Esa tarde, un poco después de las tres, Matt la llamó para disculparse por la conversación que habían tenido durante la reunión del día anterior, y para pedirle que cenara con él aquella noche en un restaurante italiano que había cerca de su casa. Aunque Jesse se sentía dolida y confusa, y un poco triste por los cambios que había visto en él, accedió. Matt era el padre de Gabe, así que tenía que restablecer la relación con él.
Cuando llegó al aparcamiento del restaurante, un poco antes de las siete, estaba bastante nerviosa. Paró el motor y pasó unos minutos respirando profundamente para calmarse. Después salió del coche y entró en el local.
Matt la estaba esperando en el mostrador de recepción, alto, guapo, vestido con una camisa de manga larga y unos pantalones de pinzas. Después de que se saludaran, el maître los condujo hasta una mesa con vistas al patio. Jesse se sentó y tomó la carta que le ofrecían. Aunque todo sonaba muy bien, ella no sabía si iba a poder comer algo sentada enfrente de Matt.
Él le dio las gracias al camarero y estudió la carta de vinos.
– Tienen una buena selección de vinos italianos -dijo a Jesse-. ¿Te apetece alguno en especial?
– No. Lo que tú elijas estará bien.
Él asintió, sin dejar de mirar la carta.
Ella recordó la primera vez que habían ido a cenar juntos, a un restaurante llamado Olive Garden. Jesse había pensado que era adorable. Todavía recordaba su sonrisa, y cómo se había dado cuenta de que aquel chico era alguien por quien quizá tuviera que preocuparse.
– ¿En qué estás pensando? -preguntó Matt.
– En nada.
– Era algo. Tenías una expresión interesante.
Jesse no creía que decirle la verdad fuera buena idea, y le contó que la degustación de brownies en casa de Nicole había ido bien, y que iban a venderlos en la pastelería.
– Me alegro -dijo él-. ¿Qué tal están las cosas con ella?
Jesse pensó en que su hermana seguía empeñada en pensar lo peor de ella.
– Estamos haciendo progresos.
– ¿Todavía estás en casa de mi madre?
– Sí. Se está portando maravillosamente. A Gabe le parece fabulosa, y ella siempre quiere estar con él. Juegan, ven películas y van a pasear. Me siento un poco culpable por tener tanto tiempo libre. Está siendo muy agradable.
La expresión de Matt era ilegible. Ella titubeó, y después siguió hablando.
– Ha cambiado. Antes no quería tener nada que ver conmigo, pero ahora es distinta. Más abierta. Quiere tener una relación de familia conmigo y con Gabe -dijo. Tomó su copa de agua, pero no bebió-. Te echa de menos.
En aquel momento el camarero se acercó a la mesa, y Jesse suspiró por lo inoportuno de su aparición. Matt y ella pidieron la cena. Cuando estuvieron a solas de nuevo, ella preguntó:
– ¿Qué ocurrió entre vosotros? Antes estabais muy unidos.
Él se quedó mirándola un largo instante.
– Nunca le perdoné que me contara lo tuyo con Drew.
Su voz sonó grave y neutra. Pese a que era inocente, Jesse se ruborizó y se sintió humillada.
– Nunca se lo perdoné -repitió él, y se corrigió-. No el hecho de que me lo contara, sino que aquello la hiciera tan feliz.
– Ahora lo siente. Te echa de menos.
– ¿Te pones de su parte? -preguntó él con sorpresa.
– Sí. Ya te he dicho que ha cambiado. Es muy buena con Gabe y conmigo. Ojalá nos hubiéramos hecho amigas hace cinco años. Te teníamos a ti en común.
– Le estás concediendo demasiado mérito.
– No. Todos cometemos errores.
– ¿Incluyéndote a ti?
– Mi lista de errores es larga e impresionante, pero no incluye el de acostarme con Drew.
– Jesse… -comenzó él.
– No, Matt. Tengo que decirlo. Tengo que explicarme -insistió ella.
Por segunda vez aquel día, contó la historia de aquella noche horrible, aunque omitió el detalle de que había encontrado el anillo de compromiso y le dijo que estaba enamorada de él y que temía estropearlo todo.
– No me acosté con él -concluyó-, no quería hacerlo. Él se equivocaba respecto a mí. Tú eras el único a quien quería. Sé que te has pasado estos cinco años pensando lo peor de mí -le dijo-, sé que va a hacer falta tiempo para que puedas plantearte que quizá hay otra explicación de lo que ocurrió. ¿Podrías estar, al menos, abierto a esa posibilidad?
– Puedo intentarlo.
– Bueno.
Él tomó su copa de vino.
– Por los comienzos.
Ella brindó con Matt, con la esperanza de que aquel comienzo fuera posible de verdad.
Comieron su ensalada y charlaron de lo mucho que había cambiado Seattle. Cuando llegó el plato principal, ella le preguntó por su empresa.
– ¿Cuándo te estableciste por tu cuenta?
– Hace cuatro años. Tuve algunas ideas que no encajaban con lo que hacía en Microsoft. Con el dinero de la licencia de los juegos, pude montar mi nueva empresa sin necesidad de pedir financiación a un banco.
– Y quedarle con todos los beneficios.
– ¿Cómo sabes que hay beneficios?
– He visto tu casa.
– Sí, he tenido suerte.
Más que eso, pensó Jesse.
– Ahora eres el jefe. ¿Qué se siente?
– Me gusta -admitió él-. Tener empleados significa que puedo concentrarme en lo que quiero hacer. Ellos se ocupan de los detalles -dijo, y cortó un pedazo de pollo-. Te caería muy bien mi secretaria, Diane. Dice lo que piensa, y se empeña en manejar mi vida.
– Me sorprende que se lo permitas.
– No se lo permito, pero ella lo intenta.
– Entonces debe de ser muy buena en su trabajo.
– Sí.
A Jesse le gustó la idea de que Matt tuviera una secretaria, pero no sabía por qué. ¿Lo hacía más accesible?, ¿más parecido al hombre que ella recordaba?
– ¿Vas a creerme alguna vez? -le preguntó-. ¿Se va a arreglar esta situación?
Él la miró durante un momento, antes de tomarle la mano por encima de la mesa.
– Yo quiero que se arregle -le dijo.
Y, por el momento, eso era suficiente.
Capítulo Seis
Después de la cena, Matt acompañó a Jesse a su coche. La velada había sido una interesante combinación de momentos, agradables unos y tirantes otros. Habían tenido algunos ratos de conversación agradable, así que Jesse pensó que era cuestión de darle tiempo al tiempo.
– Gracias por invitarme a cenar -le dijo cuando llegaron a su Subaru-. Necesitábamos hablar.
Él le acarició la mejilla con la yema de los dedos.
– Entiendo por qué has vuelto. Estoy trabajando en ese asunto.
– Se nota que has ido a seminarios de dirección -bromeó Jesse.
Él sonrió.
– Más veces de las que me gustaría admitir.
– Debes de odiarlos.
– Todos y cada uno de los segundos.
– Todas esas actividades de vinculación de grupo.
– No es mi estilo -dijo Matt.
En eso no había cambiado. Siempre había sido más proclive a las relaciones uno a uno. Y hablando de uno a uno…
Jesse tenía la sensación de que él estaba demasiado cerca. Le estaba acariciando la mejilla, y tenía los ojos tan oscuros que ella se estaba quedando aturdida. Recordaba los tiempos en los que perderse en aquellos ojos era la mejor forma de pasar el día. ¿Seguía siendo así?
– Demonios, Jesse -murmuró Matt.
Entonces la besó, tal y como ella había deseado. Le dio un beso ligero, y Jesse tuvo tiempo de adaptarse a la realidad después de haber estado viviendo de fantasías durante años.
Su boca era exactamente tal y como recordaba, cálida y firme. Ella se apoyó en él y posó la mano en su antebrazo, donde sintió sus músculos fuertes. Él le tomó la barbilla con la palma de la mano, ladeó la cabeza y le lamió el labio inferior.