
Ella frunció el ceño.
– ¿Es que no estaba escuchando? Raoul va a pagarlos con su trabajo. Al menos, ésa es mi fantasía.
– Bueno, entonces sigo necesitando cinco docenas para el equipo.
Nicole miró a la mujer que estaba detrás del mostrador.
– Maggie, ¿puedes darle sus donuts al entrenador para que se marche de una vez?
Hawk se inclinó y recogió los donuts que todavía estaban por el suelo.
– Está intentando librarse de mí.
– ¿De verdad?
– Pero si yo soy la mejor parte de su día.
– Quizá me clave una astilla después, y ése sea el momento álgido.
Él se echó a reír.
– No es usted fácil.
– Esa es la primera cosa inteligente que ha dicho.
Él dejó las cajas aplastadas y los donuts en una de las mesas del local.
– Yo soy muy listo, Nicole.
– Siga diciéndoselo, y quizá un día se haga realidad.
Él se quedó mirándola fijamente hasta que ella comenzó a retorcerse.
– ¿Por qué está intentando que yo le caiga mal por todos los medios? ¿Acaso la intimido?
– Yo… usted… Váyase.
Dicho eso, se apoyó sobre el bastón y se dirigió al obrador, en la parte trasera de la pastelería.
– ¿No hay ningún comentario desdeñoso? -le preguntó él-. ¿Significa eso que he ganado?
Ella se volvió y lo miró con cara de pocos amigos.
– No todo en la vida es ganar o perder.
– Claro que sí.
Ella apretó los dientes.
– Váyase.
– Me voy porque los chicos están esperando. Pero volveré.
– No se moleste.
– No es molestia. Será divertido.
Salió de la tienda silbando mientras se acercaba a su coche, que estaba aparcado enfrente.
Hawk se había dado cuenta de que a Nicole le gustaba decir la última palabra. Obviamente, estaba acostumbrada a llevar las riendas y a salirse con la suya. El fútbol le había enseñado mucho de la vida a Hawk. Algunas veces, los equipos se sentían pletóricos porque eran muy buenos en algo determinado. Si se les quitaba ese algo, se tambaleaban. Lo mismo con las mujeres. Sobre todo, con las mujeres.
Iba a ser un buen día, pensó mientras le entregaba a Raoul los donuts y arrancaba. De repente, el mundo parecía lleno de posibilidades.
– ¿Qué te parece? -preguntó Claire.
Nicole siguió mirando las camisas que había en uno de los percheros.
– No.
– Vamos. Es rosa.
– No.
– Ni siquiera estás mirando.
Nicole contuvo la sonrisa.
– No tengo que mirar. No. No te queda bien.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque estás embarazada de tres meses y en total has engordado dos kilos. No necesitas ropa premamá.
– Pero quiero comprarme algo.
– Compra una mantita.
– Quiero algo que pueda ponerme. Quiero que la gente sepa que estoy embarazada.
– Pues imprime unas tarjetas y entrégaselas a todos los que veas.
– No me estás ayudando.
– No necesitas que te ayude a estar loca. Lo haces muy bien sola.
Claire se apartó el pelo rubio del hombro.
– No eres una buena hermana.
Nicole sonrió.
– Soy la mejor hermana que tienes y tu melliza favorita.
– Mi única melliza, y todavía no tengo muy claro que seas mi favorita. ¿No te gusta esta camiseta con patos?
– No.
– ¿Y con conejitos?
– No. El bebé tiene el tamaño del borrador de un lápiz, Claire. Quizá de una uva. No necesitas ropa especial porque estés embarazada de una uva.
– Pero estoy embarazada.
– Dentro de un par de meses, cuando hayas engordado más, hablaremos. Por ahora, si te pones ropa premamá vas a parecer un saco de patatas.
– Pero es que estoy muy emocionada.
– Lo sé, y es lógico. Es maravilloso.
Claire sonrió.
Nicole pensó que su propia alegría por el embarazo de su hermana era una prueba de que tenía buen carácter. Era feliz por Claire, incluso sabiendo que las posibilidades de que ella tuviera un hijo eran tantas como las de ganar el primer premio de la lotería…, aunque ella nunca comprara un décimo. Un embarazo significaba generalmente que había un hombre involucrado. Ella había renunciado a los hombres para siempre.
– ¿Estás bien? -le preguntó Claire-. Estás pensando en Drew, ¿verdad?
– No. No estoy pensando en Drew -dijo Nicole. Se negaba a malgastar energía mental en su ex marido-. Estaba pensando en los hombres en general.
– Encontrarás a alguien -le aseguró Claire.
– No quiero a nadie. Acabo de separarme y estoy muy contenta de estar sola.
O, más bien, lo estaría, si todo el mundo dejara de pensar que estaba destrozada emocionalmente por haber sorprendido a su hermana pequeña en la cama con su marido.
Sí, había sido horrible, degradante y quizá incluso desgarrador. Pero ella lo sobrellevaba.
– Necesito acostumbrarme a estar sola -dijo Nicole.
– ¿Por qué? Ya estabas sola antes, cuando estabas casada con Drew.
– Ay.
Claire suspiró.
– Lo siento. No quería decirlo así.
– No pasa nada.
No iba a demostrar que estaba dolida. Ni siquiera delante de su hermana.
Claire sonrió con delicadeza. Su sonrisa era compasiva, y denotaba la intención de dejar el tema para más adelante. Cuando notara que ella se sentía más fuerte emocionalmente.
¿Acaso era capaz de leer la mente de su hermana melliza?
Qué estupendo.