– Por supuesto -dijo Nicole automáticamente, porque era lo que respondía siempre. Sabía que iba a hacerse cargo de la pastelería desde que tenía ocho o nueve años. Era algo sobrentendido… esperado. La suya no iba a ser una vida con muchas sorpresas. Últimamente, no había habido demasiadas buenas.
Un momento. Claire. Reunirse de nuevo con su hermana había sido bueno. Ver cómo Claire se enamoraba locamente y se quedaba embarazada, se prometía y encontraba la felicidad total había puesto un poco a prueba su buena naturaleza, pero estaba superándolo. Porque, ¿qué otro remedio tenía?
– Tierra llamando a Nicole.
Nicole pestañeó y vio a Hawk, que se había acercado un poco. Demasiado.
– Te he perdido -dijo él.
– Eso debe de ser algo nuevo para ti -respondió ella, sin pensarlo-. Una mujer que se concentra en algo que no eres tú durante ocho segundos.
– ¿Porque soy imposible de resistir?
– Para mí no.
– No lo creo. Estás interesada.
– No.
Hawk sonrió.
– Vaya respuesta más convincente.
– No me importa que no parezca convincente, pero es la verdad -dijo ella. Casi. Aunque no quisiera, tuvo que ser sincera-. Sabes que tienes un cuerpo interesante y es evidente que disfrutas mostrándoselo a la humanidad. ¿Y qué significa eso? Ya tienes más de treinta años. ¿No deberías haberlo superado? ¿No deberías pasar tanto tiempo desarrollando tu mente como el que pasas ejercitando el cuerpo? No vas a poder ser entrenador para siempre.
Nicole recordó, demasiado tarde, que sí, que él podía ser entrenador para siempre porque Raoul le había mencionado que había sido jugador profesional de fútbol americano. Eso significaba que probablemente era muy rico.
– ¿Es que piensas que soy tonto? -le preguntó él, en un tono entre la indignación y la diversión-. ¿Porque tengo músculos, o porque juego al fútbol? ¿No sería eso igual de injusto que el que yo pensara que eres tonta porque eres rubia natural?
Quizá. Sí. Nicole hizo caso omiso de la pregunta.
– ¿Cómo sabes que soy rubia natural?
– Por mi excelente poder de observación.
– Yo dirijo un negocio próspero. Es evidente que soy muy lista -dijo Nicole remilgadamente.
A Hawk le gustaba que ella se pusiera nerviosa cuando estaba molesta. Le gustaba que, cada vez que él se acercaba un centímetro más se aturullara y no supiera adonde mirar. Si no estuviera interesada, le habría dicho que se marchara y se habría metido al obrador, pero no le había dicho ni una palabra. Y eso también le gustaba.
– Es evidente -dijo él, acercándose un poco más.
– ¿Es que no tienes respeto por el espacio personal?
– No.
Ella alzó la cabeza y lo fulminó con la mirada, pero antes de que pudiera hablar, Hawk dijo:
– Tienes unos ojos muy bonitos.
Nicole abrió y cerró la boca.
– ¿Qué te crees que estás haciendo?
– Flirtear.
– ¿Por qué?
– Es divertido.
– Para mí no.
– A todo el mundo le gustan los cumplidos.
– Habla por ti.
– ¿No crees que tienes unos ojos muy bonitos?
– Están bien. Son funcionales. No me importa el color.
– Claro que sí. Tienes que saber que son bonitos. Eres guapa.
Nicole se ruborizó, y él aprovechó su desconcierto.
– Te gusta que flirtee contigo -le dijo-. Es la mejor parte de tu día.
– Eres increíble.
– Ya lo sé.
Ella soltó un gruñido.
– No lo digo en el buen sentido. Tienes imaginaciones. Nada de ti es la mejor parte de mi día.
– Mentirosa.
– Ahórrate el flirteo para alguien que esté interesado de verdad -murmuró Nicole.
– Estás interesada.
Ella agitó la cabeza.
– ¿No hay ningún sitio al que tengas que ir?
– Claro, pero esto es más divertido.
– No, no es cierto.
– Deberíamos salir juntos -dijo él entonces, sabiendo que la invitación la desconcertaría todavía más.
– ¿Qué? No.
– A cenar. Iremos a cenar por ahí.
– No voy a ir a cenar contigo.
– ¿Por qué no?
– No es buena idea.
– Claro que sí. Es una excelente idea.
– No voy a ir.
– Sí, vas a venir.
– No voy a ir, y no puedes obligarme.
En vez de seguir con la discusión, él se dirigió hacia la puerta de la pastelería. Allí se detuvo.
– ¿Qué te apuestas? -le preguntó. Después salió de la tienda.
Mientras atravesaba la calle hacia su coche, casi podía oírla tartamudear. Había ido bien. Estaban en el primer tiempo del partido, y ya se había adentrado en el campo contrario y estaba a punto de marcar.
– La terapia de Amy va muy bien -dijo Claire mientras cortaba más champiñones y los ponía en un cuenco-. Es pequeña, lo cual ayuda. Su cerebro todavía está abierto a los cambios. Al contrario que algunos de nosotros, que tenemos el cerebro cerrado.
Nicole puso la lechuga recién picada en una ensaladera.
– No tengo ni idea de qué pinta mi cerebro en este asunto de abierto contra cerrado.
Amy era la hija de Wyatt, y pronto iba a ser la hijastra de Claire. Era sorda de nacimiento, y recientemente le había dicho a su padre que quería hacerse un implante coclear para poder oír. Antes de la operación estaba recibiendo una terapia especial que la ayudaría a asimilar los sonidos de una manera nueva, y a procesarlos.
– Amy está muy emocionada por lo del implante -dijo Claire-. Me pide que toque para ella todas las noches.
– Y a ti te encanta.
– Por supuesto. Ella es mi admiradora número uno.
Teniendo en cuenta que Claire era una concertista de piano mundialmente famosa y que había grabado discos ganadores de premios Grammy, eso era decir mucho.
– Pensaba que tu admirador número uno era Wyatt.
– Y lo es. En otros sentidos.
Su hermana se echó a reír y Nicole sonrió. Se sentía feliz por Claire.
Terminó de poner la lechuga en la ensaladera y se la pasó a su hermana.
– Bueno, ¿y ya tienes organizada la programación de viajes?
Claire se encogió de hombros.
– Casi. Lisa me ha dado una lista de sitios, y estoy haciendo una selección. No quiero estar demasiado tiempo lejos de casa. No sólo porque echaría de menos a Wyatt y a Amy, sino también por el bebé.
– ¿Le has preguntado a tu médico?
Claire asintió.
– Quiere que viaje lo menos posible durante las dos últimas semanas del primer trimestre. Después, durante el segundo, viajaré bastante. Y menos durante el tercero. Lisa me dijo algo sobre una serie de conciertos en Hawai, durante las Navidades, pero no creo que acepte.
Nicole tomó un aguacate y comenzó a partirlo.
– ¿Por qué no? ¿No podéis llevaros a Amy?
– Oh, sí. Y tendríamos una casa muy bonita junto a la playa para alojarnos, pero está muy lejos, y no quiero estar viajando en esas fechas. Ya sabes. Lejos de la familia.
Nicole estaba a punto de decirle que la mayoría de su familia, su prometido y su hija, estarían con ella. Entonces lo entendió. Claire no quería estar lejos de ella. No quería dejarla sola en Navidad.
– Yo estaré perfectamente -dijo-. Deberías ir.
– No es por ti -dijo Claire, aunque aquello no sonaba muy convincente-. Esta es la primera ocasión que tenemos de pasar juntas la Navidad desde que teníamos seis años. No voy a ir a Hawai. No quiero.
– No te creo.
– Eso no puedo remediarlo.
– Estás preocupada por mí.
– Claro, pero lo superaré.
Nicole intentó sonreír, pero no lo consiguió. Agradecía que la gente se preocupara por ella, pero no le gustaba sentir la necesidad de comprensión. Normalmente, llevaba su vida de forma que la más capaz era ella. Los demás acudían a ella en busca de guía. Normalmente, ella no era la que recibía la compasión.
– Y hablando de superar -prosiguió Claire-, ¿has hablado con Jesse últimamente?