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Siguió su mirada y se dio cuenta de que estaba vigilando al niño. Mientras la observaba, pensó que Jesse seguía siendo guapa, con su pelo rubio y sus ojos azules. Ella se volvió y le sonrió. Una sonrisa fácil, compartida. Como si tuvieran algo en común. Como si ella nunca lo hubiera traicionado.

– ¿Por qué ahora? -le preguntó.

Ella no eludió la cuestión.

– Gabe llevaba un tiempo preguntando por ti. No quería mentirle y decirle que su padre había muerto, así que le dije la verdad. Que tú no sabías nada de él.

– Sí lo sabía. Me lo dijiste.

– Pero tú no me creíste -dijo Jesse, y bajó la mirada-. Entiendo el porqué. Me dolió mucho, pero, claro, teniendo en cuenta mi pasado, no debía sorprenderme, ¿verdad? Aunque te dije que te quería, no conseguí cambiar nada.

Ella lo miró, con los ojos muy abiertos, con una expresión dolida, como si el hecho de recordarlo la angustiara. ¿De veras pensaba que iba a tragárselo?

– Yo esperaba que lo pensaras bien y que te hicieras preguntas, pero no fue así -continuó Jesse-. Gabe y yo hemos vuelto para arreglar eso -dijo, y se levantó-. ¿Te importaría vigilarlo mientras voy por algo de comer?

Se alejó antes de que él pudiera decir nada, y lo dejó con la responsabilidad de cuidar a un niño de cuatro años. Sin embargo, el niño no se dio cuenta de que su madre se había ido. Estaba hablando con una niñita. Los dos estaban jugando con un camión grande, y riéndose.

Unos minutos después, Jesse volvió con leche, dos cafés y un postre de yogur. Le dio uno de los cafés a Matt. Gabe se acercó corriendo y señaló el dulce.

– ¿Es para mí? -preguntó con una sonrisa.

Ella le acarició el pelo.

– Lo compartiremos. Oh, mira, se te ha desatado el cordón del zapato.

Gabe miró a Matt, se agachó y se ató el cordón lenta, cuidadosamente. Jesse lo observó con suma atención, como si aquello fuera muy importante. Matt no sabía cuándo aprendían los niños a atarse los zapatos. ¿Gabe lo había aprendido antes de tiempo?

El niño terminó y se irguió. Jesse lo abrazó.

– Muy bien hecho.

Gabe miró a Matt, que sonrió ligeramente.

– Acaba de aprender -dijo Jesse a modo de explicación-. Es algo difícil para los niños pequeños. Su capacidad motora tarda un tiempo en desarrollarse.

– El tío Bill me enseñó -dijo Gabe mientras tomaba la leche.

¿Quién demonios era el tío Bill?

– ¿Te has casado? -preguntó Matt a Jesse.

– No -dijo ella. Carraspeó, y después se echó a reír-. Casarme. Eso sí que es bueno. No tengo tiempo ni para ir al tinte, así que mucho menos para tener citas. Ojalá.

¿Jesse sin un hombre? A Matt, eso le resultaba imposible de creer. Así que ella también estaba mintiendo al respecto…

Una mujer mayor, vestida de traje, se acercó a la zona de juegos. Matt no la había visto antes, pero tenía un aspecto oficial y estaba fuera de lugar, así que le hizo una seña.

– ¿Señor Fenner? -dijo ella-. Soy del laboratorio.

– Es por lo de la prueba de paternidad -explicó Matt, cuando Jesse arqueó las cejas.

Ella parpadeó.

– Oh, sí. Claro. Seguro. ¿Qué se necesita? -le preguntó a la mujer del laboratorio.

– Una muestra de la mejilla. No duele.

Jesse titubeó.

– ¿Le importaría tomármela a mí primero? -le pidió-. Sé que no la necesita, pero Gabe se sentiría mejor.

– A mí también me lo va a hacer -dijo Matt-. ¿Será suficiente?

Jesse vaciló el tiempo suficiente como para que él se sintiera molesto, pero después asintió y llamó a su hijo.

– Esta señora tan simpática va a hacerte una prueba especial -comenzó a decir, y luego alzó las manos-. Nada de agujas. Mira, Matt te va a enseñar lo que hay que hacer para que tú lo sepas y no te asustes.

Gabe se mostró dubitativo, pero no protestó. La mujer se puso unos guantes de plástico, sacó una muestra de un envoltorio esterilizado y le pidió a Matt que abriera la boca. Segundos después había terminado.

– Parece muy fácil -dijo Jesse alegremente-. ¿Te ha dolido?

– Nada en absoluto -le dijo Matt, sintiéndose como un idiota. ¿Cómo iba a dolerle?

Gabe tragó saliva y abrió la boca. Cuando terminó la toma de la muestra, sonrió.

– He sido valiente.

– Sí, muy valiente -le dijo Jesse-. Esto es para estar seguros de que Matt es tu papá.

– Pero tú has dicho que lo es.

– Lo sé, pero con esto será oficial. Es para estar seguros.

Era evidente que Gabe no estaba acostumbrado a que se cuestionara la palabra de su madre. «Dale tiempo», pensó Matt.

La mujer del laboratorio se marchó.

El niño se acercó a Jesse.

– Cuando esté seguro, ¿le caeré bien? -le preguntó en un susurro perfectamente audible para Matt.

Jesse lo miró, y después abrazó a Gabe.

– Ya le caes bien, cariño, pero con la prueba, todo el mundo se sentirá mejor.

Jesse tomó a Gabe en brazos y se lo sentó en el regazo.

– Te estás haciendo muy grande -le dijo-. Algunos días te veo crecer.

Gabe se echó a reír y se volvió hacia él.

– Cuando llegue a la marca de la pared, podré tener una bicicleta de verdad.

Jesse suspiró.

– Algo que te prometí en un momento de debilidad. Una bici de dos ruedas, pero con ruedas auxiliares.

– Sí, mamá. Pero cuando el tío Bill me enseñe a montar sin ellas, ya no tendré que usarlas.

¿Quién era aquel tío Bill? Era la segunda vez que se mencionaba su nombre. Matt tomó nota de que debía recordarle al investigador que averiguara todo sobre aquel hombre.

– Dame un respiro -dijo Jesse a su hijo, abrazándolo-. No crezcas tan rápidamente. Me gusta que seas pequeño.

– ¡Pero si yo quiero ser mayor!

Jesse se echó a reír y se volvió hacia Matt, feliz, bella y llena de vida.

Él la había visto así cientos de veces, sonriéndole, y la había amado cuando era joven y estúpido, antes de que ella lo traicionara. Quitarle a Gabe no era venganza suficiente. Tenía que haber algo más, pero ¿qué?

– ¿Te gusta mi mamá? -le preguntó Gabe.

Aquella pregunta tomó por sorpresa a Matt.

– Por supuesto -mintió rápidamente.

– ¿Y la quieres? -le preguntó el niño.

– Shh -dijo Jesse rápidamente mientras se le teñían las mejillas de rojo-. Ya hemos hablado de que no se debe hacer ese tipo de preguntas indiscretas.

– Pero, ¿por qué?

– Porque no.

Ella estaba avergonzada. ¿Por qué?, se preguntó Matt. ¿Por el sentimiento de culpabilidad? ¿O acaso seguía sintiendo algo por él? Siempre y cuando tuviera algún punto débil, él quería saberlo y aprovecharlo, pero ¿cómo? No había manera de obtener una compensación por lo que ella le había hecho, a menos que él pudiera hacerle lo mismo. Conseguir que Jesse se enamorara de él, conseguir que le entregara su corazón para rompérselo.

¿Era ésa la respuesta? ¿Robarle a su hijo y destrozarle el corazón? Eso la dejaría sin nada.

Era un plan despiadado y cruel. A Matt le gustaba. Se había pasado los cinco años anteriores afinando su habilidad con las mujeres. Si se lo proponía, Jesse no tendría la más mínima oportunidad de resistirse. Y luego él la dejaría sin mirar atrás.

Capítulo Cinco

Matt se puso en pie.

– No me gusta mucho el yogur -dijo-. ¿Te apetecen unas patatas fritas?

– Claro -dijo Jesse, y observó cómo Matt se alejaba hacia el mostrador para pedir.

Era tan distinto, pensó con tristeza. Ojalá pudieran estar más cómodos juntos. Eso llevaría tiempo, ella lo sabía. La mayor parte de las cosas buenas requerían tiempo. Sin embargo, eso no era lo que quería, ni la distancia, ni las conversaciones tensas. Quería que estuvieran cómodos juntos…, una familia.