– Nada -dijo, finalmente-. No sé hacer nada.
– ¿Cuántos años tienes?
Ella volvió a fulminarlo con la mirada.
– ¿Cómo? -¿acaso estaba insinuándosele? Era repugnante-. Me marcho de aquí.
Él alzó ambas manos.
– No te pongas tan altanera conmigo, hija. No te lo he preguntado por la razón que tú piensas. Eres tan joven como para ser mi nieta. Además, a mí me gustan las mujeres con un poco más de edad. Tienen más conversación y no les gustan las tonterías -dijo, y señaló el letrero que había en la pared. Decía «Bill's Bar»-. Este es mi bar. Si tienes edad suficiente, puedo darte trabajo. Algo temporal, hasta que consigas levantar cabeza.
– Tengo veintidós años -dijo Jesse, no del todo convencida de que él hablara en serio-. Tengo el carné de identidad.
– Te creo.
Nadie la creía. Todos llevaban mucho tiempo sin creerla.
– ¿Y por qué iba a hacer algo así? ¿Por qué le ofrece trabajo a una desconocida?
– Una de mis camareras dejó el trabajo anoche. Todavía no he puesto el anuncio en el periódico. Tú me ahorrarás tiempo y molestias, por no hablar del dinero.
– Pero si no sabe nada de mí.
– Se trata de servir bebidas. No es difícil. Además, eres muy guapa, y los clientes no se molestarán si cometes un error.
Ella no se sentía muy guapa.
– Sabe que estoy embarazada, ¿verdad?
– Ya lo habías mencionado. No te preocupes. Nadie fuma en el bar.
No era eso lo que preocupaba a Jesse, aunque debería. Ella se refería a que no iba a ser atractiva cuando empezara a notársele el embarazo. Sin embargo, no dijo nada. Un trabajo le proporcionaría tiempo para pensar.
– Acepto el trabajo -dijo-. A propósito, me llamo Jesse.
– Me alegro de conocerte, Jesse. Soy Bill.
Ella sonrió.
– Lo sé por el letrero.
– Necesitas un sitio donde alojarte.
Jesse asintió con cautela.
– Puedes alquilar una habitación en casa de Addie. Es como una casa de huéspedes al estilo antiguo. No es de lujo, pero el alquiler es barato y ella da dos comidas al día.
– ¿Lo dice en serio? -preguntó Jesse-. ¿No es una broma?
Bill se quedó mirándola.
– Alguien te ha hecho mucho daño, hija, y lo siento. Esto no es una broma. Sólo estoy siendo amable. Es lo que hace la gente, ayudarse unos a otros.
– En mi mundo no.
Bill asintió lentamente.
– Hace años, me metí en un lío. Alguien me ayudó entonces. Ahora yo te estoy ayudando a ti.
¿Era tan fácil?
– Mi suerte no es tan buena -dijo Jesse.
– Quizá tu suerte haya cambiado.
Trece
– Te estás comportando de una manera muy extraña -dijo Nicole a Raoul.
Ambos estaban en el salón, y él alzó la vista del libro de texto que tenía en el regazo.
– ¿En qué sentido?
– No dejas de mirar el reloj.
Raoul miró el reloj que había sobre la repisa de la chimenea y se encogió de hombros.
– Quiero saber qué hora es.
– ¿Cada quince segundos?
– No es para tanto.
– Casi -dijo Nicole. Sabía que estaba ocurriendo algo, aunque no había averiguado qué-. Voy a empezar a hacer la cena.
– No tengo hambre.
Ella puso los brazos en jarras.
– ¿Qué ocurre? Será mejor que me lo digas ya. De todos modos, al final lo voy a averiguar.
Raoul intentaba parecer inocente, pero no lo consiguió.
– Nada -respondió, y se puso en pie de un salto-. Me voy a estudiar a casa de Marcus. Sus padres están en casa. El número lo tienes en la encimera de la cocina.
– ¿Y la cena?
– Cenaré allí -dijo, y pasó por delante de ella rápidamente-. Volveré tarde -gritó mientras se alejaba hacia la puerta de la cocina.
Y dicho eso, se fue.
– Esto sí que es raro -murmuró Nicole.
En aquel mismo instante, alguien llamó a la puerta principal. Nicole atravesó el salón y abrió, y se encontró a Hawk en el porche. De repente, el extraño comportamiento de Raoul adquiría sentido.
– Me has tendido una trampa.
– Pero una trampa buena -respondió él mientras entraba en la casa. Tenía en las manos dos bolsas grandes que olían muy bien-. Comida china. No has cenado. Comeremos, hablaremos, nos haremos amigos de nuevo.
– ¿Es eso lo que somos?
– Claro -dijo él. Puso las bolsas en la mesa y le tomó la cara con ambas manos-. Eh, lo siento.
Pese al baile de hormonas que se desató en su cuerpo, Nicole se dijo que no iba a ablandarse por la belleza masculina y unos rollitos primavera.
– ¿Por qué?
– Quizá por reaccionar de mala manera.
– ¿Quizá? ¿Y cuándo vas a decidirlo?
– Reaccioné mal. Tú estabas intentando ayudar y yo no me di cuenta -se disculpó Hawk, y la besó con suavidad-. ¿Te he dicho ya que lo siento?
– Sí.
– ¿Y has aceptado mis disculpas?
– Ahora sí, pero porque yo también lo siento. Puedo llegar a avasallar.
– Pero eres muy mona. Entonces ¿nos hemos reconciliado?
Nicole sonrió.
– Sí.
Entraron en la cocina. Mientras Hawk ponía los envases de comida china sobre la mesa, ella sacó los platos, los cubiertos, los vasos y las servilletas. Él abrió la botella de vino que le entregó Nicole, y después ambos se sentaron a cenar.
– Tenías cierta razón en lo que me dijiste sobre Brittany -comenzó él-. Es posible que yo haya hecho que el pasado parezca mejor de lo que fue. Serena y yo no lo hicimos a propósito, pero no queríamos que Brittany pensara que no era especial, o que había sido una molestia…
Nicole se quedó impresionada por el hecho de que él quisiera hablar del tema y ver las cosas desde su perspectiva.
– Quizá haya algún punto medio. Una historia ligera que le diera a entender que no todo fue tan fácil y tan maravilloso. A no ser que lo fuera.
Él negó con la cabeza.
– Éramos demasiado jóvenes. Tuvimos suerte, porque en la Universidad de Oklahoma, la que yo elegí, nos ayudaron mucho, tanto la asociación de ex alumnos como el entrenador…
– ¿Todo gratis? -preguntó ella, sabiendo que, en una ciudad con un equipo de fútbol, los jugadores eran casi dioses.
– Más o menos. Las reglas no eran tan estrictas entonces. No nos daban dinero, pero teníamos muchas ventajas. Siempre había alguien dispuesto a cuidar de Brittany cuando lo necesitábamos, así que Serena podía venir a los partidos, incluso a los que se jugaban fuera. Algunas familias nos llevaban de vacaciones con ellos. Tuvimos acceso a la consulta de médicos estupendos, y siempre nos traían comida del supermercado, o algo cocinado.
– Suena bien.
– Los compañeros de equipo fueron estupendos, pero fueron sus mujeres las que nos ayudaron más. Fueron muy buenas con Serena. Sin embargo, fue duro, de todos modos. Estábamos lejos de casa. Sus padres nunca la perdonaron, y no entendieron lo que estábamos haciendo. Le dieron la espalda a su única hija, y ella estuvo triste por eso hasta el día que murió.
Nicole pensó en Jesse. ¿Diría su hermana que ella le había dado la espalda? No estaba segura. Ni siquiera ella misma sabía cómo describir la situación.
– La peor parte, para ella, fue la soledad -continuó Hawk-. Para mí, la peor parte fue estar constantemente asustado.
– ¿Asustado de qué?
– De lesionarme. Podíamos mantenernos y contar con la ayuda de los demás porque yo era capaz de atrapar una pelota mejor que nadie, y corría como el viento. Pero si me lesionaba, todo habría terminado. Y entonces ¿qué? No respiré tranquilo hasta el día que me ficharon para la Liga Nacional y tuve el cheque ingresado en el banco.
– Lo conseguisteis.
– Lo conseguimos. Sin embargo, admito que algunas veces, Serena y yo nos peleábamos y yo lamentaba que se hubiera quedado embarazada. Eso es lo que no queríamos que supiera Brittany, lo de los malos tiempos. De todos modos, te entiendo cuando dices que he hecho que todo pareciera fácil.