Entonces Hawk la tomó del brazo, la abrazó y volvió a besarla.
– Lo siento -murmuró.
– Ya lo he captado.
Lo miró a los ojos y sonrió.
Era una sonrisa de perdón que a Hawk le cortó el aliento. Su mundo quedó en silencio. Porque, en aquel momento, no había nada que deseara más.
Nicole se inclinó sobre el libro de texto.
– No me gustan los problemas de matemáticas que empiezan con dos coches viajando el uno hacia el otro. ¿Por qué tienen que ser coches?
– Algunas veces son trenes -dijo Raoul.
Nicole puso los ojos en blanco.
– Eso no mejora la cuestión. Está bien, «dos coches van el uno hacia el otro. El coche A rueda a cincuenta kilómetros por hora y el coche B lo hace a sesenta y cinco kilómetros por hora. Comienzan con dos kilómetros de separación. ¿En qué punto y a qué hora se encontrarán, suponiendo que son las dos de la tarde?» -Nicole lo miró-. ¿Es una broma?
– No.
– Me lo temía.
Tomó el libro y miró un par de capítulos, con la esperanza de encontrar alguna pista de cómo resolver el problema. Siguió pasando las páginas hasta que llegó a la tapa.
– ¿Quieres el libro del año pasado? -le preguntó Raoul con una sonrisa-. ¿O mis libros de la escuela?
– ¿Quieres que te ayude?
– A lo mejor no.
Ella le devolvió el libro de texto.
– Esto no es lo mío. Lo siento, pero en la universidad sólo tuve una asignatura de cálculo y, según el profesor, era cálculo para bobos. Los estudiantes de cálculo verdadero se reían de nosotros, pero aprendí a vivir con ello -explicó, y siguió mirando el problema-. Creo que vas a tener que pasar los kilómetros a metros, y después, pasar los kilómetros por hora a metros por minuto. Después, escribe una ecuación con la distancia como función de tiempo para cada uno de los coches. Eso te dará el tiempo en común. Puedes resolverlo con el tiempo. ¿Te parece coherente?
Él tomó su lapicero.
– Ya te lo diré.
– Si no lo es, he agotado mis conocimientos matemáticos de máximo nivel. En serio, después de esto, tendremos que hablar de la guerra revolucionaria.
Raoul suspiró.
– Prefiero las matemáticas a la historia.
– Típico de los hombres. ¿Qué quieres estudiar en la universidad?
– Me gustaría estudiar Publicidad.
– ¿Excusas para celebrar comidas en restaurantes caros con los clientes?
Él sonrió.
– Eso se me daría bien.
– Sobre todo, si esos clientes son mujeres.
Él se echó a reír, pero de repente, su semblante se volvió serio.
– Primero tengo que entrar en la universidad.
– ¿Es que hay alguna duda? -preguntó Nicole, señalando el libro de matemáticas que había sobre la mesa de la cocina-. Esto no son matemáticas básicas, Raoul. Son asignaturas difíciles, y tú estás sacando muy buenas notas.
– Me refería a que tengo que conseguir la beca.
– Ah, la beca de fútbol.
– Es el único modo que tengo de entrar en una buena universidad.
Porque no tenía dinero. Por supuesto, había préstamos y subvenciones, pero era lógico que Raoul quisiera tener una beca si podía conseguirla.
Nicole quería decirle que su forma de jugar al fútbol era brillante, y que por supuesto iban a darle una beca, pero ¿qué sabía ella?
– ¿Y qué dice el entrenador?
– Que puedo conseguirlo. Que debo escuchar todo lo que me digan, y que él me ayudará a tomar la decisión más correcta, si quiero.
– ¿Las universidades se han puesto en contacto?
– Sí. Me han llamado los reclutadores.
– ¿Y te has citado con ellos?
– Quieren llevarme a cenar o a un partido de los Seahawks. Ese tipo de cosas. Quieren llevarme a sitios bonitos y contarme lo estupenda que es su escuela, hablar del programa, de las ventajas, de ese tipo de cosas.
– Parece divertido.
Él tomó el lapicero, pero volvió a dejarlo en la mesa.
– Supongo que sí. Yo estoy nervioso.
– No lo estés. Tienes talento, Raoul. Eres lo que están buscando. Eres su razón de vivir.
Él no sonrió. En vez de eso, agachó la cabeza.
– La semana próxima va a venir uno de ellos. Quiere llevarme a cenar por ahí. ¿Querrías venir conmigo a la cena? No sé lo que se supone que tengo que pedir, así que he pensado que tal vez tú pudieras ayudarme.
Nicole se quedó asombrada, y se sintió muy halagada.
– ¿No debería ir Hawk contigo?
– Va a venir, pero yo quiero que vengas tú también.
Ella sintió una oleada de afecto y le apretó el brazo.
– Será un placer ayudarte en todo lo que pueda.
Nicole aparcó en el garaje y sacó las bolsas del coche. Había tenido una tarde de compras estupenda con Claire. Habían ido a comer juntas y, después, ella se había comprado un vestido precioso para la cena con el representante de la universidad. Quería que Raoul se sintiera orgulloso, y que Hawk gimoteara. Aunque había gastado una buena suma de dinero, había cumplido su misión. La vida era estupenda.
Entró en casa y se encontró a Raoul junto a la puerta trasera. Se había dado cuenta de que el coche de Brittany estaba aparcado fuera, pero no vio a la niña por ningún sitio.
– Hola -dijo-. He comprado un vestido precioso…
Se interrumpió. Raoul tenía una expresión de inseguridad, como si estuviera intentando actuar con naturalidad.
– ¿Qué sucede? -preguntó Nicole.
– Nada.
– ¿Dónde está Brittany?
– En el baño.
Ella soltó un juramento en voz baja.
– ¿Estabais haciendo algo? Raoul, ya hemos hablado de esto. Nada de sexo en mi casa. Hawk os va a matar a los dos. Sois demasiado jóvenes, y no quiero enfrentarme a algo así.
Él enrojeció.
– No hemos hecho nada, te lo juro. Brittany está en el baño, con toda la ropa puesta.
En aquel preciso instante, Nicole oyó el ruido de la cisterna del baño del piso superior y, después, unos pasos que bajaban por las escaleras.
Raoul murmuró algo que Nicole no entendió. Casi parecía una plegaria. Entonces Brittany entró en la cocina. Parecía feliz y aterrorizada a la vez, y tenía algo en la mano. Era blanco, de plástico, alargado. Lo alzó delante de Nicole.
– Mira -dijo, mirándolos a ella y a Raoul.
Nicole pensó que se iba a desmayar. Se le heló la sangre en las venas, le faltaba el aire.
– No estaba segura -continuó Brittany-. Me lo imaginaba, porque últimamente no me sentía bien. Ahora lo sabemos con seguridad -dijo, y se volvió hacia Raoul-. Estoy embarazada. Vamos a tener un hijo.
Quince
Nicole se quedó en el centro de la cocina sin saber qué hacer ni qué decir. Había algo que le resultaba incluso más asombroso que la noticia, y era que Raoul y Brittany se estaban mirando con una combinación imposible de amor, de esperanza y de seguridad. Y estaban hablando de un bebé.
– ¿Estás segura? -preguntó Nicole a Brittany, y después miró el test de embarazo que la adolescente tenía en la mano-. ¿De cuánto estás?
– De unas seis semanas. Quizá de siete.
Brittany se acercó a Raoul y se acurrucó contra él.
– Va a ser estupendo -le dijo-. Tal y como habíamos planeado.
– ¿Estupendo? -preguntó Nicole con la voz ahogada-. ¿En qué planeta?
Brittany le lanzó una sonrisa tranquilizadora.
– Hemos hablado de todo. No tienes que preocuparte. Estamos bien.
– Estás embarazada, y todavía estás en el instituto. Nada de eso es bueno.
– Estaremos bien, Nicole, te lo prometo. Mira, mis padres hicieron todo esto y salió bien. Eran jóvenes y estaban enamorados, y eran totalmente felices. Raoul y yo vamos a estar igual. Ya has visto cómo juega. Va a conseguir la beca para la universidad, seguro. Estaremos juntos y seremos una familia.
– No. No es posible que lo hayáis pensado bien.