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– No es verdad. Tiene mucho que asimilar. Acuérdate de que no le dijimos nada.

Ésa había sido una condición de Jesse, que Claire no le dijera a Nicole que iba a volver.

– Quizá fuera un error, y debería haberte permitido que se lo contaras. Aunque, seguramente, las cosas no habrían sido distintas. Todavía está enfadada conmigo por algo que no sucedió.

– Lo superará. Dale tiempo.

– No estoy segura. Le he dicho una y otra vez que no ocurrió nada, y no me cree. Han pasado cinco años, y sigue enfadada.

– No lo intentaste con mucho ahínco.

– ¿Cómo?

– Hace cinco años no fuiste muy convincente. Sólo decías que no había pasado nada.

– Es que no pasó nada.

– Pensábamos que querías decir que Nicole no debería estar enfadada por que Drew y tú no habíais llegado lo suficientemente lejos como para tener relaciones sexuales.

– ¿Qué? -Jesse no podía creerlo-. Lo que quería decir era que no había pasado nada, no que nos habían interrumpido y que ése era el motivo de que no hubiera sucedido nada.

¿Y por qué iban a pensar otra cosa? ¿Por qué…?

Se frotó la sien. Nicole había pensado lo peor de ella porque estaba acostumbrada a que su hermana pequeña fuera un desastre. Porque era más fácil pensar siempre lo malo.

– Y todo esto por unas palabras… -murmuró. Vidas cambiadas para siempre, oportunidades perdidas por la semántica.

– Las palabras tienen importancia. Nicole se quedó destrozada. No sé si hubiera escuchado algo de lo que tú hubieras podido decir.

Claire tenía razón. Sin embargo, si hubiera conseguido que Nicole la entendiera, quizá ahora se llevarían mejor.

– No pasó nada -repitió Jesse-. Drew y yo nunca tuvimos nada que ver, ni nos acostamos juntos, ni nunca quisimos acostarnos. Bueno, puede ser que él quisiera aquella última noche, pero no sé de dónde salió eso. Yo estaba enamorada de Matt, y le era fiel. Drew sólo era un amigo. ¿Está claro?

Claire le acarició la mano.

– Yo te creo.

– Estupendo. Cuando tengas ocasión, díselo a Nicole.

– Dale tiempo.

Jesse asintió. Tampoco podía hacer mucho más.

Claire sonrió.

– Has cambiado. Eres una adulta.

– Una victoria que me ha costado mucho.

– Una victoria impresionante.

– Quiero hacer muchas cosas -dijo Jesse-. Quiero conseguir muchas cosas. Volver aquí es sólo el comienzo. Reconciliarme con Nicole es parte de eso, pero al final, la decisión es suya.

– Estoy de acuerdo. Haz lo que puedas, y no te preocupes demasiado.

– No creo que sea posible. Te agradezco mucho que te hayas mantenido en contacto conmigo.

– No tenía la misma carga emocional que Nicole hacia ti.

Porque no habían crecido juntas. Todavía eran casi unas extrañas que por casualidad, eran hermanas.

– Lo conseguiré. Soy fuerte. Creo que siempre lo he sido, pero no lo sabía.

– Ahora ya lo sabes -dijo Claire-. ¿No es eso lo más importante?

Jesse se sentó en su coche y sacó el teléfono móvil. Marcó un número familiar y, a los pocos segundos, oyó una voz grave.

– ¿Diga?

– Hola, Bill.

– Hola, Jess. ¿Cómo estás?

– Bien. Más o menos.

Él se rió.

– Todavía sigues intentando decidir.

– Oh, sí. Nada es como yo había pensado.

– ¿Mejor o peor?

– Ambas cosas.

– Suele pasar.

Ella le hizo un resumen de cómo habían sido las cosas en Seattle.

– Voy a quedarme seis meses, trabajando en la pastelería. Quería decírtelo para que puedas sustituirme.

– No puedo sustituirte, pero contrataré a alguien que cubra tu puesto.

Jesse se echó a reír.

– Eres encantador.

– Eso es lo que decía mi madre.

– La pena es que todo ese encanto se pierda.

– Tú lo aprecias.

– Ya sabes lo que quiero decir. Vamos, Bill, hace seis años que murió Ellie. Tienes que pensar en salir con otras mujeres, en encontrar a alguien. Deberías ser feliz.

– Lo mismo te digo.

– Las circunstancias son distintas -respondió Jesse. La persona a la que ella no podía olvidar estaba con vida.

– No tan diferente, hija. Y ahora, déjame en paz.

– Por el momento.

– Voy a ir a visitarte. Os echo de menos a Gabe y a ti, más de lo que debería.

– Nos encantaría -dijo ella, y le dio la dirección y el número de teléfono de Paula.

– Me dejaré caer por allí durante las próximas semanas.

– Muy bien.

– Ahora, ve a buscar a alguien -le ordenó él.

– Lo mismo te digo, Bill -repitió ella.

Él se rió y se despidió.

Jesse colgó el teléfono y pensó en lo que le había dicho su amigo. Que tenía que encontrar a alguien.

Quizá fuera posible en el futuro, pero no en aquel momento. Antes tenía que resolverlo todo con Matt. Tenía que poner fin a aquella situación, asegurarse de que no seguía enamorada de él. Sólo entonces podría dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro.

Capítulo Siete

Cinco años atrás…

Jesse se paró delante de la casa durante un segundo, antes de acercarse a la puerta y llamar con los nudillos, suavemente. Tendría que haberle dicho a Matt que se vieran en otro sitio, pero él había sugerido su casa y ella había accedido antes de pensarlo bien.

Un instante después se abrió la puerta y apareció una Paula Fenner muy enfadada.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó con la voz aguda-. ¿Es que no sabes qué hora es?

Jesse abrió la boca, pero después la cerró, sin saber qué decir.

– Ha salido con otra -continuó Paula-. Con otra chica. No está contigo. ¿Es que no tienes orgullo?

Jesse no entendía por qué la odiaba tanto la madre de Matt, apenas la conocía. Y ella ni siquiera estaba saliendo con su hijo, sólo lo estaba ayudando. Parecía que Paula no veía nada de eso. Por algún motivo, pensaba que Jesse era una amenaza, y la atacaba cada vez que estaban en la misma habitación.

– Siento haberla molestado -dijo Jesse, y se alejó-. Buenas noches.

Paula la fulminó con la mirada, sin moverse de la entrada, hasta que ella subió a su coche. Entonces cerró de un portazo.

Jesse suspiró.

Ojalá la madre de Matt no fuera tan reacia a hablar con ella, porque tenía muchas cosas que decirle. Que estaba aferrándose demasiado a su hijo, y que con esa dependencia sólo iba a conseguir que Matt se alejara de ella. Jesse se daba cuenta cada vez que Matt hablaba de su madre. Paula lo estaba volviendo loco y, si no tenía cuidado, iba a perder a su hijo completamente.

– No es mi problema -murmuró Jesse mientras un coche se detenía junto al suyo.

Matt salió del vehículo y se aproximó a su puerta.

– Gracias por quedar conmigo -dijo él-. ¿Quieres pasar?

Ella miró hacia la casa y negó con la cabeza.

– Tu madre todavía está levantada, y no se ha quedado exactamente entusiasmada al verme.

Matt hizo un gesto de resignación.

– Está empeorando. Vamos. Conozco una cafetería que está abierta toda la noche. ¿Quieres que conduzca yo?

– Te sigo.

Sería más fácil tener su propio coche para marcharse al final de la reunión.

Mientras arrancaba el motor, Jesse intentó no pensar en lo que habría estado haciendo Matt durante las últimas horas, y con quién. Después de todo, lo que ella quería era que él consiguiera citas. Su objetivo había sido sacar a la superficie el potencial oculto de Matt, y sus lecciones estaban dando resultado. Había tenido tres citas aquella semana.

Era exactamente el hombre que querían todas las mujeres: divertido, listo, considerado, guapo y rico. Los cambios habían sido sencillos: un nuevo guardarropa, interés en los asuntos de actualidad, prácticas sobre cómo pedirle salir a una chica, y normas de etiqueta básicas durante una cita. Todo eso lo había transformado. Sólo había un pequeñísimo problema…