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Se había enamorado de él.

Suspiró. No estaba dispuesta a admitirlo ante nadie, y apenas podía creérselo, pero así era. Le gustaba Matt. Le había gustado cuando era un bicho raro, y le gustaba también ahora. Él hacía que se sintiera segura, y aquél era un estado anímico muy raro en ella.

Sin embargo, su trabajo era ayudarle a que se convirtiera en lo que era capaz de ser, no tener una aventura con él. Como en esa ocasión. Matt le había pedido que quedaran para hablar de la cita que acababa de tener.

Se volvieron a encontrar en el aparcamiento de la cafetería y entraron al local. Cuando estuvieron sentados a una mesa tranquila de un rincón, Jesse le dijo:

– Bueno, cuéntamelo todo. ¿Cómo ha ido?

– Bien -dijo Matt-. Kasey es lista y muy guapa. Le gustan demasiado sus perros, pero no es un gran problema.

– ¿Qué significa que le gustan demasiado? -preguntó Jesse, intentando no sonreír-. ¿Les pone trajes a juego?

– No, pero les deja dormir con ella.

– Seguro que los echa de la habitación cuando aparece un chico guapo.

Matt sonrió.

– No sé… Fluffy y Bobo son sus mejores amigos.

– ¿Bobo? -preguntó Jesse con un resoplido-. Bueno, sí, quizá los perros sean un problema. Por lo demás, ¿qué tal fue?

– Bien. Le gusta la música, y a mí también. Aunque no le van demasiado los ordenadores.

– Sobresaliente -dijo ella-. ¿Y ha habido chispa?

Matt se rió.

– Ya nadie dice eso, Jesse.

– Yo sí.

El camarero les llevó la carta. Matt pidió directamente dos cafés y dos tartas de moras, que era la especialidad de la cafetería.

– No has respondido a mi pregunta -insistió Jesse cuando estuvieron a solas de nuevo.

– La besé, si es eso lo que quieres saber.

– ¿Y?

Matt se encogió de hombros.

– Estuvo bien. No ha habido mucha química. Soy un chico, y ella es muy guapa, así que claro, el beso estuvo bien, pero hay grados, ¿sabes? Puede ser agradable, y puede ser del tipo «tengo que acostarme contigo aquí mismo, ahora». Con ella fue agradable.

– Quizá la siguiente sea mejor -dijo ella.

– Quizá -respondió Matt-. Te has acordado de apagar el móvil. No has tenido llamadas de Ted, ni de Butch, ni de Spike.

– Nunca he salido con nadie llamado Butch.

– ¿Y Spike?

Ella se rió.

– Una vez.

– Lo sabía.

Jesse tocó su bolso.

– No tengo llamadas.

Durante las dos semanas anteriores no había contestado las llamadas. Sabía cuál era el motivo: estaba sentado frente a ella.

La camarera les llevó los cafés y las tartas, y se marchó. Matt tomó su tenedor.

– Creo que quiero otra cosa -dijo vacilante.

– ¿Te refieres a otra tarta?

– No. A las citas. Está bien, pero es siempre la misma conversación, para que nos conozcamos, y tengo que recordar si he contado esa historia o no. Quiero una segunda cita.

– Quieres tener una relación -dijo Jesse, intentando dejar la tristeza para más tarde-. Eso tiene sentido. Pídele a alguien que salga contigo otra vez. Si sale bien, pídeselo una vez más. Así es como las citas se convierten en una relación.

– No he conocido a nadie que me interese tanto. No hay nadie con quien me sienta cómodo, ¿no te parece estúpido? Tú nunca tienes relaciones.

– Pero eso no es algo para sentirse orgulloso. Tú sabes lo que quieres. Eso sí es bueno.

Ojalá la quisiera a ella.

Hora de cambiar de tema.

– ¿Has estado buscando apartamento?

– He visto algunos.

– Tienes que conseguir una casa propia. Nunca vas a tener relaciones sexuales si no tienes casa.

Él sonrió.

– ¿Y quién dice que no?

En su pregunta había un tono de confianza muy sexy. Jesse sintió la punzada aguda de los celos en el estómago.

– Bueno, no vas a tener «demasiadas» relaciones sexuales -dijo entonces, intentando que su voz sonara normal-. Necesitas tu propio apartamento.

Él la miró.

– ¿Estás bien?

– Perfectamente.

– Sólo estaba bromeando. No me he acostado con ninguna de esas chicas.

Gracias a Dios, se dijo Jesse.

– No tendría nada de malo que lo hubieras hecho. Tú eres soltero, ellas son solteras. Así es como se supone que deben ser las cosas.

Matt la observó con atención, como si estuviera buscando algo. Ella notó que las mejillas le ardían de humillación, y agachó la cabeza para ocultarlo. No quería que Matt supiera que sentía algo por él. Cabía la posibilidad de que sintiera pena por ella, y eso sería lo peor de todo.

– Soy un tío -dijo él-. No me gusta ir de compras. Elegir un apartamento es como ir de compras a gran escala. Ven conmigo. Eso facilitará las cosas.

Quizá a él, pensó Jesse. Sin embargo, no iba a decir que no. Quería estar con él, fingir que, claro, todo podía salir bien.

– Sólo tienes que decirme cuándo.

– Puedes gastar más que esto -murmuró Jesse mientras recorrían la casa de tres pisos de Redmond, que estaba vacía-. Algo cerca del mar. Con vistas.

– Es demasiado grande -le dijo Matt, haciendo caso omiso de su comentario acerca del dinero-. Tres habitaciones. ¿Para qué necesito tres habitaciones?

– Una para ti, otra para el despacho, otra para invitados.

– No tengo invitados.

Buena observación. Porque las mujeres que fueran a aquella casa pasarían la noche en su cama.

– Entonces usa la tercera habitación para tus aparatos electrónicos.

A él le brillaron los ojos.

– ¿Sí?

– ¡Los tíos sois tan simples! -exclamó ella-. Sí. Llénala de aparatos electrónicos. Haz que vibren las paredes. Pero si vas a hacerlo, usa el dormitorio de la tercera planta, para no tener ninguna pared común y no molestar a los vecinos.

– Bien pensado.

Siguieron por la cocina, que era grande y brillante.

– Los muebles son bonitos -dijo Jesse, y señaló la encimera de acero inoxidable-. Y tiene hornos dobles. Eso es importante.

Matt la observó.

– ¿Para todas esas cenas de cinco platos que voy a cocinar?

– Podría suceder.

Volvieron al dormitorio principal.

– Bonita ducha -dijo Jesse mirando la mampara sin marcos-. Suficientemente grande para dos.

– Lo he oído -dijo la agente inmobiliaria mientras entraba en la habitación-. Sois una pareja encantadora. Bueno, he venido a deciros que tengo que irme -añadió mirando su reloj-. Tengo otra cita, así que debo darme prisa. Si queréis mirar un poco más, quedaos tranquilamente. Sólo tenéis que cerrar bien la puerta cuando os marchéis.

Matt negó con la cabeza.

– Ya he visto suficiente. Elegiré algo esta tarde, y después podemos reunimos y rellenar los papeles.

– Estupendo. Tenéis mi número de móvil. Estaré disponible después de las cuatro.

Se despidió y se marchó.

Jesse miró a Matt.

– ¿Lo has dicho en serio? ¿Vas a comprar una casa?

– Probablemente ésta. Tiene todo lo que necesito, así que ¿por qué no?

– Pero antes no querías tomar esa decisión…

– No quería hacer un cambio -corrigió él-. Tenías razón en eso, de todos modos: ya es hora de que viva solo. Lo más fácil era quedarme con mi madre. A ella no le va a gustar que me vaya, pero lo superará.

– Vaya. Estupendo. Creo que ésta es la mejor de todas, pero debes decidirlo tú. Imagínate lo mucho que te vas a divertir eligiendo los muebles -dijo Jesse, y salió del dormitorio-. El salón es precioso, con el techo abovedado. Y puedes volverte loco con la habitación de música.

Se volvió, y se dio cuenta de que él la estaba mirando fijamente.