No era culpa de él, pensó Nicole. Era un hombre. Padre, pero hombre de todos modos. Veía lo que quería ver.
– Hawk, tú ni siquiera sabías que Raoul estaba viviendo en un edificio abandonado. Llevaba semanas allí, durante el verano, cuando hace calor, y Brittany y él han pasado a solas mucho tiempo, sin distracciones. ¿Estás seguro de lo de las relaciones sexuales?
Él se irguió.
– Nicole, sé que quieres ayudar, pero esto no es asunto tuyo. Brittany y yo tenemos una relación estrecha. Hablamos, y yo confío en ella. Tú no tienes hijos, así que tendrás que creerme en esto.
– Yo he criado a mi hermana desde que era pequeña. Tengo experiencia.
– Y mira cómo salió.
Nicole se puso tensa.
– Eran circunstancias distintas.
– Yo conozco a mi hija mejor que tú. No está ocurriendo nada con Raoul.
– ¿Y por qué piensas que no? Tú le has enseñado que el amor de juventud lo cura todo. Le has enseñado que quedarse embarazada a los diecisiete años es sólo el principio de la aventura.
– No voy a hablar más de esto.
– ¿Por qué? ¿Porque sólo puede haber un punto de vista? ¿Porque sólo tú puedes tener razón? Espero estar equivocada, Hawk, porque si no, los dos vais a aprender una lección desagradable.
Él se quedó mirándola fijamente.
– ¿De qué va todo esto, en realidad?
– ¿Qué?
– Debes de tener algo en mente. Estás invirtiendo mucha energía en la vida personal de mi hija. ¿Cuál es de verdad tu problema?
Nicole no daba crédito. Sólo estaba intentando ayudar, ser su amiga. Al parecer, él no lo veía así.
– Tú eres mi problema -dijo-. Me marcho a casa.
Y salió por la puerta, esperando a medias que él la siguiera y le pidiera que esperara. Que pudieran hablar de la situación y encontrar un punto de acuerdo. Sin embargo, él no lo hizo.
Hawk llevaba un rato paseándose por casa, incapaz de sentarse. Estaba inquieto, lo cual era poco corriente. Normalmente se sentía cómodo en su propia piel.
Subió las escaleras hasta la habitación de Brittany, donde ésta estaba haciendo los deberes, y se detuvo en la entrada.
– ¿Cuánto vas a tardar? -preguntó-. He pensado que quizá pudiéramos hacer algo. Quizá ir al cine.
Ella lo miró.
– Papá, mañana tengo clase.
– Claro, claro -dijo él-. Bueno, iré a ver si hay algo interesante en la televisión.
– Deberías llamarla.
– ¿A quién?
– A Nicole. Deberías llamar a Nicole.
– ¿Por qué dices eso?
Ella lo miró con resignación.
– Porque has estado de mal humor desde que tuviste la pelea con ella.
¿Cómo podía saberlo Brittany?
– ¿Qué pelea?
Brittany puso los ojos en blanco.
– La pelea durante la que hablasteis en voz baja y muy tensa, y después de la cual ella se marchó sin decir adiós -explicó, y después exhaló un suspiro-. No te preocupes. No me enteré sobre qué era la pelea, y no quiero saberlo. Probablemente se trate de algo muy aburrido de los adultos.
Él no sabía qué decir.
– Es muy simpática -añadió Brittany-. Me cae muy bien, y a ti te gusta. Puedes tener novia, papá. No tiene nada de malo, y no es que te vayas a casar con ella.
– No necesito tu permiso para salir con una mujer.
– Lo sé, pero de todos modos te lo estoy dando.
Era adorable y completamente irritante, pensó Hawk mientras meneaba la cabeza.
– ¿Qué voy a hacer contigo?
– Adorarme, como todo el mundo. En serio, papá, Nicole te gusta mucho.
– Lo sé.
– Entonces, adelante. Discúlpate.
– ¿Cómo sabes que soy yo el que debe disculparse?
– Porque tú eres el hombre. Pero ya sabes, no vayas demasiado en serio con ella.
– Eso no va a suceder -respondió él.
Nunca podría reemplazar a Serena. No podía. Había sido el amor de su vida. ¿Por qué iba a querer enamorarse de otra persona?
– Entonces ¿vas a llamarla? -preguntó Brittany.
– Quizá.
– Deberías. Nicole es estupenda.
Era cierto, pensó Hawk mientras bajaba las escaleras. Pensándolo bien, además, su discusión no tenía sentido. Él conocía a su hija y confiaba en ella. Fin de la historia. Nicole no lo entendía, pero eso no era una tragedia.
– ¿Vas a llamarla? -le gritó Brittany.
– Déjame tranquilo, niña.
Ella se echó a reír y él sonrió.
Jesse paró en el pequeño aparcamiento para calmarse. Estaba llorando demasiado como para poder seguir conduciendo sin ponerse en peligro.
Sabía que sólo ella tenía la culpa de la situación en la que se encontraba, pero eso no hacía que se sintiera mejor. Lo había echado todo a perder. Había perdido todo lo que quería, todo lo que le importaba.
Mientras se enjugaba las lágrimas, se dijo que tenía que ser fuerte. Tenía que decidir lo que iba a hacer con su vida. O, al menos, cómo iba a sobrevivir durante los meses siguientes. No tenía dinero, apenas le quedaba gasolina y estaba a cuatrocientos ochenta kilómetros de Seattle, en Spokane. ¿Y ahora qué?
Como si quisiera responder a la pregunta, alguien dio unos golpecitos en el cristal.
Bien. Justo lo que necesitaba. Una interferencia.
Bajó la ventanilla unos centímetros, pero no se molestó en mirar a la persona.
– ¿Qué? -preguntó con aspereza.
– ¿Estás bien?
Era la voz de un hombre, y tenía tono de preocupación.
– Estoy perfectamente.
– Pues no lo parece.
Ella se volvió a mirar. Era mayor, de la edad de un abuelo, pero de aspecto amable. Jesse tuvo ganas de contárselo todo, pero no lo hizo porque su historia podría causarle un infarto, y ella no quería tener que sentirse culpable de una cosa más.
– Váyase -dijo.
– Eso no es muy amable por tu parte.
Ella se enjugó los ojos.
– No lo decía en el mal sentido. Mire, gracias por interesarse, pero usted no tiene por qué involucrarse.
– ¿Y cómo lo sabes?
– Porque en realidad, no está interesado en mi vida. Nadie está interesado en ella, ni siquiera yo.
– Parece el primer verso de una canción country -comentó el hombre.
Era cierto, y Jesse se echó a llorar otra vez.
– Bueno, bueno -dijo él, y abrió la puerta del coche-. Vamos, ven conmigo. ¿Tienes hambre? La comida de mi bar no es nada del otro mundo, pero hago unas hamburguesas estupendas.
Antes de que ella se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, se vio dentro del bar. El hombre encendió las luces y señaló la barra.
– Siéntate.
Ella se sentó en uno de los taburetes. Él le pasó varias servilletas y un vaso de agua.
– Empieza por el principio. ¿Qué es lo que va mal?
– Todo.
– ¿De veras?
Jesse pensó que era agradable, y que ella también debía serlo. Sin embargo, lo que dijo fue:
– Estoy embarazada. Mi hermana piensa que me he acostado con su marido, y no es cierto, pero no me cree. Mi novio es el padre de mi hijo, y él tampoco se lo cree. Me dijo que no le importaba si era suyo -entonces comenzó a llorar de nuevo, y se sonó la nariz-. Me he peleado con mi hermana y con Matt, y he decidido marcharme de Seattle. No tengo dinero ni ningún sitio al que ir, ni trabajo ni casa. ¿Le parece suficiente?
– Por algo se empieza -dijo el hombre-. Pues consigue un trabajo.
Ella lo miró con cara de pocos amigos.
– ¿Haciendo qué? ¿Le parece que tengo mucha capacitación?
– Seguro que hay algo que sabes hacer. Todo el mundo es capaz de hacer algo.
Ella sabía hacer pasteles, pensó Jesse con tristeza. Hacía bizcochos perfectos y galletas deliciosas. Sin embargo, todas las recetas eran de la pastelería, y no le parecía bien usarlas. Por no mencionar que, la última vez que lo había intentando, Nicole la había metido en la cárcel.