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Jesse notó una descarga eléctrica que le recorrió el cuerpo, y que la derritió por dentro. Pasó de estar interesada a estar ardiendo en un segundo.

Él le puso la mano en la espalda, un poco más abajo de la cintura, y la acercó hacia sí suavemente mientras hacía más profundo el beso. La besó una y otra vez excitándola con cada roce de su lengua. Sin embargo, había algo distinto, y aquella diferencia en sus besos fue lo que devolvió a Jesse a la realidad.

Se dio cuenta de que le estaba acariciando la espalda suavemente con la mano, dibujando círculos. Era delicioso y le daba ganas de ronronear, pero antes nunca había hecho algo así. Él bajó la mano desde su barbilla a su hombro, y le rozó el brazo desnudo. De nuevo, delicioso, pero no propio de Matt. Incluso su forma de besar era distinta. Era más perfecta, más estudiada. Era un hombre que sabía excitar a una mujer en cuestión de segundos.

Ella no le había enseñado eso.

Se echó hacia atrás, diciéndose que no tenía importancia. Que había pasado mucho tiempo, y que por supuesto, él había estado con otras mujeres. Sin embargo, le había dolido tener la prueba de que Matt había continuado con su vida.

– ¿Jesse?

Ella forzó una sonrisa.

– Impresionante. Sabes lo que es una buena seducción.

– Siempre me ha gustado besarte.

– Pero ahora lo haces de una manera diferente.

– He practicado.

– Ya lo veo.

Había algo en su tono de voz, pensó Matt. ¿Resentimiento?, ¿dolor? Él había hecho todo lo posible por encandilarla durante la cena, siguiendo su plan, y en aquel momento se recordó que tenía un objetivo. Sin embargo, estaba enfadado.

– ¿Es que pensabas que iba a vivir como un monje después de que te fueras? -le preguntó.

– No. Esperaba que utilizaras todo lo que te enseñé con otra persona.

Estaba herida y enfadada, pensó él. Bienvenida al club.

– Entonces no te sientas decepcionada -dijo-. He recogido todas tus enseñanzas y les he dado buen uso -al ver que ella se estremecía, Matt añadió-: Vamos, Jesse. No creo que tú hayas llevado una vida solitaria. Habrás estado con muchos tipos. Ese era tu estilo.

Ella dio un paso atrás.

– Ya te he dicho que no he tenido tiempo. No sabes lo que es ser madre soltera.

– En eso tienes razón -dijo Matt. Por culpa suya, no sabía nada de lo que era ser padre-. ¿Y el tío Bill? A Gabe le cae muy bien.

– Es un amigo.

– Claro.

Ella le clavó una mirada fulminante.

– ¿Por qué me juzgas? Te he dicho la verdad.

– Es difícil de creer. Han pasado cinco años, es mucho tiempo sin sexo. Y antes de que tú y yo empezáramos a salir, siempre estabas con uno u otro. No, espera. Estuviste con un tipo incluso mientras salíamos juntos.

– Sabes que eso no es cierto -replicó Jesse-, pero, por favor, no permitas que la verdad se interponga en el camino de tu ira. Si yo fui ligera de cascos una vez, nunca podré dejar de serlo, ¿verdad? Creo que me dijiste algo por el estilo cuando creíste que me había acostado con Drew. Yo no había hecho nada malo. Un día lo sabrás con seguridad, Matt. Y cuando lo sepas, tendrás que admitir que yo te quería, que fui fiel y que cuando te dije que iba a tener un hijo tuyo, tú me echaste. No estabas interesado, y no pudiste pensar ni por un segundo que cabía la posibilidad de que el niño fuera tuyo.

Él entornó los ojos.

– No es que tú intentaras convencerme -le recordó él-. Sabías lo que le había dicho Nicole a mi madre, y que después mi madre me lo había dicho a mí. ¿Por qué iba a pensar yo que tu hermana había mentido? ¿Por qué no iba a creerla?

– Porque me querías -le gritó Jesse-. Porque sabías que yo te quería. Tendrías que haberme escuchado.

– No fuiste muy convincente. Sabías que yo estaba destrozado, y de todos modos te marchaste.

– Me fui a Spokane, Matt. Está a menos de seiscientos kilómetros de aquí. Si te hubiera importado de verdad, habrías ido a buscarme. Habrías averiguado la verdad. Sin embargo, ni siquiera te molestaste -dijo Jesse. Abrió la puerta del coche y tiró el bolso al asiento-. Pues voy a decirte una cosa: si quieres tener alguna relación con tu hijo, vas a tener que tratar conmigo. Eso significa que tendrás que aceptar el pasado y aceptar que, pese a mis defectos, no te mentí.

Entró en el coche y cerró de golpe. Él retrocedió y vio su coche alejarse.

Jesse pensaba que él seguía siendo el chico ingenuo a quien había engañado cinco años atrás, pero se equivocaba. Iba a conseguir que se enamorara de él y después iba a dejarla. Entonces sí podría aceptar el pasado, y nunca volvería a mirar atrás.

Jesse entró en la pastelería un poco antes de las seis de la mañana. Era su primer día de trabajo y no quería llegar tarde. Si las cosas salían bien y sustituía de verdad a Nicole, pronto tendría que ir al obrador mucho antes. Sid y Phil comenzaban a las tres de la madrugada, y ella debería estar allí a las cuatro y media.

Años atrás siempre se había quejado de aquel horario, pero ahora ya no le importaba. Podría salir al mediodía y pasar toda la tarde con Gabe.

Entró por la puerta trasera del edificio, la del obrador. Los sonidos y los olores eran familiares: el aroma de la masa reposando y del azúcar y de la canela que impregnaban el aire. Oyó los mezcladores y el zumbido de los hornos, una radio y una conversación. Se dirigió hacia lo último.

Encontró a Sid junto a la cuba del mezclador más grande de todos. Estaba un poco más mayor, un poco más gordo. Iba vestido de blanco de pies a cabeza, y al ver su ceño fruncido habitual, Jesse sonrió.

– Buenos días -dijo en voz alta.

Él se volvió. El gesto ceñudo desapareció, y en su lugar apareció una sonrisa.

– ¡Jess! Has vuelto. Nicole me dijo que ibas a venir a trabajar al obrador, pero no sabía que empezabas hoy. ¿Qué tal estás, hija?

Ella se acercó y Sid la abrazó con fuerza, estrechándola hasta que le hizo daño en las costillas, pero Jesse no se quejó. Aquella bienvenida la hacía sentirse bien.

– Estoy muy bien. Sid. ¿Y tú?

– Cada vez más viejo, cada vez más viejo. Y muy ocupado. Bueno, ¿y qué es eso que he oído de que vas a hacer brownies?

– Llevo un tiempo trabajando en la receta -explicó mientras él la soltaba-. Son muy buenos.

– Mmm…, ya te diré lo que me parecen. Una cosa es cocinar en tu cocina, y otra hacer hornadas lo suficientemente grandes como para venderlas. ¿Has pensado en todo eso, niña?

– Lo vamos a averiguar.

No le importaba que Sid quisiera que demostrara lo que estaba diciendo. Él siempre había sido justo con ella. Si le gustaban los brownies, se lo diría.

Sid le presentó a los nuevos empleados. Todos parecían agradables.

– ¿Dónde está Phil? -preguntó ella.

– En Florida. A su mujer y a él les tocaron dos millones de euros a la lotería, y se marcharon a vivir bajo el sol. Qué suerte…

Continuó hablando sobre Phil y su buena fortuna. Jesse aprovechó para echar un vistazo a su alrededor.

El equipo estaba exactamente igual a como ella lo recordaba. Las viejas máquinas estaban en el mismo sitio. Todo necesitaba una puesta al día. Ella había estado investigando mucho y sabía que podían comprar hornos más pequeños con más eficiencia energética, que trabajaban más rápidamente. Y lo mismo ocurría con los mezcladores. Sin embargo, no iba a mencionarle nada de aquello a Nicole. Su hermana no tendría interés en sus ideas. Al menos, durante un tiempo.

– Voy a tener que demostrar lo que valgo -murmuró Jesse-. Y lo voy a hacer.

Sid la miró.

– ¿Hablando sola? Eso es nuevo.

Ella se echó a reír.

– Algunas veces, soy la única adulta que hay en la habitación. Intento acordarme de no gorgojear en público.