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Tenía los ojos oscuros, y parecía que podían absorber toda la luz del local. Ella tuvo la extrañísima sensación de que podría perderse en aquellos ojos, lo cual demostraba que había pasado de tener hambre a sufrir alucinaciones por la falta de azúcar.

– Me has tomado de la mano.

Él sonrió.

– Es lo máximo que puedo hacer en público, pero cuando estemos solos subiré el calor.

Ella dio un tiró y se zafó.

– No sé de qué estás hablando, pero voy a ser clara. Tú y yo nunca vamos a…

– Eh, entrenador, ¿ha pedido ensaladas? -preguntó una de las animadoras-. Ya sabe que algunas no queremos pizza.

– He pedido ensaladas, sí -dijo él en tono de cansancio. Se volvió hacia Nicole y la tomó de la mano otra vez-. ¿Qué les pasa a las mujeres con el peso? Sí, es verdad, llevar diez o quince kilos de más en el cuerpo es malo. Pero las mujeres de hoy en día están obsesionadas con la mínima célula de grasa, y las adolescentes son las peores.

– Es animadora. ¿Qué esperabas?

– Que sea feliz por estar sana y ser atlética, y que se deje de ensaladas.

– ¿Tu hija no se preocupa por la línea?

Hawk arqueó una ceja.

– Has estado hablando de mí.

– A propósito no. Las madres están más que dispuestas a charlar sobre ti. Estoy segura de que a ti te encanta su interés y haces todo lo posible por avivar las llamas.

Fue como si él no hubiera oído nada de lo que ella decía.

– Has hecho preguntas.

– ¿Es que no me has oído? Yo no he preguntado nada, no fue necesario: me ofrecieron la información.

La sonrisa de Hawk fue lenta, sexy, de confianza en sí mismo.

– Te estoy conquistando. Lo sé.

– ¿Sabes? Si pudiéramos aprovechar tu ego, resolveríamos la crisis energética.

Justo en aquel momento comenzaron a salir las pizzas. Todos los chicos se sentaron en las mesas, y Hawk llevó a Nicole, de la mano, hasta una de las más grandes, en un rincón, que aparentemente estaba reservada para él.

Ambos se sentaron, y ella se dio cuenta de que tenía que acercarse más y más a Hawk para hacerles sitio a varios de los jugadores y a sus novias. Pese a sus esfuerzos por mantenerse a una distancia de cuatro centímetros de él, terminaron tocándose desde la cadera hasta la rodilla. Ella intentó encontrar un buen lugar para su bastón, pero no había sitio.

– Déjame -le dijo Hawk. Lo sacó de debajo de la mesa y lo puso detrás de los asientos-. ¿Qué te pasó en la rodilla?

– Me caí y me la rompí.

– ¿Estás mejorando?

– Es un proceso lento.

– A mí también me operaron de la rodilla -le dijo él-. Podemos comparar cicatrices.

Una frase sencilla, pero en sus labios, aquellas palabras sonaron excitantes.

– Quizá en otra ocasión -murmuró Nicole mientras los camareros dejaban tres enormes pizzas sobre la mesa.

– Entrenador, ¿qué opina de la última jugada del primer cuarto? -preguntó uno de los chicos-. Ese bloqueo salió de ninguna parte.

– Pero lo manejaste bien -dijo Hawk-. Buen juego de piernas. Parece que los entrenamientos extra están dando fruto.

El chico, que medía más de un metro ochenta de estatura y era todo músculos, sonrió encantado.

Nicole tomó una porción de pizza mientras los muchachos bombardeaban con preguntas a Hawk. Los jugadores no sólo querían hablar del partido, querían asegurarse de que su entrenador sabía que habían trabajado mucho y bien.

Probablemente era una dinámica saludable, que facilitaba que unos adolescentes inmaduros se transformaran en ciudadanos responsables y productivos. Debería estar escuchando atentamente y tomando notas, pero lo único en lo que podía pensar era en que Hawk y ella estaban en contacto, y en que sentía su piel cálida contra la de ella.

– Tierra llamando a Tierra -murmuró-. Concéntrate en la realidad.

Hawk la miró.

– ¿Has dicho algo?

– Yo no.

La charla sobre fútbol continuó durante un rato. A medida que la pizza desaparecía, la conversación languideció. Los chicos se fueron alejando, hasta que Hawk y ella se quedaron solos en la mesa. Ella se echó a un lado para poner distancia entre los dos.

– Gracias por venir -dijo Hawk.

– De nada. No estoy muy segura de cómo ha sucedido. Estaba ocupándome de mis asuntos y, de repente, he aparecido aquí.

Tomó su servilleta de papel y comenzó a doblarla. Cualquier cosa menos mirar a Hawk.

– Tú «querías» estar aquí -dijo él.

Lo cual podía ser cierto, pero ella no iba a admitirlo.

– Eso tú no lo sabes.

– Sí lo sé.

Hora de cambiar de tema.

– Tu hija es encantadora.

El orgullo resplandeció en los ojos oscuros de Hawk.

– Brittany ha resultado ser estupenda. Quisiera llevarme todo el mérito, pero la mayoría es de su madre.

– Debías de ser muy joven cuando nació.

– Dieciocho.

– No sería fácil.

Él se encogió de hombros.

– Nos las arreglamos. Hubo algunas noches muy largas, horribles. La familia de Serena no quiso tener nada que ver con nosotros cuando decidimos casarnos y tener el bebé. Mi madre nos apoyó, pero estaba enferma y no tenía dinero. Lo hicimos solos.

– Tuvisteis suerte.

– Quizá.

– ¿Cuánto llevan saliendo Raoul y ella?

– Unos meses. A pesar de lo que ocurrió en la pastelería, es un gran chico.

– Lo sé.

– Le confío a mi hija -dijo él. Después titubeó-. Estoy intentando confiar en él ¿Qué puedo decir? Es mi niña. De todos los muchachos a los que conozco, es el que yo elegiría para ella -explicó, y miró fijamente a Nicole-. ¿Tú confías en mí?

– No.

– Deberías -dijo Hawk-. Soy digno de confianza.

– Ni por dinero.

Nicole parecía muy seria al decirlo, pensó Hawk mientras reprimía una sonrisa. Le gustaba eso de ella. Le gustaba cómo se movía su pelo largo y rubio, y que siempre estuviera a punto de fulminarlo con la mirada. Le gustaba poder ponerla nerviosa.

– Estás muy guapa esta noche.

Ella pestañeó.

– ¿Por qué dices eso?

– Porque es cierto. Deberíamos salir.

Nicole frunció los labios.

– No.

– ¿Por qué no? Te gusto.

– Me asombra que necesites tener citas -dijo Nicole-. ¿No te hace compañía tu ego?

– No me da calor por las noches.

– Quizá con una muñeca hinchable caliente…

– Preferiría tenerte a ti.

Ella murmuró algo entre dientes y después se levantó.

– Tengo que irme a casa.

Hawk le tendió el bastón.

– Te acompaño fuera.

– No es necesario.

Nicole tomó el bastón y comenzó a caminar. Probablemente pensaba que, como tenía que pagar la pizza, él iba a quedarse rezagado y ella podría escapar. No sabía que Bill le enviaba la factura.

Cuando estuvieron fuera, Hawk aminoró el paso para ponerse a su lado. El aparcamiento estaba casi vacío.

– ¿No hay que llevar a casa a ningún chico? -preguntó Nicole.

– Los padres vienen a recoger a los que no conducen, o vuelven a casa con algún amigo. No tienes responsabilidades, Nicole. ¿Quieres pensar bien lo de esa cita?

– No.

Estaban junto a su coche, un Lexus 400 Hybrid. Un coche de chica, pensó él con una sonrisa. Mono y curvilíneo, con carácter. Como ella.

Le acarició la mejilla con los dedos, ligeramente. Ella tomó aire con brusquedad, y él supo que no era tan fría como fingía.

– ¿No quieres saltarte los preliminares y que nos vayamos directamente a la cama? -preguntó.

Ella alzó el bastón.

– ¿Y si te doy con esto?

– No me va el masoquismo. ¿Y a ti? ¿Debería ofrecerte una buena tunda?

Incluso a la luz tenue del aparcamiento, vio que ella se ruborizaba.

– No -tartamudeó Nicole-. No puedo creer que hayas dicho eso.